Amar a Jesús en su abandono en la cruz significa amarlo en los dolores y en las renuncias que comporta la atención al prójimo. Este es un verdadero camino hacia la perfección en la vida cristiana, como nos comunica Chiara Lubich a través de su experiencia. […] Para animarnos cada vez más en el camino de nuestra santificación colectiva […] creo que les gustará conocer una reciente experiencia espiritual mía. Como tal vez saben, estoy dedicando unos días del mes […] a profundizar [un] punto fundamental de nuestra espiritualidad: […] Jesús Abandonado, clave de la unidad. Este tema me impactó tan profundamente, me pareció tan interesante y atrayente, que me sentí motivada a vivirlo inmediatamente en el momento presente, casi olvidando el compromiso de vivir la tensión a la santidad. O sea, me puse a amar a Jesús Abandonado abrazándolo en las distintas circunstancias en que se presenta. Pero precisamente en estos días, durante la meditación de la mañana, he vuelto a encontrar aquellas que san Juan de la Cruz llama «las doce estrellas» de la perfección. O sea: amor a Dios, amor al prójimo, castidad, pobreza, obediencia, paz, silencio, humildad, mortificación, penitencia, coro y oración. Las conocía bien; es más, habiéndolas meditado una y otra vez, me las sabía incluso de memoria. Pero en estos días no pensaba en ellas en absoluto, sino solo en amar a Jesús Abandonado. Y he aquí la sorpresa, una gozosa sorpresa, un luminoso redescubrimiento: al volver a leer estas doce estrellas durante la meditación, me he dado cuenta de que mi amor a Jesús Abandonado las había hecho resplandecer todas, las doce, un poquito más en mi alma. Había amado a Dios un poco más, porque había amado a Jesús Abandonado, que es Dios. Había amado más al prójimo, porque, por amor a Jesús Abandonado, me había esforzado en «hacerme uno» con todos. Había mejorado en la castidad, porque el amor a Jesús Abandonado nos lleva a mortificarnos. Igualmente en la pobreza, porque por Él había tratado de cortar cualquier apego. La obediencia, porque por Él me había esforzado en hacer callar a mi yo, para escuchar [la voz de Dios que nos habla interiormente]. Amando a Jesús Abandonado en los dolores pude mantener la paz; amándolo guardé mejor el silencio, mortificando palabras inútiles. Aumentó la humildad al morir mi yo que el amor a Jesús Abandonado produce. Y lo mismo la mortificación y la penitencia. Estuve más atenta al «coro», que para nosotros es la oración junto con los demás del focolar; y también la oración personal fue más plena. En resumen, todo fue mejor solo por el amor a Jesús Abandonado. Yo sabía que Jesús Abandonado es –como nosotros decimos– un monumento de santidad. Pero todavía no había experimentado, con tanta evidencia, que vivirlo significa verdaderamente tender con fruto a la santidad. […] Hoy no puedo desearles nada mejor salvo que también ustedes hagan esta experiencia. ¡Prueben! Ámenlo en los dolores, en las renuncias, al morir para hacerse uno con cada prójimo. […] ¡Que Jesús Abandonado llegue a ser todo para nosotros! Y nuestra santidad colectiva estará asegurada.
Chiara Lubich
(En una conferencia telefónica, Rocca di Papa, 16 de junio de 1982) Cf. “Jesús Abandonado y las doce estrellas de la perfección”, en: Chiara Lubich, La Vida un Viaje, Ciudad Nueva 1994, pp. 54-56.
0 comentarios