Eugene es ingeniero, Ann técnica en informática. «Sin embargo – puntualiza ella – luego de 10 años de una carrera exitosa, decidí dedicarme por completo a nuestro proyecto de familia. Al poco tiempo de haber tomado esta decisión, nos llenó de alegría la noticia que estábamos esperando un bebé». En noviembre de 2009, la felicidad por el nacimiento de Erin duró poco. Dos semanas más tarde, el 6 de diciembre, percibiendo una cierta dificultad para nutrirla, decidieron llevar a la pequeña al hospital. Después de algunos exámenes se llegó al diagnóstico: sepsis neonata ly la meningitis, potencialmente letal. Eugen y Ann reviven con emoción esos momentos. «Era el 7 de diciembre – recuerda Eugene – y temprano por la mañana renovamos nuestro “sí” a la voluntad de Dios. Poco tiempo después el médico nos informó que la infección estaba en una fase avanzada y la niña en condiciones críticas. Por la tarde, Erin fue bautizada». Al día siguiente, los latidos eran débiles, los ojos insensibles a la luz. Los médicos aconsejaron trasladarla a un hospital mejor equipado y lógicamente más caro. Sigue Eugene: «Ann me ayudó a hacer un acto de fe, aceptando hacer todo lo que nos sugerían y sólo después preocuparnos por los gastos. Le pedí a Dios: “¿Por qué?”. En la ambulancia trataba de estimularla, acariciándola y cantándole canciones de cuna. Los latidos estaban desapareciendo. Pero en el fondo seguíamos creyendo que había alguna razón, aunque fuese incomprensible para nosotros. Una vez más pronunciamos nuestro “sí”. En Urgencias, viendo su cuerpecito lleno de agujas y tubitos, no podíamos evitar de llorar, dándonos cuenta de la gravedad de la situación. Era el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de María. En la capilla del hospital Le entregamos a nuestra bebé». Ann: «La situación era crítica, la infección parecía haber alcanzado el cerebro. Los médicos nos dijeron que anteriormente otros pacientes, en condiciones similares, no habían sobrevivido o habían quedado discapacitados. Podíamos sólo esperar y rezar. Más exámenes, transfusiones, otros análisis. Erin parecía un pequeño Jesús crucificado, sufrido e impotente. Podíamos sólo estar también nosotros, como María, “a los pies de la cruz”». Agrega Eugene: «Nos mirábamos, asegurándonos recíprocamente nuestro amor y el deseo de permanecer unidos. Esa noche, nos preguntamos si realmente estábamos dispuestos a aceptar cualquier cosa. Ann se acordó de Abraham, dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac. Y de Job, que permaneció fiel aun cuando lo perdió todo: “El Señor da, el Señor toma”. Erin no era nuestra, pertenecía a Dios». Ann se ilumina: «Sin embargo, con el pasar de los días, notábamos unas mejorías. Erin respondía bien a los tratamientos. Un examen muy exhaustivo reveló que la actividad cerebral era normal, a pesar de la gravedad de la infección. Rápidamente los médicos y los enfermeros lo definieron un pequeño milagro. Día tras día, ella se volvía cada vez más fuerte, una pequeña mujer que luchaba valientemente para vivir. Gracias a ella, aprendimos que “ser” es más importante que “tener” o “hacer”. Nos estaba enseñando la vida». Eugene: «Pasamos nuestra primera Navidad, siendo tres, en el hospital. En medio de tanta incertidumbre nos recordamos lo que Chiara Lubich dijo: “Solo Dios es fuente de alegría y de felicidad plena”. Nos sostenían la presencia de Jesús en medio nuestro, la comunidad de los Focolares, la familia y los amigos. 23 días después volvimos a casa. Erin estaba completamente curada». Concluye Ann: «Al igual que todos, nosotros también tenemos nuestras preocupaciones. Pero sabemos que nuestras hijas antes que nada pertenecen a Dios. Nuestra tarea como padres es acompañarlas en el descubrimiento del diseño que Dios tiene sobre ellas». Mientras hablaban, Erin, muy vivaz, jugaba alegre con su hermanita Anica. 7 y 5 años de alegría e inocencia.
Poner en práctica el amor
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