Uno de los sufrimientos más grandes del ser humano es sentir la propia impotencia ante los hechos de la vida, aceptar que no podemos hacer nada. Ser instrumentos en las manos de Dios quiere decir, por lo tanto, ponerse a disposición, redescubrir el propio valor al dejar hacer a Otro; aprender el arte de confiar y confiarse. Prudencia Como responsable de un departamento de la empresa en la que trabajo, un día noté que un colega, que por lo general es muy sereno, tenía una actitud agresiva. Lo invité a conversar y me confió los problemas que tenía con su esposa, que se había vuelto tan violenta que había llegado a golpearlo. Pretendía que él le diera cada vez más dinero. Este era el motivo por el que estaba haciendo horas extra. A partir de ese momento este colega empezó a llamarme por teléfono fuera del horario laboral cada vez que las cosas iban mal, seguro de encontrar en mí una escucha desinteresada. Pero cuando me di cuenta de que me había vuelto para él una especie de refugio, advertí, por prudencia cristiana, la necesidad de hablar al respecto con mi esposo. Y precisamente él, después de ayudarme a entender que para ese hombre podía representar no solo una amiga sino el ideal de mujer, propuso una idea que terminó siendo un éxito; invité a la familia del colega con la excusa de un cumpleaños. Después de que nos confiamos a Dios y gracias al clima que se creó a través de juegos y de los comentarios simpáticos de nuestros hijos, se instauró una relación con la otra pareja que hace esperar que se logre un cambio en la situación. (G.T. – Portugal) Adiós, bici. Desde hace algún tiempo había tenido que guardar en el garaje a mi amada bicicleta, compañera de tantos paseos y viajes. El hecho es que el uso de lentes multifocales me había obligado a moverme a pie. A decir verdad me costaba un poco, la bici me resultaba muy útil, porque en la cesta podía llevar las compras y ahora las tenía que llevar a mano. Por suerte vivo en un pequeño centro donde todos los lugares quedan cerca. Sin embargo descubrí una ventaja de prescindir de las dos ruedas, además de evitar las caídas, tan desastrosas cuando se llega a cierta edad. Ir a pie ofrece la posibilidad de encontrar a muchas personas, de intercambiar dos palabras… y siempre hay algo triste o alegre que compartir. En fin, todo es expresión del amor de Dios, si nos disponemos a hacer su voluntad. Mejor tratar de llegar al Paraíso sin la bicicleta que moverme más velozmente… ¿y hacia dónde? (Marianna – Italia)
A cargo de Maria Grazia Berretta
(tomado de Il Vangelo del Giorno (El Evangelio del día), Città Nuova, año IX – n.1 – enero-febrero 2023)
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