«Mi país, Líbano, durante muchos años vivió bajo el control de Siria. Por esta razón entre los dos países se desarrolló una fuerte tensión, empeorada por la llegada de un gran número de refugiados sirios, casi dos millones de personas más que se sumaron a los cuatro millones y medio de habitantes, es decir casi la mitad de la población. Al comienzo de la guerra en Siria, algunas familias de la comunidad de los Focolares de Alepo se radicaron en Líbano para alejarse durante algún período de la guerra. A continuación, habiendo empeorado la situación en su país, no pudieron más volver a su patria y fueron recibidas en un centro del Movimiento. En el clima de hostilidad general que los rodeaba, ayudarlos era una decisión en contra de la corriente, que exigía que hiciéramos el esfuerzo de cancelar todos los prejuicios que el pueblo libanés tenía hacia los sirios. Queríamos testimoniar la paz y el amor entre nosotros. Comenzamos a visitarlos, construyendo con ellos un fuerte vínculo. Padres, jóvenes y niños, todos nos comprometimos en esto, para que estas familias no se sintieran solas en un momento tan difícil. Pasábamos juntos cada día, organizando veladas con ellos, tratando de aliviar sus angustias, de comprenderlos y escucharlos. No podíamos resolver los problemas de los Estados, pero podíamos por lo menos construir un oasis de paz a nuestro alrededor. No teníamos nada, ellos llegaron sin traer objetos ni ropa. Hicimos entre nosotros la comunión de bienes, juntando sobre todo ropa, que les ofrecimos con delicadeza, no era fácil para ellos aceptar ayuda material. Las condiciones de vida para ellos eran duras. Estaban sin trabajo, en tierra enemiga, a menudo a la espera de noticias de sus parientes o amigos. Nosotros los jóvenes íbamos con ellos a la playa, para tratar de calmar la atmósfera de tensión. Lo hacíamos a menudo. Comenzamos a conocernos, a transcurrir mucho tiempo juntos, también leyendo con ellos la palabra de vida, para compartir nuestras vidas y experiencias. Comenzamos a sentirnos integrantes de una única familia. Un año más tarde, estas familias tuvieron que comenzar a buscar una vivienda. Estaban angustiadas y con grandes dificultades financieras. Pero creímos juntos en la providencia de Dios. Buscando casa y trabajo junto con ellos, éramos conscientes de las dificultades que íbamos a encontrar. Entrábamos en las casas para buscar alojamiento “para nuestros amigos sirios” y recibíamos en cambio reacciones muy duras. Por ejemplo, los propietarios de los apartamentos nos proponían alquileres excesivamente caros, para no recibirlos. Antes de dejar el centro, el último día, sólo una familia no había encontrado ni casa, ni muebles. Una de nosotros nos recordó que teníamos que tener confianza en la intervención de Dios. Con gran alegría por parte nuestra, al día siguiente encontramos gratis una casa y otra persona que debía mudarse les regaló todos sus muebles. También encontramos escuelas cuasi gratuitas para sus hijos. Con un grupo de docentes comenzamos una escuela de francés, que les permitió a los niños de las familias sirias comenzar a asistir a la escuela. Ahora todas estas familias dejaron Líbano y se mudaron a Canadá, Bélgica, Holanda. Nos escribieron para decirnos que en Líbano se sintieron apoyados, en su casa. Una familia dijo: «Sin el apoyo de las familias libanesas no hubiéramos nunca podido recomenzar todo desde cero tan fácilmente». Cuando se fueron, dejaron todo lo que tenían para las familias que habrían llegado después. Ahora disponemos de tres alojamientos que usamos para ayudar a las familias sirias e iraquíes que están de paso por Líbano para emigrar, tratando de estar siempre dispuestos a amarlos y custodiando esta relación de paz».
Poner en práctica el amor
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