Mirar los gestos de amor que hacen los demás genera a veces una tensión que, como sucede con los imanes, nos atrae, nos ablanda el corazón y despierta en nosotros el deseo de “adherir”, de hacer lo mismo. Es algo que no pasa desapercibido, capaz de contagiar verdaderamente a muchos. Poesías para la madre Con mi madre nunca había habido una relación fácil. Criticaba mi fe, me consideraba ilusa. Después de irme de casa, mantuve más la relación con mi padre, que sabía equilibrar sabiamente la situación. Un día me llamó: mamá estaba en el hospital con una enfermedad grave. Cuando fui a visitarla, pensé en lo que podría darle alegría. Sabía que le encantaban los poemas de Attila József, así que le compré un audiolibro suyo. Mamá ya no era ella misma, transformada por el dolor. Pero en cuanto empezó a escuchar aquellas poesías, sus ojos se volvieron tan brillantes como si estuviera soñando. Mis visitas posteriores se convirtieron así en un descubrimiento o redescubrimiento de nuestro poeta nacional, pero fue una gran alegría para mí ver que ella también había implicado a otros enfermos en la lectura o escucha de los poemas. Gracias a este gesto de caridad hacia ellos, tuve la impresión de conocer a otra persona: “Me enseñaste que hay que amar a todos”, comentó. ¿Y yo? Yo tomé su último respiro sereno y confiado. (L.M.L. – Hungría) Tres veces al día En los gastos habituales de nuestro presupuesto familiar, habíamos incluido una cantidad para ponerla a disposición de los necesitados. Solo que ese día no pudimos sacarla porque había muchos gastos. Fue un verdadero disgusto para nosotros. En ese momento, nuestros dos hijos pequeños llegaron con sus monederos y, delante de nosotros, vertieron todo el contenido, todos sus ahorros, sobre la mesa. El episodio tuvo una secuela cuando la abuela vino a visitarnos y los niños le contaron lo que habían hecho. Ella nos miró perpleja: “¿Pero como, ayudan a los demás cuando ustedes también tienen problemas?”. Antes de que pudiéramos responder, fue el más pequeño quien desbloqueó la situación: “¡Pero abuela, nosotros comemos tres veces al día!”. Con esa frase, volvió la serenidad y unos días después la abuela regresó con un sobre en la mano: “Esta es mi contribución para juntar con la de ustedes… Después de todo, ¡yo también como tres veces al día!” (L.R. – Italia)
Editado por Maria Grazia Berretta
(extraído de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, anno IX – n.1° septiembre-octubre 2023)
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