«Además les digo, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos».
Habrás leído en el Evangelio que Jesús recomienda en varias ocasiones la oración y enseña a obtener. Pero esta oración en la que nos fijamos hoy es realmente original, pues para poder obtener una respuesta del cielo, exige varias personas, una comunidad. Dice: «Si dos de ustedes». Dos. Es el número más pequeño para formar una comunidad. O sea, que a Jesús no le importa el número sino la pluralidad de los creyentes. Como sabrás, también en el judaísmo es sabido que Dios aprecia la oración de la colectividad. Pero Jesús dice algo nuevo: «Si dos de ustedes se ponen de acuerdo». Quiere varias personas, pero las quiere unidas, pone el acento en su unanimidad: quiere que formen una sola voz. Deben ponerse de acuerdo sobre qué pedir, ciertamente; pero esta petición debe apoyarse sobre todo en una concordancia de los corazones. Lo que Jesús afirma, en realidad, es que la condición para obtener lo que se pide es el amor recíproco entre las personas.
«Además les digo, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos».
Te podrás preguntar: «Pero ¿por qué las oraciones hechas en unidad tienen mayor efecto ante el Padre?» Quizá el motivo sea que están más purificadas. Pues ¿a qué se reduce en muchos casos la oración sino a una serie de requerimientos egoístas que recuerdan a mendigos ante un rey más que a hijos ante un padre? En cambio, lo que se pide junto con los demás está ciertamente menos contaminado por un interés personal. En contacto con los demás uno es más propenso a oír también las necesidades de ellos y a compartirlas. No sólo eso, sino que es más fácil que dos o tres personas comprendan mejor qué pedirle al Padre. Así pues, si queremos que nuestra oración sea escuchada, es mejor atenernos exactamente a lo que Jesús dice, o sea:
«Además les digo, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos».
El propio Jesús nos dice dónde radica el secreto de la eficacia de esta oración: éste radica enteramente en el «reunidos en mi nombre». Cuando estamos así unidos, entre nosotros está Su presencia, y todo lo que pedimos con Él es más fácil de obtener. Pues es Jesús mismo, presente donde el amor recíproco une los corazones, quien pide con nosotros los favores a su Padre. Y ¿puedes imaginarte que el Padre no escuche a Jesús? El Padre y Cristo son un todo. ¿No te parece espléndido todo esto? ¿No te da certeza? ¿No te da confianza?
«Además les digo, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos».
Ahora seguramente te interesará saber qué quiere Jesús que pidas. Él mismo lo dice claramente: «cualquier cosa». O sea, que no hay ningún límite. Pues entonces, incluye esta oración en el programa de tu vida. Puede que tu familia, tú mismo, tus amigos, las asociaciones de las que formas parte, tu patria o el mundo que te rodea carezcan de innumerables ayudas porque tú no las has pedido. Ponte de acuerdo con tus allegados, con quienes te comprenden o comparten tus ideales, y, una vez dispuestos a amarse como manda el Evangelio, tan unidos como para merecer la presencia de Jesús entre ustedes, pidan. Y pidan lo más que puedan: pidan durante la asamblea litúrgica; pidan en la iglesia; pidan en cualquier lugar; pidan antes de tomar decisiones; pidan cualquier cosa. Y sobre todo no dejen que Jesús quede defraudado por su negligencia después de haberles dado tantas posibilidades. La gente sonreirá más; los enfermos tendrán esperanza; los niños crecerán más protegidos y los hogares familiares más armoniosos; se podrán afrontar los grandes problemas en la intimidad de las casas… Y ganarán el Paraíso, porque orar por las necesidades de los vivos y de los difuntos es además una de esas obras de misericordia sobre las que nos interrogarán en el examen final.
Chiara Lubich
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