La elección de amar a Jesús en su abandono en la cruz y de preferirlo a cualquier otro amor, se convirtió para Chiara Lubich en una especie de brújula que orientaba su vida y la liberaba de muchas preocupaciones. […] Hemos observado que la llamada a seguir a Jesús Abandonado de un modo radical no se hizo una sola vez, es decir, cuando inició el Movimiento. En efecto, de vez en cuando, durante estos años, Jesús nuevamente nos la fue subrayando con acontecimientos o consideraciones especiales. Así me sucedió a mí en 1954. […] Por primera vez un focolarino era ordenado sacerdote. Yo tenía que ir de Roma a Trento para asistir a la ordenación sacerdotal de don Foresi realizada por el arzobispo de esa ciudad. Como yo no estaba bien de salud, se pensó que hiciese la mayor parte del viaje en avión. Apenas subí, una azafata muy amable, para facilitarme el viaje me invitó a pasar a la cabina del piloto. Estando en ella, enseguida me impresionó el magnífico panorama que se podía observar: amplio, completamente despejado, a través de la cabina toda de cristal. Pero no fue el panorama lo que más me impactó espiritualmente. Fue más bien una somera explicación del piloto sobre lo que es importante para conducir un avión. Me dijo que para hacer un viaje directo y seguro era necesario, ante todo, fijar la brújula en el punto de llegada. Y después, a lo largo del trayecto había que vigilar que el avión no se desviara nunca de la ruta establecida. Al escuchar esta explicación, surgió inmediatamente en mi espíritu un paralelismo entre lo que es un viaje en avión por este mundo y lo que es el viaje de la vida: hoy diría el “Santo Viaje”. Me pareció comprender que también para este era necesario fijar desde la salida la ruta con precisión, el camino de nuestra alma, que es Jesús Abandonado. Después, a lo largo de todo el trayecto, hacer solo una cosa: permanecerle fiel. Sí, el camino al que Dios nos llama a todos nosotros es solo este: amar a Jesús Abandonado siempre. Esto significa abrazar todos los dolores de nuestra existencia. Significa amar, adecuando siempre nuestra voluntad a la suya. […] Amar a Jesús Abandonado significa conocer la caridad; saber cómo hay que amar a nuestros prójimos (como hizo Él, hasta el abandono) Amar a Jesús Abandonado siempre, significa poner en práctica todas las virtudes, que en aquel momento Él vivió de modo patente y heroico. […] Creo poder afirmar que orientar la brújula de nuestra alma hacia Jesús Abandonado es lo mejor que podemos hacer para continuar y terminar el Santo Viaje, y para recorrerlo también con cierta facilidad. Si el piloto –que pude observar que se movía con libertad– no usa riendas como para manejar un carro, ni volante como en un auto, también nosotros, si orientamos la aguja de nuestra brújula espiritual hacia Jesús Abandonado, no tendremos necesidad de otras cosas para llegar seguros a la meta. Y así como en el viaje en avión no existen las sorpresas de las curvas, porque se viaja en línea recta, ni se encuentran las montañas, porque inmediatamente se sitúa a gran altura, también en nuestro viaje, con el amor a Jesús Abandonado, nos situamos rápidamente en lo alto; no nos asustan los imprevistos, ni sentimos tanto el esfuerzo en las cuestas, porque por Él, las sorpresas, los esfuerzos y los sufrimientos ya están todos previstos y esperados. Fijemos, por tanto, la brújula en Jesús Abandonado y permanezcámosle fieles. ¿Cómo? Por la mañana, al despertarnos, orientemos nuestra brújula a Jesús Abandonado diciéndole “Aquí me tienes”. Después, durante el día, de vez en cuando echémosle una ojeada: veamos si estamos siempre en línea con Jesús Abandonado. Y si no fuera así, con un nuevo “Aquí me tienes” orientémonos otra vez y el viaje no peligrará. […] Si hacemos el viaje de la vida en compañía de Jesús Abandonado, también nosotros podremos repetir al final la famosa frase de santa Clara: “Vete segura, alma mía, porque un buen compañero llevas en tu camino. Vete, porque el que te creó siempre te ha mirado y te ha santificado”. […]
Chiara Lubich
(En una conferencia telefónica, Rocca di Papa, 5 de enero de 1984) Cf. Chiara Lubich, Fijar la brújula, La Vida un Viaje, Ciudad Nueva, Madrid 1994, pp. 143-146.
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