Jesús invita a reconocer la cercanía amorosa de Dios e indica cómo actuar en consecuencia: descubrir en la voluntad del Padre el camino para alcanzar la plena comunión con él. Huracán Las imágenes de la televisión mostraban las localidades afectadas por el huracán y que habían quedado aisladas, y como allí vivían nuestras familias es posible imaginar nuestra ansiedad, de nosotros seminaristas. La Palabra de vida del mes era muy adecuada: exhortaba a tener fe. Unidos, rezamos por nuestros queridos parientes y obtuvimos por parte de nuestros formadores el permiso para ir a verlos al día siguiente. Pero justamente esa noche la capital también fue objeto de esa calamidad: calles inundadas, puentes caídos, sin electricidad… Nuestro seminario, sin embargo, quedó en pie. De todos modos salimos. Durante el viaje, caminando o con medios precarios, en bote o atados a sogas para vencer la resistencia de los ríos, infinitas veces nos vimos obligados a desviar el camino. Pero al final llegamos a nuestro pueblo… ¡irreconocible! En donde antes había campo sembrado ahora había un lago. Tras haber abrazado a nuestros seres queridos (lo habían perdido todo, pero estaban sanos y salvos), nos pusimos a disposición del párroco para los primeros auxilios. La nueva Palabra propuesta para ese mes parecía que estuviera dirigida justamente a nosotros, para darnos coraje e infundirlo a los demás: “Bienaventurados los afligidos…”
(Melvin – Honduras)
El paraguas Sabiendo que en los pobres y los marginados está Cristo que pide ser amado, trato de no perder las ocasiones para hacerlo. Por ejemplo, en el bar que está cerca de mi casa había detectado a un pobre, al que llamaban Penna, que ese día estaba empapado porque llovía mucho. Yo sabía que él había tenido tuberculosis, y superando una cierta resistencia de que me vieran en su compañía, lo invité a mi casa, para darle algo de ropa seca. Mi familia quedó estupefacta e incrédula. “Papá, necesitaría un poco de ropa…”. Al comienzo mi padre no estaba demasiado convencido, pero luego me consiguió un par de pantalones, mientras yo buscaba una chaqueta. Pero la lluvia no daba señales de querer terminar… Y yo, volví a la carga: “Papá, ¿y si también le damos un paraguas?”. Llegó también el paraguas. El pobre estaba feliz, pero más lo estaba yo, porque nos habíamos esforzado juntos para ayudarlo. Pero la cosa no terminó allí. Algunos días después, Penna volvió para devolvernos el paraguas. En realidad, no era el que le habíamos dado, sino que era uno más bonito. Lo que había pasado era que se lo habían robado, y alguien después le había regalado uno nuevo. Y él quería devolvernos el favor.
(Francesco – Italia)
El amor no se explica con palabras Poco después de nacer, le habían diagnosticado a Mariana una lesión cerebral. No iba a poder hablar ni tampoco caminar. Pero Dios nos pedía que la amáramos así y nos encomendamos a sus brazos de Padre. La niña vivió con nosotros sólo cuatro años; nunca oímos de su boca las palabras papá o mamá, pero en su silencio hablaban sus ojos, que tenían una luz resplandeciente. No pudimos enseñarle a dar los primeros pasos, pero ella nos enseñó a dar los primeros pasos en el amor, en la renuncia a nosotros mismos para amar. Mariana ha sido para toda la familia un regalo de Dios, que podríamos resumir en una única frase: el amor no se explica con palabras.
(Alba – Brasile)
Recopilado por Lorenzo Russo
(extraído de El Evangelio del día, Città Nuova, año VII, número 3, mayo-junio de 2021)
0 comentarios