Según los últimos estimados, serían 440 mil las personas que han atravesado la frontera de Perú, de los más de 2 millones y 300 mil personas que han escapado de Venezuela, del 2014 hasta hoy. Llegan después de un viaje extenuante, con muchas incógnitas sobre su futuro y en medio de mil peligros, entre los cuales, últimamente se suma, la necesidad de atravesar un río que está en la frontera. «Si el agua está demasiado alta, y no lo logran, los llevan en las espaldas, naturalmente pagando». Una vez más Silvano, de la comunidad de los Focolares de Lima nos escribe. «Desde el inicio de este éxodo y de las “llegadas forzadas” empezamos a ocuparnos del “acompañamiento” de un número cada vez mayor de personas. Hasta hoy son unos sesenta con quienes hemos establecido un contacto personal, no sólo en sentido espiritual, sino humano y profesional». Es extremadamente difícil la situación de quien llega: «Traen sólo la ropa que tienen puesta. Y tienen frío, porque a pesar de que ya empezó la primavera, aquí las temperaturas son todavía muy bajas. Hemos visto la emoción en sus ojos, cuando encuentran vestidos que les ponemos a disposición gracias a una comunión de bienes». Son dos los centros operativos de acogida: el focolar de Lima y el “Centro Fiore”, en Magdalena del Mar, en la provincia de la capital. «Aquí han sido hospedados tres núcleos familiares, entre los que está el de Ofelia, a quien muchos venezolanos que están acampados en Perú llaman “la madre”. En el primer cuatrimestre de este año –cuenta Silvano- conocimos a una psicóloga, Irene, quien llegó aquí hace pocos meses. Invitada a nuestra sede operativa, que es el focolar, llevó con ella a sus papás y a algunos amigos. En esa ocasión conoció el espíritu que anima el focolar, y al enterarse de la necesidad de muchos de sus connacionales de superar el trauma enseguida, se ofreció a prestar gratuitamente sus servicios de psicóloga, para quien lo solicitara. Un pequeño proyecto que empezó enseguida, como respuesta inmediata a la promesa evangélica “Den y se les dará”». Después de una conferencia sobre el tema de las emociones, que Irene hizo el pasado mes de julio, seguida unas semanas después por un segundo taller, abrimos el consultorio en un local del “Centro Fiore” de Magdalena del Mar. «El “Proyecto de crecimiento psico-emotivo para poblaciones vulnerables” nació para responder a la consistente realidad migratoria que estamos afrontando. En la presentación del proyecto, que está dirigido especialmente a las categorías más frágiles, como las mujeres, los niños, los jóvenes y los ancianos –explica Silvano- se lee que “ofrecer instrumentos para hacer frente a la situación y lograr integrarse” a la comunidad peruana “es un imperativo”. Por eso el proyecto, como está escrito, coincide con los objetivos de los Focolares, para “colaborar a la construcción de un mundo más unido, según la oración de Jesús al Padre (Que todos sean uno, Jn. 17, 21), en el respeto y la apreciación de la diversidad, privilegiando el diálogo y compromiso constante de construir puentes y relaciones de fraternidad entre individuos, pueblos y áreas culturales”. Los casos más comunes en los que ya se ha intervenido son formas de depresión desarrolladas en situaciones de precariedad, o de ansiedad generada por la preocupación de sobrevivir, por los maltratos sufridos, o también disturbios en el desarrollo. El proyecto ofrece ayuda, información, educación, mediante procesos individuales o en grupo, conferencias sobre temas de control emocional, de violencia de género, autoestima, amor propio y hacia los demás, estrategias de coaching». Algunas de las personas que han sido tratadas han encontrado trabajo, o lo están buscando, otras más se están preparando para regresar a su país de origen o buscar otro destino. «Hasta ahora se han realizado un total de 35 sesiones de atención y tratamiento psicológico. Gracias a la ayuda de amigos, parientes y de toda la comunidad esperamos poder seguir ofreciendo este servicio gratuito a los migrantes venezolanos en dificultad».
Poner en práctica el amor
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