Comprender la preciosidad de un amor inmenso, recibido sin mérito, y ponerlo a circular. Ése es el significado del mandamiento nuevo: dar espacio a la fuerza del amor sin límites de Jesús y dejar que el sonido maravilloso de esa visita se propague, como un eco, hacia todos. Una receta ganadora Estamos casados desde hace poco menos de catorce años y no hemos tenido una verdadera crisis. Ambos tenemos una formación cristiana, y somos conscientes de la fragilidad del amor conyugal. El mayor reto es la educación de los hijos: ahí es donde tenemos algunos desacuerdos. Por ejemplo, cuando se trata de castigarlos, yo sería más indulgente que Pavel. A veces los defiendo de manera irracional. En todo ello me ayuda el hecho de pensar que mi esposo también quiere lo mejor para ellos y trato de respetar lo que siente como deber de padre (por otro lado, muchas veces me doy cuento de que él tiene razón). Cuando no sé qué hacer, rezo. También tratamos de poner en práctica las palabras que el Papa Francisco nos aconseja: «Por favor, gracias, lo siento», o bien «que el sol no se ponga sobre tu ira». Por experiencia personal, considero importante respetar el tiempo que el otro emplea para afrontar una situación difícil. En tales momentos trato de expresar mi amor con un beso o una caricia. El matrimonio educa realmente a la alteridad. Hemos visto que funciona la receta de elogiar al otro por cosas mínimas. Pavel es un maestro en ello. (K.S. – República Checa) Nuestra huésped Desde los comienzos de la pandemia, con la comunidad de la que formamos parte nos habíamos comprometido a mantener los contactos con los miembros del grupo para asegurarnos de que todos estuvieran bien, dándoles prioridad a las personas que están solas. Cuando una de ellas, que por lo general es muy activa, se fracturó el brazo derecho a raíz de una caída, mi esposo y yo le ofrecimos hospitalidad durante algún tiempo, en nuestra casa. Aceptó. Mientras tanto, debido a las fiestas de fin de año, se imponían nuevas normas sanitarias, cada vez más restrictivas. Como nuestra huésped iba a quedarse aislada en Navidad y Año Nuevo, le propusimos que prolongara su estadía con nosotros. Quedó muy impactada por el espíritu de verdadera familia de nuestra comunidad, y ella lo atribuyó a que poníamos en práctica el precepto de Jesús «Lo que ustedes le hayan hecho a uno de mis hermanos más pequeños, me lo habrán hecho a mí». Y cuando, ya físicamente más autónoma, regresó a su casa, consciente de que el Evangelio puede ser el cimiento de la vida, se puso enseguida a ayudar a los que podían encontrarse en necesidad. (Constance – Canadá) “Ese” violín Cuando tenía doce años, el matrimonio de mis padres se deshizo, pero durante los siguientes diez años seguimos viviendo en el mismo apartamento. Mi madre y yo en una habitación, mi padre en la otra. El resto de las habitaciones eran de uso común. Las escenas vividas con ocasión de los trámites de divorcio me hicieron insegura y temerosa. Yo me había puesto claramente del lado de mi madre y por ello tuve que devolverle incluso el violín con el que me ejercitaba. Algunos años más tarde, quise presentarle a mi novio, pero él no quiso conocerlo; no vino al casamiento y ni siquiera quiso conocer a los dos nietos que nacieron. Pero nosotros no nos dimos por vencidos y para vivir con coherencia nuestra vida cristiana, olvidando las viejas heridas, seguimos escribiéndole e invitándolo a nuestra casa. Al final, un día vino a conocer a su yerno y a sus nietos. Sintió que lo queríamos, y poco a poco empezó a quedarse cada vez más tiempo y a traerles regalos a los niños. Cuando supo que uno de ellos estaba aprendiendo a tocar el violín, trajo “ese” violín. (S. – Hungría)
A cargo de: Maria Grazia Berretta
(extraído de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VIII, número 2, mayo-junio 2022)
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