«Es el título que elegimos juntos, sin reflexionar mucho. Construyendo puentes, no podía ser más indicado: entre los chicos de los barrios más pudientes y de las comunidades más pobres no existían diferencias. Los equipos estaban compuestos por chicos y chicas de los 10 a los 18 años, todos juntos. Los más grandes cuidaban de los más pequeños, los más pequeños animaban a los más grandes. La participación de comunidades pobres no se sintió ningún tipo de asistencialismo, de esta interacción todos salían beneficiados». Renzo Megli, quien desde un principio formó parte de la organización de las Olimpiadas para los chicos, puso en claro enseguida las premisas para el completo éxito del proyecto. Describió la preparación con un acento apasionante. «Parecía que el viento soplaba siempre en contra. La idea de perfeccionista y el recuerdo de las canchas deportivas “profesionales” o “semi profesionales” de las ediciones anteriores nos cerraba la mente, bloqueaba el espíritu, entristecía el pensamiento. Yo por el contrario, estaba feliz. Feliz porque todas las puertas se cerraban y por el lento y fatigoso cambio de dirección, la única posibilidad que quedaba era llevar las Olimpiadas al CEU, el Condominio Espiritual Uirapuru. Empezamos a trabajar, decididos a realizar el evento. Pero la tensión seguía siendo evidente, las brújulas estaban desorientadas por los viejos campos magnéticos. ¡Basta! Era necesario elegir: ¿o seguíamos adelante compactos o nos deteníamos? ¿Qué es mejor, realizar algo menos perfecto, pero juntos, o más perfecto, pero desunidos entre nosotros? Serán Olimpiadas distintas, menos profesionales, quizás menos “chic”. Y quizás precisamente la brisa del Espíritu nos estaba llevando a hacer algo nuevo, distinto. Decidimos dirigirnos hacia ese “norte” común. También quien en primera instancia se oponía empezó a remar en la misma dirección. Sólo en ese momento me vino a la mente una conversación que había tenido hacía mucho tiempo con un focolarino más grande que yo. Me había dado un consejo: “Para perder tu idea primero tienes que tenerla y, posiblemente debe ser realmente tuya, como una hija, carne de tu carne. Piensa en una botella de champán, tiene que estar llena antes de quitar el tapón y dejar que espumee”. Me sentía así, “padre” de mi idea, pero dispuesto a perderla. “Perdiendo” cada uno la propia, nos convertimos juntos en “padres” de una idea todavía más bella, que poco a poco se fue afinando». Renzo prosigue su relato: «El responsable del CEU nos había prometido un espacio y el equipo. Todo el trabajo realizado hasta ese momento estaba basado en esta disponibilidad. Pero después se echó para atrás: ya no se podía usar el espacio. La “dinámica del perder” y lanzar en Dios toda preocupación se había vuelto tan cotidiana que después de pocos segundos de la noticia de esta adversidad entendimos que era un signo del Espíritu. Invitar a los niños de la comunidad CEU era lo más importante, pero el tiempo volaba y las inscripciones llegaban lentamente, dejándonos un nudo en la garganta: ¿llegaremos al número mínimo de participantes? Decidimos abrir las inscripciones también para quienes no podían participar por dificultades económicas. Queríamos confiar en la Providencia. Surgieron muchos patrocinadores y todos los gastos, también los imprevistos fueron cubiertos. La sonrisa de los numerosos niños del CEU presentes en nuestras Olimpiadas se volvió nuestra imagen. Había una alegría extraordinaria evidente en todos, animadores, padres, jugadores. Un niño de una comunidad del CEU dijo: “Aquí encontré a mi papá”. Era un chico más grande que realmente lo había querido. Entre los participantes, también estaban las chicas del Lar Santa Mônica, una comunidad que acoge adolescentes víctimas de abusos sexuales domésticos. Habían llegado con una actitud huraña y sólo con el deseo de volver enseguida a la casa. Pero después, en cambio, participaron hasta lo último. Las vimos regresar felices. Esta transformación fue una de las más bellas victorias de nuestras Olimpiadas».
Poner en práctica el amor
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