Movimiento de los Focolares

Evangelio vivido: “Sed misericordiosos como vuestro Padre”

Mar 19, 2019

Somos hijos de Dios y podemos asemejarnos en aquello que lo caracteriza: el amor, la acogida, el saber esperar los tiempos del otro.

Somos hijos de Dios y podemos asemejarnos en aquello que lo caracteriza: el amor, la acogida, el saber esperar los tiempos del otro. En el  banco Trabajo en un banco, y siempre he tratado de ser un elemento de unión entre mis colegas; tal vez por eso me cayó muy mal descubrir, un día, que uno de ellos se valía de mí para desprestigiar a su jefe. Esa noche, en la iglesia, me volví a proponer que alejaría de mí todo pensamiento negativo para con ese colega y que me relacionaría con él como siempre. Luego, al encontrar otro trabajo,  anunció su renuncia y me saludó agradeciéndome por haber sido siempre un amigo para él. No me lo esperaba, pero estaba feliz de saber que mi esfuerzo no había sido en vano. (F.S. – Suiza) Una fe madura Día tras día mi marido va perdiendo la memoria y sus capacidades, y yo misma ya no consigo agacharme para recoger algo… y me pregunto: ¿es ésta la vida?  Escuchando al Papa Francisco cuando les habla a los jóvenes de los ancianos, me volvió la esperanza y una fuerza nueva para afrontar las dificultades de la vejez y las enfermedades. Siempre había rechazado la fe como la panacea de todos los males; fue necesaria toda una vida para llegar a una fe más madura. (F.Z. – Polonia) Dos horas preciosas Hoy era mi turno de voluntariado en el hospital, pero llovía y estaba cansada; es que ya tengo 62 años y sufro de artrosis. Pero pensando en esos enfermos fui de todos modos.  Cuando llegué al hospital, me encontré con un paciente deprimido, desnudo, inmóvil, sin que nadie lo atendiera. Pasé dos horas con él, tratando de darle todo aquello de lo que yo era capaz. ¡Y pensar que anoche, haciendo un balance de la jornada,  me había sentido una inútil! (M. – Italia) Sola Cuando murió mi marido, tras sólo cuatro años de matrimonio, me pregunté: ¿cómo podré criar yo sola a mis niñas? Encontré la respuesta en la Palabra de Dios, que es Padre de todos.  Era sólo  cuestión de que la pusiera en práctica.  Lo comprobé muchas veces, sobre todo cuando los problemas se hicieron más complejos a medida que ellas iban creciendo: escoger el tipo de escuela, las amistades, las horas de esparcimiento… A veces experimento la misma desolación de muchas personas, solas como yo llevando adelante una familia.  Es entonces cuando, al seguir creyendo en el amor de Dios, encuentro el equilibrio, la posibilidad de volver a reiniciar un diálogo con mis hijas, incluso en cuestiones delicadas. (I.C. – Italia)  

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