El Global Compact on Education, ideado por el Papa Francisco, invita a todas las personas a adherir a un Pacto. De ello hablamos con Silvia Cataldi, socióloga, docente de la Universidad La Sapienza de Roma Los protagonistas son ellos, depositarios de la esperanza de un mundo más justo, solidario y en paz. El Global Compact on Education, que el Papa Francisco ha promovido, apunta a los jóvenes como destinatarios de los recorridos educativos y al mismo tiempo como agentes de los mismos. Se los involucra junto a sus “familias, las comunidades, los colegios y las universidades, las instituciones las religiones y los gobernantes” en una “alianza educativa” para una humanidad más fraterna y en paz. Se habló de todo ello durante el encuentro “Juntos para mirar más allá” que se llevó a cabo en la Pontificia Universidad Lateranense (Roma) el 15 de octubre, durante el cual el Santo Padre, en un video mensaje, exhortó a todas las personas de buena voluntad a que adhiriesen al Pacto. Estaba presente Silvia Cataldi, socióloga, docente en la Universidad La Sapienza de Roma, y ella comenta las palabras del Papa. En los últimos años registramos un fuerte protagonismo de los jóvenes sobre los grandes temas de la actualidad. Parece obsoleto el modelo educativo que los ve como sujetos pasivos… “A menudo el límite de los modelos educativos es el de malinterpretar la cultura como memorismo. El pedagogo Paulo Freire habla de “educación depositaria”, en la que el saber puede ser volcado o depositado como en un contenedor. Sin embargo, este saber tiene dos riesgos: el de que quede abstracto y desenganchado de la vida, o el de presuponer una visión jerárquica del saber. Respecto de esto, el Pacto me impacta como educadora, porque nos invita a escuchar el grito de las jóvenes generaciones, a dejarnos interpelar por sus cuestiones. Debemos darnos cuenta de que la educación es un recorrido participado, no unidireccional”. Entonces, ¿qué significa educar? “El término cultura viene de colere y significa cultivar. Por lo tanto, es un verbo “sedentario”, hay que estar allí, dedicar tiempo y espacio, arrancar por las preguntas y no por la formulación de respuestas que se proveen. Pero tiene también el significado de cuidar y amar. Por ello me impacta mucho el Pacto, que dice con fuerza que “la educación es sobre todo una cuestión de amor”. Cuando se habla de amor uno piensa en el corazón, en el sentimiento. Pero en realidad el amor tiene una dimensión eminentemente práctica y exige las manos. Entonces, nosotros educadores hacemos nuestro trabajo sólo si sabemos reconocer que la educación es cuidar. El cuidado cotidiano es un gesto revolucionario porque es un elemento de crítica y de transformación del mundo. Lo explica muy bien Hannah Arendt cuando dice que “la educación es el momento que decide si nosotros amamos lo suficiente al mundo, pues conduce a su transformación”. ¿Cómo conseguir que el Pacto no quede en un simple llamado? La invitación a la fraternidad universal –el corazón del Pacto– tiene implicaciones importantes, pero para que realmente tenga un poder transformador debe promover un cambio de perspectiva que conduzca a acoger las diversidades y sanar las desigualdades. Dice el sociólogo francés Alain Caillé que la “fraternidad es plural”, y ello significa que mientras en el pasado la fraternidad era sólo entre iguales, consanguíneos, en una clase o en un grupo, hoy exige reconocer “la especificidad, la belleza y la unicidad” de cada uno. Además, si somos todos hermanos, entonces cambia nuestro modo de concebir la realidad porque la miramos desde una perspectiva específica, que es la de los últimos, y estamos impulsados a actuar, por ejemplo para tutelar los derechos fundamentales de los niños, las mujeres, los ancianos, los discapacitados y los oprimidos”.
Claudia Di Lorenzi
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