El “alimento que no perece” es la persona misma de Jesús y es también su enseñanza, ya que la enseñanza de Jesús es una sola cosa con su persona. Leyendo más adelante otras palabras de Jesús, se ve que este “pan que no perece” se identifica también con el cuerpo eucarístico de Jesús. Se puede decir entonces que el “pan que no perece” es Jesús en persona, el cual se dona a nosotros en su Palabra y en la Eucaristía. «Busquen no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece para la vida eterna, el que les da el Hijo del hombre». La imagen del pan se repite a menudo en la Biblia como, igualmente, la del agua. El pan y el agua representan los alimentos básicos, indispensables para la vida del hombre. Ahora Jesús, aplicando a sí mismo la imagen del pan, quiere decir que su persona y su enseñanza son indispensables para la vida espiritual del hombre como lo es el pan para la vida del cuerpo. El pan material es, sin duda, necesario. Jesús mismo lo procura milagrosamente a las turbas. Pero solo no basta. El hombre lleva en sí mismo – quizás sin darse cuenta perfectamente de ello – un hambre de verdad, de justicia, de bondad, de amor, de pureza, de luz, de paz, de alegría, de infinito, de eterno, que ninguna otra cosa en el mundo es capaz de satisfacer. Jesús se propone a sí mismo como el único capaz de saciar el hambre interior del hombre. «Busquen no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece para la vida eterna, el que les da el Hijo del hombre». Pero, presentándose como el “pan de vida”, Jesús no se limita a afirmar la necesidad de nutrirse de él, es decir que es necesario creer en sus palabras para tener la vida eterna; sino que quiere impulsarnos a hacer la experiencia de Él; en efecto, con la Palabra: «Busquen el alimento que no perece» Él hace una apremiante invitación. Dice que es necesario esforzarse, poner en acción todas las tácticas posibles para procurarse este alimento. Jesús no se impone, sino que quiere que se le descubra, que se le experimente. Ciertamente el hombre con sus solas fuerzas no es capaz de alcanzar a Jesús. Puede hacerlo por un don de Dios. Todavía, Jesús invita continuamente al hombre a disponerse para acoger el don de sí mismo, que Jesús quiere hacerle. Y precisamente, esforzándose en poner en práctica su Palabra, es como el hombre llega a la fe plena en Él, a gustar su Palabra como se gustaría un pan fragante y sabroso. «Busquen no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece para la vida eterna, el que les da el Hijo del hombre». La Palabra de este mes no tiene por objeto un punto particular de la enseñanza de Jesús (por ejemplo, el perdón de las ofensas, el desapego de las riquezas, etc.), sino que vuelve a conducirnos a la raíz misma de la vida cristiana, que es nuestra relación personal con Jesús. Yo pienso que quien ha comenzado a vivir con empeño su Palabra y, sobre todo, el mandamiento del amor al prójimo, síntesis de todas las palabras de Dios y de todos los mandamientos, advierte, al menos un poco, que Jesús es el “pan” de su vida, capaz de colmar los deseos de su corazón, la fuente de su alegría, de su luz. Poniéndola en práctica ha llegado a gustar la Palabra, al menos un poco, como la verdadera respuesta a los problemas del hombre y del mundo. Y, dado que Jesús es “pan de vida”, hace el don supremo de sí mismo en la Eucaristía, va espontáneamente a recibir con amor la Eucaristía y ella ocupa un puesto importante en su vida. Es necesario entonces que quien de nosotros ha hecho esta estupenda experiencia, con la misma premura con la que Jesús impulsa a procurarse el “pan de la vida”, no tenga para sí su descubrimiento, sino que lo comunique a otros para que muchos encuentren en Jesús lo que su corazón busca desde siempre. Es un enorme acto de amor que hará a los prójimos, para que también ellos puedan conocer lo que es la verdadera vida, ya desde esta tierra, y tengan la vida que no muere. ¿Y qué más podemos querer?
Chiara Lubich
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