«¿Un traslado justamente aquí?» Con un cierto temor, se le abren a Francesca las puertas de la cárcel. Es una serie de grandes portones de hierro, una decena. Alguien lo definió como “un descenso al infierno” Después de un curso para docentes que asisten a las cárceles, Francesca entra al salón de clase por primera vez. «Pensé que habría sido ayudada por un agente de policía, sin embargo el único agente que estaba de turno tenía que controlar a una decena de aulas y además, contemporáneamente debía hacer otras tareas. El segundo día pensé: “¡Así no puedo seguir!”. Si tengo miedo, no sirve de nada que Dios me haya enviado a este lugar!”. Desde ese momento comencé a sentirme libre de amar». Tratando de ver en los detenidos solo personas en quienes estaba Jesús, comenzó para Francesca un viaje. No se trataba tanto de ir y venir desde un lugar sin límites a un lugar de reclusión, sino ir al corazón de muchas historias, impregnadas de verdadera humanidad, con errores, miedos, angustias, pero también con la voluntad de querer retomar con sus propias manos el hilo de la propia vida. Comenzó un diálogo profundo, dentro del respeto de los roles. «Trataba de preparar lo mejor posible las clases, para que fueran cautivadoras. Sabía que Jesús estaba conmigo en la cárcel. En la hora de Ciencias comencé a explicar anatomía y la relación entre los órganos y los aparatos de nuestro organismo. Después de esa clase, algunos de los detenidos comenzaron a disminuir la cantidad de cigarrillos que consumían, fueron abandonando el uso de tranquilizantes y dejaron de exponerse al sol durante la hora de recreo». «Además de la dificultad de enseñar a estudiantes con distintos niveles de preparación – explica Francesca- se agregaban problemas de todo tipo, el retumbe de las puertas, la asistencia intermitente de los estudiantes, el ir y venir constante hacia otros establecimientos penitenciarios. Por esto, el que estaba delante mío en ese momento se convertía en algo más importante aún. Podría suceder que no lo volviera a ver nunca más». Ermal es un joven albanés de destacada inteligencia. Francesca le regala el texto de una entrevista del Papa Francisco que se refiere a su relación con los detenidos. Desde ese día comienza un diálogo profundo sobre Dios y sobre la oración. En poco tiempo, Ermal logra brillantes resultados en el estudio. “Profesora, disculpe, no logro hacer nada, ¡estoy lleno de problemas!”. Dice un joven de Túnez con su cabeza entre las manos, delante de la hoja en blanco de una tarea que había que hacer en clase. «Conseguí el permiso de llevarle unos auriculares para el PC y de ver con él alguna película en su idioma. Poco a poco se fue aflojando, comenzó a hacer deporte, recurrió a una apelación y ahora espera la reducción de su pena. Ahora, cuando me ve, me saluda sonriente, detrás de las rejas». «En Navidad – sigue el relato de Francesca- fuimos invitados a participar en la Misa de la Vigilia. Fui la única que asistió, los otros docentes habían ido a la que había sido celebrada para los “protegidos”. No nos habíamos puesto de acuerdo. Entre los presentes estaban no sólo los cristianos, sino también musulmanes y otros que no profesaban ningún credo religioso, algunos de ellos estaban presos por crímenes graves. El Obispo exhortó: “Ustedes no son los crímenes que cometieron, ustedes son personas. El crimen pertenece al pasado, ahora miramos hacia adelante con esperanza”. «En enero Ermal obtuvo el arresto domiciliario. Pero durante ese período se acercó a la banda que era el origen de sus problemas. No podíamos tener vínculo con él, y tampoco conocer su paradero. Lo confiaba todos los días a María, pidiéndole que lo hiciera volver por lo menos a la escuela. Después de dos meses, por evasión domiciliaria, ¡Ermal volvió a la cárcel! Para nosotros fue una “buena noticia” y para él fue la ocasión de continuar los estudios. En poco tiempo superó brillantemente el examen de fin de año. La Presidente de la comisión le dijo: “¿Sabes que eres una persona muy inteligente?” ¿Qué programa tienes para el futuro?”. Estudiar, respondió – y entrar en la Universidad». «Después de un año de trabajar en esta escuela, puedo decir que conocí otro mundo, casi un universo paralelo. Mi corazón se agrandó, mi modo de pensar cambió. Muchas cosas que “afuera” parecen necesarias, en una vida llena de privaciones no son necesarias, o se redimensionan». Y la transformación que Dios realiza en los corazones no conoce rejas ni límites.
Poner en práctica el amor
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