El nombre de Ecuador, viene justamente de la línea ecuatorial, que pasa a pocos kilómetros de Quito, su capital. En poco más de 280.000 km2 encontramos una variedad increíble de paisajes y de climas: imponentes montañas, nevados perennes que coronan los volcanes más altos de la tierra, la selva amazónica, la costa pacífica y las islas Galápagos.
Pero ¿quiénes han sido los primeros ecuatorianos a conocer este estilo de vida? Todo inicia con Argenta Peñaherrera Perkins, hija del Embajador ecuatoriano ante la Santa Sede en los años ’60. Argenta conoce el Movimiento de los Focolares en Roma y cuando regresa a Quito involucra a muchos jóvenes en esta pasión por la fraternidad universal. Anna Sorlini, focolarina italiana que vive en Argentina , comienza a visitar este primer grupo; estamos ya al final de los años ‘60 cuando algunos de ellos parten a Buenos Aires para hacer la experiencia de la Mariápolis. Desde entonces el desarrollo del Movimiento en las distintas ciudades ecuatorianas no se ha detenido.
El 10 de agosto de 1981 llegan a Quito las primeras focolarinas que se establecerán en la capital ecuatoriana, a 2800 metros sobre el nivel del mar, en 1989 se abre también el focolar masculino, mientras en el 2008 se abre otro focolar femenino, esta vez en Guayaquil, la ciudad más poblada del Ecuador, en la costa sur del país.
Además de las consolidadas comunidades de Quito y Guayaquil, encontramos todavía dos, muy vivas, en Esmeraldas e Ibarra. Pero también existen personas o grupos del Movimiento en varias otras ciudades: Ambato, Santo Domingo, Riobamba, Otavalo, Durán, Sanborondón, etc. Se estiman al rededor de 2.500 los miembros del Movimiento en el país
En 1990, Argenta dona al Movimiento un terreno en el cual, poco a poco se va construyendo el pequeño Centro Mariápolis de Ecuador. Chiara lo llamará: “Concordia” (www.centromariapolisconcordia.org)
Con el pasar del tiempo, en la vida del Movimiento, se delinea un recorrido que se revela particularmente acorde con los desafíos locales, en el camino hacia el mundo unido. Se trata de la interculturalidad. El Ecuador de hecho es un país multicultural por la presencia de etnias bien definidas: mestizos, afro descendientes, indígenas y montubios (agricultores de la costa). Un pequeño país, pero con una inmensa biodiversidad tanto ambiental como humana. La nueva Constitución, aprobada en el 2008, cita 11 veces el término “interculturalidad” entendido justamente como unidad en la diversidad.
Desde el 2006 las Mariápolis en Ecuador han tenido esta más o menos explícita intención: vivir una experiencia intercultural, abrirse a las personas de otras etnias, justamente para generar, según una expresión usada por Chiara Lubich, en el Santuario de Guadalupe en Méjico, un intercambio de dones entre culturas: “No se trata sólo de hacerse uno con otro pueblo espiritualmente –dijo en aquella ocasión-, descubriendo quizás y potenciando las ‘semillas del verbo’ presentes en él, sino asumiendo también nosotros, con humildad y gratitud, ese algo de válido, que ofrece la cultura de nuestros hermanos”. Y es ésta justamente la experiencia apasionante que estamos haciendo en el interior del Movimiento: conocernos para reconocernos, conocer la belleza de las distintas culturas para reconocernos hermanos, necesitados los unos de los otros.
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