Llegué a Bagdad como Nuncio Apostólico de Irak y Jordania, dos semanas después del terrible atentado del 2010 en la catedral sirio-católica que provocó la muerte de 2 sacerdotes, 44 fieles y 5 soldados. Visitando la catedral, pueden imaginarse la desolación y la sen que advertí en mi interior al haber sido enviado allí para compartir ese dolor. Las relaciones entre los cristianos y los musulmanes eran conflictivas desde hacía años, a tal punto que incluso en la Nunciatura para cualquier trabajo o compra se elegían sólo a los cristianos. Sentía que tenía que ir contra la corriente. Comencé tratando de aprender el árabe (¡lamentablemente con poco éxito!) para poder saludar a todos. Cuando se me permitía, iba a conversar con los guardias dedicados a la protección de la Nunciatura, a veces compartiendo la cena preparada por ellos, aunque los soldados no son los mejores cocineros. La religiosa que me traducía no estaba muy de acuerdo, pero yo estaba convencido de que algo había que hacer. Sentía que tenía que “confiarme”, aunque si esto me ocasionaba alguna sorpresa. Una vez un peluquero musulmán al cual había comenzado a ir, para cortarme el pelo de las orejas, puso un poco de gas de su encendedor y después prendió fuego. Sabía que era un ingenuo, pero era una ingenuidad que yo quería mantener, queriendo conocer las razones del otro. El único musulmán que trabajaba en la Nunciatura era el jardinero. Cuando me fui me dijo: “Te vas, y yo quisiera que me dejaras un poco de tu paz”. Tal vez había captado que se trataba de esa paz interior que sólo Jesús puede dar. Una vez Chiara Lubich, hablando con los gen (los jóvenes de los Focolares), recordando al Emperador Constantino que había visto en el cielo una cruz con un escrito: “En este signo vencerás”- dijo que nuestra arma es Jesús Abandonado y que no existe otro camino para la unidad que el de la cruz. Allí Jesús tomó sobre sí mismo cada división, cada separación, y resucitó. También para nosotros la derrota se transformará en victoria. En mayo de 2015 fui trasladado a Cuba. Estaban en curso los preparativos para la visita del papa Francisco. Todo iba muy bien, pero un pequeño incidente diplomático de último momento perturbó los preparativos. Y yo en un momento perdí la paz interior, justo mientras el Papa estaba presente. Entrando en la plaza de la Revolución de La Habana para la Misa solemne, vi el retrato estilizado del Che Guevara, con el escrito: “¡Hasta la victoria, siempre! Y enseguida pensé en la clave de nuestra victoria: Jesús Abandonado. Y comprendí que no podía llegar a la victoria si no pasaba por esa derrota. Jesús no podía resucitar sin morir. Jesús Abandonado no es el instrumento para usar en caso de necesidad para que resuelva nuestros problemas, es el Esposo con el cual somos “una carne sola”. Y si me lamento de algo o de alguien, me doy cuenta de que me lamento de Él. No puedo decir que Lo elegí si prefiero que no esté. Comprendo que debo estar contento cuando está, más que cuando no está. Entonces los problemas, las divisiones, las guerras, la pobreza, etc., no me asustan más. No vivo esperando que terminen pronto, sino en la esperanza que nace de la certeza que en Él ya están resueltos. Entonces vivo sereno, y puedo transmitir la paz también a aquél que no comparte mi fe, como al jardinero de la Nunciatura de Bagdad.
Poner en práctica el amor
Poner en práctica el amor
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