Los niños, en la fiesta de Epifanía suelen recibir regalos. Y en el Niño Jesús ¿quién piensa? Un hecho, que aconteció de verdad, contado por Chiara Lubich a los pequeños de la Ciudadela Internacional de Loppiano (Italia).
(…) Yo tengo que contarles una historia que sucedió en Navidad. En un pueblo, mejor dicho, en una ciudad que se llama Vicenza – es una historia verdadera (…). (…) Allí había un párroco, un sacerdote que había llegado hacía poco a la parroquia y les había enseñado a los niños y a las niñas el arte de amar (…) Se acercaba la Navidad y entonces el párroco le dijo a estos niños: «Miren, pronto llega la Navidad, es necesario que ustedes hagan muchos, muchos, muchos actos de amor para el Niño Jesús», y los niños dijeron: «Está bien», y empezaron a hacer muchos actos de amor. La vigilia de Navidad, cuando Jesús todavía no había nacido, el párroco puso afuera el pesebre vacío; vacío porque Jesús todavía no había nacido. Esa misma tarde vio llegar a los niños con un paquete grande, grande, grande, repleto de rollitos amarillos, muchos rollitos amarillos: eran 277, 277. Eran 277 actos de amor. Entonces, ¿qué hizo el párroco? Tomó todos estos rollitos y los puso en una bolsa, llenó una gran bolsa y la puso sobre el pesebre. Y dijo a los niños: «Así, apenas nace el Niño Jesús tendrá como almohada, pero también como colchón, sus actos de amor». Los niños (…) se pusieron contentísimos. Entonces llegó el día de Navidad, era más o menos el mediodía, quizás las 11, o quizás las 10 y media, y el párroco dijo: «Y ahora ¿qué hacemos con todos estos actos de amor? ¿Saben, niños, qué hacemos? Los ponemos… los atamos, formando muchos paquetitos, estos paquetitos los atamos a muchos globos, es más –dijo- hacemos dos ramilletes de globos, un grupo de globos por acá y el otro grupo de globos por allá, y atamos estos paquetitos con los actos de amor. De este modo –dijo- los mandamos al Cielo y suben a donde está Jesús». Naturalmente todos los niños se pusieron a ayudar, era necesario comprar los globos, atar los paquetitos, había que atar los paquetitos a los globos, y había que hacerlos volar. Y el párroco los ayudó e hizo volar los globos hacia el cielo. Los niños estaban contentos. Miraban, miraban y los veían cada vez más pequeños, cada vez más pequeños, cada vez más pequeños hasta que ya no se veían. Y alguien decía: «Habrán estallado»; y otro: «Habrán estallado»; otro decía: « ¿Quién sabe?». En cambio, no. Allá arriba, arriba, arriba hacía viento, y ¿qué hizo el viento? Empujaba a los globos para acá, después para allá, y después para adelante, para allá, para acá; durante una hora, dos horas, tres horas, cuatro horas, cinco horas, siempre en alto con el viento que los mandaba para allá y para acá; seis horas, siete horas, ocho horas, nueve horas. A las nueve de la noche – tienen que saber que el párroco, junto con los actos de amor, había puesto también su número de teléfono, lo había puesto allí dentro – entonces, cuando eran las nueve de la noche, sucedió que en una ciudad, que se llama Reggio Emilia, lejos, lejos, quizás a unos doscientos kilómetros – doscientos kilómetros son muchísimos, casi como de aquí a Roma, más o menos – a un cierto momento, en esta ciudad, en Reggio Emilia, había una casa rodeada por un lindo parque, por un jardín y en este jardín estaban seis niños, que no conocían el arte de amar, eran seis niños comunes y corrientes, que estaban afuera en el jardín y jugaban. En un determinado momento estaban allí, tristes y aburridos, porque habían hecho la fiesta de los Reyes Magos, que pasarían después, pero era una fiesta de los Reyes Magos que no les había gustado nada. Y entonces estaban allí, tristes, tristes. De pronto, aunque ya era de noche, levantaron la mirada y vieron caer por tierra unos globos y junto a los globos muchos paquetitos. Estos niños, al ver caer todos estos paquetitos del cielo, se pusieron a festejar, contentos. ¡Nada que ver con la fiesta de antes! «Éste es el Niño Jesús que nos manda todos estos globos», dijeron. Y piensen que llegaron por milagro, porque si hubiese pasado un avión habría roto todos los globos, o bien, si esos globos hubiesen estado atados con hilos gruesos, podían haber entrado en los motores del avión, y habrían podido ponerlo en peligro, pero en cambio, no: no encontraron ningún avión. Por lo tanto llegaron hasta allí. Los niños, enseguida: «Papá… mamá, papá, mamá, miren lo que pasa: llueven muchos paquetitos del cielo; miren lo que hay adentro». Entonces el papá y la mamá salieron – quizás estaban también los abuelos, no lo sé – y miraron estos… y vieron todos estos paquetitos, y todos estos rollitos amarillos, y entonces los abrieron y empezaron a leer. Entonces uno abre uno de estos rollitos y encuentra: «He pedido disculpas a mi compañera por amor a Jesús». Otro: «Te ofrezco el esfuerzo que hice esta mañana para levantarme y hacer de monaguillo». Otro: «Hice un favor, aunque me costó un gran esfuerzo». Y después otro: «Yo siempre le pido perdón a Dios, cuando mi abuelo blasfema»: dice groserías. Y otro más: «Yo esta semana le ayudé a mis papás a poner la mesa y a llevar las bolsas de las compras, a limpiar el piso y a barrer»; éste hizo muchas cosas. Y después escuchen a este otro: «Sequé los cubiertos sin que mi mamá me lo pidiera, y la ayudé a hacer la limpieza». Otro acto de amor. Y otro: «Cuando mi hermano Sebastián no quiere dormir, yo lo tomo en brazos y lo llevo a la cama, a la mía o a la de mis papás, y lo duermo cantándole canciones o contándole historias». Y otro: «Cuando estábamos en la piscina le presté el gorro a mi hermano, porque no tenía». Espera, hay otro. Yo aquí tengo sólo algunos, que les traje, porque serían 277, ¡son muchísimos! Escuchen éste: «Le pelé las mandarinas al abuelo porque vi que le dolía la mano, y le até los cordones de los zapatos a mi prima Alexia porque a la abuela le dolía la espalda». Éste estuvo atento a todo, ¿eh? Todavía otro, es el último: «Escuché el consejo del dado: ser el primero en amar, y como había ido a confesarme y había muchos niños, dejé que todos pasaran antes para confesarse, y mi mamá no sabía nada». Bueno, son sólo algunos ejemplos de estos niños. Entonces, ¿qué hicieron con estos rollitos? Como les he dicho – se los llevaron a sus papás, y los papás vieron que dentro de los rollitos estaba el número de teléfono de quien los había enviado, del párroco, era el número de teléfono del párroco. Y ¿qué hicieron? Ya eran las nueve de la noche, pero aunque era tarde, marcaron el número de teléfono y respondió el párroco. Y preguntaron: « ¿Usted es el Padre tal y tal?» «Sí, sí, sí, yo soy el Padre…» «Aquí llegaron todos estos actos de amor de parte de sus niños, ¿qué hacemos?». Y allí mismo se pusieron de acuerdo para que los niños llevaran a la escuela todos estos 277 actos de amor; hablaron con su catequista, y ahora juntos están respondiendo a los niños de Vicenza. También estos seis niños, (de Reggio Emilia), también estos seis niños aprenderán a hacer actos de amor. Es así. Fuente: Centro Chiara Lubich
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