Poner a Dios en el centro y asegurarnos de no vacilar. Vivir plenamente lo que este salmo expresa es el consuelo más grande que uno pueda recibir: sentirse conducido y saber, en lo profundo del corazón, que sólo él hace bien todas las cosas. Semillas de Paz En el edificio en donde vivimos crecía el malhumor con relación a la administración, a las reparaciones, a los ruidos. Un día reflexionaba acerca de las palabras de un sacerdote: la paz, decía, empieza dentro de nosotros, en la conciencia en donde está la semilla de la verdad que es Dios. Es una semilla que germina con la caridad puesta en práctica en las diferentes situaciones de la vida. Hablando de todo ello con mi familia, se nos ocurrió hacer cada día alguna mejora en el edificio, pero sin que se vea quién es el autor. Por ejemplo, eliminar las hojas amarillas de las plantas que están en la entrada y regarlas, limpiar los vidrios y los marcos de los cuadros en el hall, a los que tal vez nunca se les había quitado el polvo desde que se habían colocado allí. Sin duda eran tareas de la persona a la que pagamos para la limpieza, pero en la primera reunión de consorcio el administrador destacó el hecho que desde hacía un tiempo todos sentían que el ambiente era más acogedor. Surgieron incluso algunas ideas de cómo pintar la escalera. Cuando se lo dije a mis hijos, quedaron muy entusiasmados. Un aporte para mejorar el mundo puede empezar incluso desde el propio edificio. (C. – Croacia) El “montoncito” Desde los comienzos de nuestro matrimonio, hemos puesto siempre todo en común. Un día mi esposa y yo nos sentamos con lápiz y papel para ordenar la economía familiar. Más allá de las cifras áridas, cada salida y cada entrada marcaban un crecimiento en la calidad de la relación entre nosotros. Hicimos participar también a nuestros hijos. Desde ese momento pasó a ser normal que el par de zapatos que no usábamos me lo indicaran como que era una necesidad de alguien o que entre las salidas indispensables había que poner una suma a disposición del prójimo en dificultad. Un paso ulterior fue el que nosotros hemos llamado “el montoncito”: es fijarse en lo que no es estrictamente necesario para darlo a otros. Sólo después de haberlo hecho nos dimos cuenta de la importancia de ese acto. Nos percatamos de que habíamos iniciado una relación con todos los que podían tener necesidad de todo. Incluso un bolígrafo, un libro, una manta se volvían signos de atención para con el prójimo. Esta forma de comportarnos ha renovado nuestra vida. (L.R. – Olanda) Confiar Había perdido mi trabajo, pero estaba confiada de que la Providencia de Dios me haría encontrar otro. ¿Acaso no había experimentado ya muchas veces el “Dad y se os dará” (Lucas 6,38) como respuesta a mi esfuerzo por poner en práctica el amor evangélico? Ese mismo día, en la parroquia, yo tenía que contar mi experiencia cristiana. Tras haber mencionado que también estaba buscando trabajo, una chica presente en el encuentro me hizo saber que en la empresa de su padre justamente andaban buscando un empleado. Fue así como, teniendo confianza, encontré trabajo. (F.I. – Italia)
Recogido por Maria Grazia Berretta
(extraído de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VIII, número 2, mayo-junio de 2022)
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