Siempre lista, disponible, cercana y al mismo tiempo capaz de ver la perspectiva global. Nos ha dejado el 5 de diciembre. Desde 2014 era consejera del Centro Internacional del Movimiento de los Focolares.
Hoy, saber mirar y contener un horizonte que se hace “cada vez más amplio” es un talento necesario para quienes ocupan cargos directivos en organismos internacionales que expresan la gran complejidad que caracteriza este momento. Friederike Koller tenía esta capacidad. Nos dejó el pasado 5 de diciembre después de una enfermedad repentina y una vida intensa, transcurrida principalmente entre Europa y África, pero vivida con mucha gente de todos los continentes. De hecho, de 2014 a 2020 Friederike, focolarina alemana, ocupó el cargo de consejera en el centro internacional del Movimiento de los Focolares como delegada central, junto a Ángel Bartol; es decir, fueron los colaboradores más cercanos de la presidente y copresidente del Movimiento, con una tarea importante y delicada: trabajar para mantener la unidad de las comunidades de los Focolares en el mundo. Un encargo “glocal” podríamos decir, con desafíos continuos y sumamente variados, donde las diversidades culturales, sociales y políticas exigían tener ante los ojos la visión global de pueblos enteros, sin olvidar, sin embargo, la atención a las personas individuales. Friederike era médica de profesión y, como dijo Peter Forst, focolarino alemán, “siempre se ha preocupado por curar, nunca por infligir nuevas heridas. Escuchar, saber esperar, dejarse tocar profundamente por las preguntas, implicarse siempre, estar cerca, afrontar conflictos, ganarse la confianza: estas fueron algunas de sus grandes fortalezas”. La atención a cada uno y las ganas de jugarse por algo grande han caracterizado las elecciones de Friederike desde pequeña: primero la música y la danza porque -explicó- la dejaban “entrar en un mundo que no pasa, que sabe a la eternidad”. Pero, con la adolescencia, surgieron los grandes interrogantes sobre el sentido de la vida. Una búsqueda que la llevó primero a inscribirse en la Facultad de Filosofía y luego a cambiar decididamente el campo de estudio: optará por la Medicina porque podría ayudar a muchas personas y quizás a captar el “secreto” de la vida. Un episodio trágico marcó un paso más hacia el descubrimiento de ese sentido que tanto buscaba: paradójicamente, la absurda muerte de una amiga, tras un grave accidente, hizo brecha a la presencia de Dios en ella y a un primer coloquio con Él. “Por primera vez -dice- aquel Dios que yo sentía solo como un ‘juez’ se convierte en vida, belleza, armonía”. Así descubre en Él la verdad que tanto había buscado. El primer contacto de Friederike con la espiritualidad de los Focolares coincidirá con el descubrimiento de un Evangelio “posible” y practicable. “Mi concepción individualista de pensar y hacer – dice – cayó y poco a poco comencé a mirar a las personas que me rodeaban como verdaderos hermanos y hermanas, confiando en el amor del Padre por cada uno”. La vida se vuelve intensa y rica: en el trabajo, con los jóvenes, atendiendo a los más pobres. “Sentía en mi interior el deseo de entregarme plenamente a Dios; al mismo tiempo me aterrorizaba perder mi libertad”. En ese período profundiza su conocimiento de María, la madre de Jesús: “Un día recordé aquel ‘sí’ que ella había dicho contra toda razón humana, a pesar de todos los miedos que ella también sentía. Me dio el valor de decir mi sí también”. Después de la escuela de formación de las focolarinas en Loppiano (Italia), vuelve a vivir en Alemania, primero en Colonia y luego en Solingen. Trabaja como médica durante quince años, que definirá como “una escuela de humanidad, de compartir, también de humildad y de profundo respeto ante la vida de tantas personas con retos inimaginables”. En 2010, el Movimiento de los Focolares buscaba una focolarina para un cargo de responsabilidad en Nigeria en un momento difícil para la situación social del país, con el estallido de actos terroristas. Friederike, entonces corresponsable de los Focolares en el noroeste de Alemania, no preguntó a otras, se ofrece para trasladarse allí. “Amaba de verdad al pueblo nigeriano –recuerdan las focolarinas de esa tierra– con sus enormes desafíos geográficos, étnicos y religiosos. Supo compartir nuestras heridas, siguió cada situación hasta el fondo. Nos acompañó y nos animó a elegir siempre a los últimos”. Tenía predilección por los que son descartados, por los pobres, los olvidados, unido a una atención a todo aquel que pasaba a su lado y que nunca cambió, incluso cuando ha ocupado cargos importantes. En los últimos años, cada 15 días, era voluntaria en el Centro Astalli de Roma (Italia), que acoge a mujeres migrantes. Preparaba la cena y ayudaba a limpiar la cocina si era necesario. A veces, con los invitados de la estructura, surgía un diálogo espontáneo, en algunos casos su experiencia como médico era valiosa. Permanecía despierta hasta que el último invitado no hubiese llegado a destino, a menudo a altas horas de la noche. A la mañana siguiente, muy temprano partía hacia Rocca di Papa, llegando directamente al trabajo en el Centro Internacional de los Focolares. También vivía el día a día de la vida de comunidad con sencillez y naturalidad. “Hizo todo con mucho cuidado. Con ella era muy difícil ser el primero en amar, inevitablemente siempre se era segundo…”. Fue un regalo conocer a Friederike – recuerda Conleth Burns, un joven irlandés con quien Friederike compartió el trabajo para el proyecto Pathways: “Ella siempre estaba dispuesta, disponible, cercana, capaz de ver el cuadro en una perspectiva global. Para ella, la unidad siempre fue a la vez: grande y pequeño, cotidiano y estratégico, personal y social. Y creo que la mejor forma que tenemos de recordarla es seguir su ejemplo y vivirlo plenamente”.Anna Lisa Innocenti e Stefania Tanesini
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