Una Navidad fuerte, audaz, no tibia, en una “familia” grande como la humanidad
¡Todos uno! Es una meta.
Un día el cielo se abrió, porque el Verbo se hizo hombre, creció, enseñó, hizo milagros, recogió discípulos, fundó la Iglesia y antes de morir en la cruz le dijo al Padre: “Que todos sean uno”.
No se dirigió a los hombres, quizás no lo hubiesen entendido. Se dirigió hacia el Padre, porque el vínculo de esta unidad es Dios, y nos obtuvo la gracia de poder ser entre nosotros una sola cosa.
Sabemos que somos hermanos, sabemos que nos une un vínculo, pero no nos comportamos como hermanos. Pasamos unos al lado de otros sin mirarnos, sin amarnos. Pero entonces, ¿en qué consiste nuestra fraternidad?
Dios (…) quiere que abramos los ojos y nos miremos y nos ayudemos y nos amemos.
Es culpa nuestra. Nos hemos olvidado de lo esencial. Tenemos los ojos ciegos por los bienes, por los negocios, por los afectos, por las ideas personales, por el egoísmo. Nada posponemos a Dios.
Dios existe. Sí, también está Dios, pero es una de las muchas cosas. Nos acordamos de Él en ciertos momentos, cuando lo necesitamos.
Como cristianos, debemos vivir de otra manera. Debemos poner a Dios en su lugar y posponerlo todo a Él. Y Él nos enseñará cómo debemos vivir, y nos repetirá sus palabras: “Ámense”.
Entonces cambiarán muchas cosas. Mi familia será la humanidad, como dijo Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios”.
Y pasando por las calles del mundo, nos daremos cuenta de que los hombres no son solo seres humanos, sino hijos de Dios.
¡Todos uno!
Hacer de la tierra una sola familia, donde la norma de toda norma sea el Amor.
Chiara Lubich (de Città Nuova – Anno XVI – n°24 – 25 de diciembre de 1972)
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