«Quisiera contarles lo que es el sacerdocio para mí, qué significado tiene para mí hoy ser sacerdote. Es ser, contemporáneamente, en la medida de lo posible para un ser humano, el Jesús del Cenáculo y el Jesús del calvario, el Jesús de las multitudes y el Jesús del Getsemaní, el Jesús del hosanna y el Jesús que dice “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, el Jesús de la muerte y el Jesús de la Resurrección. Es ser cada vez más, cada día un poquitito más, Jesús, así como el Eterno Padre lo desea y dispone en su amorosa voluntad. […]. Que se sirva de mí como El quiera. Tengo sólo el momento presente. En éste, poder hacer algo o no, sea humanamente como sacerdotalmente, no importa; cuenta sólo lo que la voluntad de Dios quiere para mí» Así escribe el Padre Cosimino a sus parroquianos por el 25º aniversario de su ordenación sacerdotal, en 1988, ya afectado por la enfermedad que lo llevará a concluir el 5 de julio de 1989 su experiencia terrena. «Jesús murió a los treinta y tres años – escribe-. ¿Por qué yo no puedo morir a los 49 o 50? Jesús pudo decir. “Está todo cumplido” mientras que todo era una derrota a su alrededor, y sin embargo lo dice. ¿Por qué pienso en tantos proyectos y proyectitos? También para mí todo quedará “cumplido” (es decir completado perfectamente) si permanezco, como Jesús en el designio del Padre». El Padre Cosimino entra en el seminario en 1950. En este período de formación, él fue un ejemplo, sea en el camino espiritual que vivió con gran compromiso, como en el estudio. Fue siempre importante para él un gran deseo: comprender cómo vivir para hacerse santo. Es ordenado sacerdote en Gaeta (Italia) el 14 de julio de 1963. Después de un año de su ordenación participa en Ala di Stura (en el Norte de Italia) en un encuentro del Movimiento de los Focolares. Aquí, como el mismo dijo repetidas veces, encontró la respuesta a su deseo de santidad, encontró “El IDEAL”, como desde aquella época decía. De modo que se puso enseguida empeñosamente a atesorar en su corazón todo lo que recibía, tratando de no perder ni siquiera una palabra y su compromiso estaba en comprender, pero sobre todo en vivir la espiritualidad de la unidad. En 1967 fue nombrado párroco de S. Paolo, en Gaeta, su ciudad natal. Aquí, con su típico estilo lleno de amor y atención hacia todos, en especial hacia los últimos (madres solteras, ex presidiarios, drogadictos, desahuciados, abandonados), encaminó su comunidad orientado simplemente, pero con fuerza y decisión, sólo a vivir el Evangelio en todas las situaciones y en las realidades más distintas. No faltaron ocasiones de tomar posición también en los temas de realidades sociales que estaban lejanas de la dimensión verdaderamente humana y cristiana. Trabajó muchísimo por el Movimiento sacerdotal y por el Movimiento parroquial, dos expresiones del Movimiento de los Focolares. De este modo, muchos, también a nivel internacional, pudieron conocerlo, y lo demostraron en la gran participación que hubo en todo el período de su enfermedad. Un aspecto destacado para comprender su vida es su relación de unidad con los otros sacerdotes, en el sentido que supo pasar de una mentalidad individualista a una vida de comunión. Su único objetivo era el de crecer en la caridad, dejando de lado los discursos sobre nuevas técnicas de apostolado, de catequesis y sobre modernas y atractivas expresiones de liturgia, como estaba de moda en aquel momento, para dejar lugar a la comunión, tal como se hace en una familia donde se ponen en común los bienes, el sueldo, los gastos, los amigos, las luces y las pruebas, la salud, la ropa, las ideas. Con radicalidad y convicción se ensimismó con el símbolo del movimiento sacerdotal de los Focolares: el lavado de los pies. Escribe: «La consideración de la acción del lavado de los pies fue para mí fundamental. Porque Él lo hizo, tengo que repetir este gesto también yo para los hombres de estas generaciones. ¡Qué dignidad sublime! Pero Cristo en su dignidad divina renuncia a su investidura y lava los pies. Yo, cura, repetiré a Cristo, despojándome de mi honorabilidad falsa que poseo y me acercaré a los hombres para realizar el lavado de los pies, la redención. Lavaré los pies en el confesionario, en el hospital, cuando celebro la Misa, atendiendo a los pobres, a los ancianos. Pero deberé despojarme. Esto es lo esencial».
Poner en práctica el amor
Poner en práctica el amor
0 comentarios