¿Es posible imitar al Padre poniendo en práctica un amor que llegue hasta el perdón? Efectivamente, es complicado, pero la verdadera condición que nos permite hacer un gesto tan grande es haber recibido en vida “la gracia de la vergüenza”, como dice el Papa Francisco, y la consecuente alegría de haber sido perdonados. Es un camino misterioso por el que la Cuaresma nos pide que caminemos, para que al final podamos disfrutar de paisajes maravillosos. Heridas sanadas Un día, una persona me hizo un montón de reproches que, según mi orgullo, no merecía. Durante algún tiempo, esta falta de respeto me consumió por dentro. Tuve la tentación de limitar la relación, no quería tener nada más que ver con esa persona desagradable, pero de esa manera no habría sido coherente con mi elección de vivir el Evangelio. ¿Cómo sanar esta herida? Me dirigí a Jesús e inmediatamente pensé: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Durante días practiqué con aquellos con los que tenía que relacionarme, incluidos los que me habían hecho daño, y en lugar de pensamientos molestos sentí que algo sanaba dentro de mí. Esa sensación de alivio que sólo el perdón puede dar. (R. – Italia) Amor incondicional Desde hace algún tiempo, las discusiones entre mi mujer y yo se habían intensificado. Quién sabe por qué, bastaba un pequeño desacuerdo, una palabra fuera de lugar, nada para que empezáramos a alzar la voz, reviviendo viejas historias. Una de esas noches, cuando el ambiente se había vuelto tenso, nuestra hija de nueve años parecía estar jugando a lanzar aviones de papel desde la escalera de arriba. Ella sonreía y su hermano pequeño parecía estar divirtiéndose como nunca. Intrigado, tomé algunos de ellos y se los mostré a mi esposa. Al observar más de cerca, cada uno de los aviones estaba decorado con corazones y mensajes como: “Los queremos mucho”, “Son los padres más hermosos del mundo”, “Queremos oírlos cantar”. Mientras mi mujer los leía, las lágrimas inundaban su rostro. Avergonzados, nos miramos, luego nos abrazamos, prometiendo encontrar nuestra unidad en ese “Sí” de amor que dijimos hace años. (M. – Portogallo) El primer paso Desde la adolescencia, mi padre y yo no nos soportábamos. Mi madre sufría por eso, pero no veía ninguna solución para nuestra familia. Durante un viaje al extranjero, le conté a un amigo mío que participaba en un movimiento católico y que, en casos difíciles, solía preguntarse: “Si yo no amo a esa persona, ¿quién la amará en mi lugar? Volví de ese viaje atesorando estas fuertes palabras y, curiosamente, me acordé de tantas oportunidades perdidas en las que hubiera podido tener un gesto de cariño hacia mis padres. Para enmendarlo, empecé con pequeñas cosas, servicios sencillos relacionados con mi experiencia, que solía evitar… En resumen, algo cambió en mí. Han pasado décadas desde entonces, y ahora que tengo una familia e hijos, entiendo la importancia de dar el primer paso, como si la alegría de la otra persona dependiera únicamente de mí. (R.T. – Ungheria)
Editado por Maria Grazia Berretta
(extraído de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VIII, nº 2, marzo-abril de 2022)
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