Una iglesia misionera que vive el Evangelio y comparte la vida con el pueblo de Dios. Es ésta la dirección de su pontificado, expresada con claridad y profecía en la Evangelii Gaudium. «Se trata de tomar conciencia – explica Coda- de forma progresiva y combativa, de cuál ha de ser el estilo de la presencia de la Iglesia en el mundo y de evaluar profundamente su misión con base en el estilo de Jesús». Cuatro años después de su elección, todavía no nos hemos dado cuenta de la sorpresa que despiertan sus palabras, su estilo, sus gestos. Uno realiza el esfuerzo por captar todo lo que está sucediendo. Él trata de inspirar con radicalidad y transparencia su ministerio y de vivir el Evangelio “sine glossa”- sin comentarios y sin dobleces. La fórmula, lo sabemos, es de Francisco de Asís, de quien, no por nada, Jorge Mario Bergoglio, sintió interiormente que Dios le decía que asumiera su nombre en esta hora de la historia del mundo, para indicar con cuál espíritu quería animar su servicio como obispo de Roma. Es una fórmula que expresa el imperativo de no reducir el Evangelio a nuestra medida, sino por el contrario, de abrir el corazón y la mente a la medida del Evangelio. Pero, ¿no es a esto que la Iglesia de todos los tiempos está llamada? ¿Qué es lo nuevo? La verdad, la conversión y la reforma asumen en cada tiempo un tono y emprenden un camino que, siendo el de siempre, es el que responde a los cuestionamientos y a las heridas de la época que estamos llamados a vivir. Por lo tanto, si la conversión que se requería ayer iba por un lado, la que se requiere hoy es otra, diferente a la de ayer en la forma de expresarse y concretarse históricamente: porque está llamada a responder a la voz de Dios que subraya las palabras de Jesús que el Espíritu quiere poner en luz y hacernos encarnar ahora. En respuesta a los desafíos y a las llagas del presente. Me quedaron impresas en el corazón las palabras que Romana Guarneri, quien con el agudo sentido de la historia que la caracterizaba, me dijo con un hilo de voz poco antes de morir: «El cristianismo debe todavía florecer». Pienso que se puede entender esta afirmación en el sentido que llegó el tiempo, en el cual, desde la raíz de la fe en Cristo, puede y debe brotar una flor inédita, capaz de asombrarnos a todos una vez más con su rara belleza. Y de darnos nueva vida. Y en el fondo, ¿qué son 2000 años de historia? ¿A fin de cuentas hasta ahora el cristianismo sólo se ha expresado según las categorías existenciales y del pensamiento Europeo y Occidental? Providenciales y preciosas, sin duda, pero de ningún modo definitivas y absolutas. La puesta en juego alrededor de la cual el papa Francisco ha puesto en movimiento a toda la Iglesia es grande. Incluso podría decirse que es decisiva para la Iglesia, en una época totalmente inédita que la está esperando. El Vaticano II no es sólo un punto de llegada, sino que es un punto de nuevo arranque. Nada se ha perdido de la extraordinaria herencia de la Tradición, todo se pone nuevamente en juego, en una actitud de escucha abierta al soplo del Espíritu hoy. Lo que Dios espera de la iglesia hoy – dijo no por casualidad en el 50º aniversario de la institución del Sínodo de los obispos- está encerrado en una palabra: sínodo. Caminar juntos. Hombres y mujeres. Jóvenes, adultos, ancianos. Las distintas vocaciones y los diversos carismas de la Iglesia. Las distintas Iglesias. Las distintas culturas y religiones y visiones del mundo. Todos, sin excluir a nadie. Empezando por quienes de una u otra forma han sido descartados. La “mística del nosotros” es el perfume, la verdad y la medida de justicia de una Iglesia en salida. Es la levadura del nuevo paradigma cultural que invoca con urgencia el cambio de época al que estamos llamados a ser protagonistas. So pena de que colapse o se desintegre la aventura humana. Cuatro años después de su elección, lo decimos con simplicidad, convicción y gratitud: el papa Francisco es un don para todos nosotros, no sólo para los católicos. Porque nos sacude para que nos convirtamos en hombres y mujeres que, como pueblo de Dios, eligen como estrella polar de su camino y código exigente y liberador de su vida, nada más y nada menos que la hermosa, buena y alegre noticia del Evangelio. Para encender el fuego –hoy como hace 2000 años- en el corazón del mundo.
Poner en práctica el amor
Poner en práctica el amor
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