En Capua, en los alrededores de Nápoles, el 25 de noviembre, Maria Voce ha mantenido la Lectio Magistralis durante del Año Académico del Instituto Superior de Ciencias Religiosas “San Roberto Bellarmino” de la ciudad de Capua. Ha desarrollado, en presencia de Obispos de diversas diócesis de la región Campania, uno de los puntos básicos de la espiritualidad de la unidad “Jesús Abandonado, luz para la teología”. La presidente de los Focolares señala “los aspectos más destacados”, ya que – como ella dice – “no se puede agotar en breve tiempo toda la riqueza de la doctrina contenida en este argumento en la espiritualidad de Chiara Lubich”. Este es un fragmento de su Lectio:
«Quisiera empezar con un fragmento de una carta que Chiara escribió a una amiga en el lejano 1946. Fragmento emblemático, en el que se lee:
“Ves (…), yo soy un alma que pasa por este mundo.
He visto muchas cosas bellas y buenas y sólo esas me atrajeron siempre.
Un día (indefinido día) vi una luz. Me pareció más bella que las demás cosas bellas y la seguí. Me di cuenta que era la Verdad”.
Jesús en la cruz. Venido a la tierra para llevar de nuevo a los hombres (que se había alejado de Dios por el pecado) a la plena comunión con Él, toma sobre sí todo aspecto negativo del hombre: sus dolores, sus angustias, su desesperación, sus penas, sus pecados…, haciéndose Él mismo, que era el Inocente, similar al hombre pecador. “Con el fin de devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús tuvo no sólo que asumir el rostro del hombre, sino también cargarse incluso del ‘rostro del pecado”, dice Juan Pablo II.
Estamos a principios del Movimiento, en 1944, todavía en plena Segunda Guerra Mundial. En una circunstancia especial, un sacerdote le dice a Chiara que, en su opinión, el mayor dolor de Jesús fue cuando estando en la cruz gritó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). Fue inmediata la conclusión de Chiara: si esa fue la culminación del dolor, sin duda también fue la culminación de su amor por nosotros.
Desde entonces, se siente llamada a ser, junto con sus primeras compañeras, y luego, a cuantos seguirían su Ideal, la “respuesta de amor” a ese grito.
Jesús abandonado se le manifiesta, por tanto, como “la viva demostración del amor de Dios aquí en la tierra”.
Lo evidencia muy bien una conocida “canción” de alabanza y gratitud, fluida espontáneamente de su corazón, dedicada precisamente a Jesús Abandonado:
“Para que tuviésemos la Luz Te hiciste ciego.
Para que tuviésemos la unión probaste la separación del Padre.
Para que poseyésemos la Sabiduría Te hiciste ‘ignorancia’.
Para que nos revistiésemos de inocencia, te hiciste ‘pecado’
Para que esperásemos, casi Te desesperaste….
Para que Dios estuviese en nosotros Lo probaste lejos de Ti.
Para que el Cielo fuese nuestro, sentiste el Infierno.
Para darnos una vida feliz en la tierra, entre más de un centenar de hermanos, fuiste expulsado del Cielo y de la tierra, de los hombres y de la naturaleza.
Eres Dios, eres mi Dios, nuestro Dios de amor infinito”.
Por este amor infinito que Jesús, en el abandono en la cruz, tuvo por cada uno de los hombres de la tierra, todos nuestros dolores han sido transformados, cada vacío ha sido llenado, cada pecado redimido. Nuestra lejanía de Dios ha sido superada en la reencontrada comunión con El y entre nosotros.
En Jesús Abandonado está encerrada, por lo tanto, la clave para penetrar y dar una respuesta al misterio más profundo que rodea la vida del hombre y de toda la humanidad: el misterio del dolor y del sufrimiento.
Es un gran misterio éste, que toca profundamente el corazón de Chiara:
“Jesús en la tierra… – escribe con emoción palpable – nuestro hermano Jesús… Jesús que por nosotros murió entre ladrones: Él, el Hijo de Dios, equiparado a los demás. ‘(…) Si viniste entre nosotros, es porque nuestra debilidad te atrajo, nuestra miseria te hirió de compasión’. Sin duda no existe un padre o una madre terrenal que esperen a un hijo perdido y lo hagan todo para su regreso como el Padre celestial”.
Del misterio que Jesús vivió en la cruz, Chiara ve emanar una luz capaz de iluminar y dar sentido a cada experiencia de dolor y de abandono que el hombre pueda vivir. Y habla de ello con facilidad, con la confianza de que, desde que Jesús Abandonado se le manifestó, le parecía que lo descubría en todos los lugares:
“Él, su rostro, su misterioso grito, parecían colorear cada momento doloroso de nuestras vidas”.
“La oscuridad, la sensación de fracaso, la aridez desaparecían – señala Chiara -. Y se empezaba a entender cuánto es dinámicamente divina la vida cristiana que no conoce el aburrimiento, la cruz, el dolor, más que de paso, y hace disfrutar de la plenitud de la vida, que significa resurrección, luz, esperanza, incluso en medio de las tribulaciones”».
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