Movimiento de los Focolares

Estambul – 34° Congreso de Obispos de varias Iglesias

«Dentro de un mes recibiré en Constantinopla a los obispos amigos del Movimiento»: es el mismo Patriarca Ecuménico de Constantinopla Bartolomé I quien anunció a la prensa el próximo Congreso de los Obispos de varias Iglesias amigos de los Focolares, que tendrá lugar en Estambul del 25 al 30 de noviembre próximos. El anuncio lo suscitó una entrevista concedida enseguida después de la entrega del doctorado honoris causa en cultura de la unidad, el 26 de octubre pasado, en Loppiano, por parte del Instituto Universitario Sophia. «Tendremos una reunión en Halki –prosiguió- en la escuela de Teología y allí tendremos la posibilidad de recordar todos juntos a Chiara Lubich y rezar por el descanso de su alma, y de expresar nuestras experiencias y nuestra voluntad de trabajar por la unidad de las Iglesias. Nosotros, como iglesia de Constantinopla, estamos felices, estamos listos para acogerlos, e intercambiar nuestras experiencias y contracambiar el beso de la paz entre Oriente y Occidente».    

Sínodo, para caminar juntos

Sínodo, para caminar juntos

20151024-02El 17 de octubre, el Aula Nervi, tuvo lugar una celebración solemne, estaban presentes todos los Padres sinodales, delegaciones, embajadores y el Papa Francisco –con un discurso definido como uno de los más importantes de su pontificado-, en el que recordó los 50 años de la institución del Sínodo de los obispos por parte de Pablo VI. «Una obra de arte», afirmó la presidente de los Focolares, María Voce, refiriéndose al discurso del Papa en un comentario inmediatamente después de éste. «Ha mostrado que no puede existir un camino en la Iglesia que no sea sinodal. Me impresionó que subrayara la importancia del sensus fidei, es decir el sentido de la fe, y la infalibilidad del pueblo de Dios cuando escuchan juntos al Espíritu Santo, expresando así la fe de la Iglesia. Y esto siempre a partir de la base. El Papa Francisco nos dio a entender que ha de ser así en todas figuras jurídicas colegiales nacidas después del Concilio Vaticano II. Si no viven esta sinodalidad, partiendo de la gente a la que están dirigidas, no sirven a la comunión. Son una máscara». «Y después la primacía del servicio: «Nunca lo olvidemos-dijo el Papa-. Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: “ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser primero, que se haga esclavo” (Mt 20,25-27). “Entre ustedes no debe suceder así”: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia –“entre ustedes no debe suceder así”- y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico». El Papa habla de “pirámide invertida”, una imagen en la que desde hace algún tiempo nos esforzamos por reflejarnos, precisamente en el sentido que él la explica: «El vértice debe estar por debajo de la base. Por eso quienes ejercitan la autoridad se llaman “ministros”: porque, según el significado original de la palabra, son los más pequeños entre todos». Del discurso emergió una vez más la sintonía entre el papa Francisco y el patriarca Bartolomé I: «El compromiso de edificar una Iglesia sinodal –misión a la cual todos estamos llamados, cada uno en el papel que el Señor le confía- tiene muchas implicaciones ecuménicas. Por esta razón, hablando a una delegación del patriarcado de Constantinopla, recientemente subrayó la convicción que “el atento examen de cómo se articulan en la vida de la Iglesia el principio de sinodalidad y el servicio de quien preside ofrecerá un aporte significativo al progreso de las relaciones entre nuestras Iglesias”». «Es una sintonía –subrayó María Voce- que no sólo existe a propósito de los problemas de la creación, expresados en la encíclica Laudato si’; sino que es precisamente este sentir sinodal de la Iglesia el que impulsa al Papa a buscar la forma de dar pasos concretos hacia la plena comunión. Porque es sólo en la plena comunión de todos los cristianos que se expresa la sinodalidad de la Iglesia». Al final, comentó María Voce, «la búsqueda, no del compromiso, sino de lo que el Espíritu Santo quiere decir, es un gran desafío que exige una gran unidad de toda la Iglesia. Hemos hablado con distintos participantes del Sínodo de la Familia en curso en estos días, también con la familia de focolarinos casados de Colombia, María Angélica y Luis Rojas, y todos nos pedían que rezáramos. Entonces hemos intensificado las oraciones como si también nosotros estuviésemos allí tratando de comprender cómo hacer para acoger las angustias y las dificultades de las familia del tiempo moderno, mirando la familia según el designio de Dios». La motivación y las densas palabras de Pablo VI que acompañaron la institución del Sínodo de los Obispos, el 15 de septiembre de 1965 han sido especialmente importantes para el Movimiento de los Focolares, precisamente porque la institución del Sínodo, explica María Voce, «ha suscitado un nuevo ambiente en la Iglesia, un cambio: el de la colegialidad, de la comunión, el paso de un modo de conducir la Iglesia en forma individual, más bien jerárquico, a un modo colegial». «Como Movimiento de los Focolares, como Movimiento de la unidad, no podíamos dejar de tomar en consideración este acontecimiento, y acogí con alegría la invitación del Card. Baldisseri a participar en la conmemoración». Con los Sínodos, de hecho, se actúa una especie de continuación del Concilio Vaticano II. «Pablo VI, evidentemente movido por el Espíritu Santo, después de haber hecho esa experiencia conciliar tan bella, que llevó a la Iglesia a una realidad nueva – basta pensar en los documentos Gaudium et Spes, Lumen Gentium, Nostra Aetate – sintió que esta experiencia tenía que continuar». “Sínodo”, de hecho, quiere decir precisamente “camino juntos”, tal como explicaron tanto el Card. Schönborn en su intervención sobre el nacimiento del Sínodo de los Obispos y los varios Sínodos, como el Papa. Significa, por lo tanto, que en «la Iglesia estamos caminando juntos. No el Papa solo, los obispos solos, el pueblo de Dios solo: en el camino que hace la Iglesia todos tienen algo que decir y que dar». Lee también: nota de prensa sobre la participación de los Focolares en la conmemoración del 50° del Sínodo de los obispos.

¿Se puede afrontar el dolor?

¿Se puede afrontar el dolor?

IMG_3336Nancy O’Donnell ha trabajado como psicoterapeuta con drogadictos y fue responsable de un centro médico para ayudar a mujeres alcohólicas y a sus hijos. La pregunta sobre el significado del dolor es central en la vida de las personas y en especial en la enfermedad. A ella le preguntamos: ¿es posible afrontar el problema del sufrimiento y encontrar la esperanza? «El dolor forma parte de toda vida humana y difícilmente somos capaces de ayudar a otros que sufren si no hemos encontrado un significado a nuestros sufrimientos. Está en esta búsqueda el camino de la esperanza. La ciencia ofrece nuevos tratamientos, nuevas terapias para mejorar la vida de muchos. El peligro radica en que nos dejemos engañar creyendo que encontraremos la forma para no envejecer, para no enfermarnos, para no sufrir. Si se busca sólo la esperanza de sanar, corremos el riesgo de engañarnos a nosotros mismos, y es un engaño que nos puede llevar a la desesperación, que es lo opuesto de la esperanza. De esto hablamos recientemente en un congreso realizado el pasado 27 de septiembre en el Polo Lionello Bonfanti, cerca de Florencia. Es tema estuvo centrado en el sufrimiento humano, la esperanza de curación y la búsqueda de sentido». ¿Cuál es el papel de la Psicología en la experiencia de un enfermo, para ayudarlo a encontrar la esperanza? «Podríamos sintetizarlo en cuatro puntos: el papel de la personalidad y la posibilidad de modificarla, la importancia de relaciones sanas al afrontar la enfermedad, la necesidad de conocer y aceptar los propios límites, la capacidad humana de donarse» Sobre la personalidad: ser optimista o positivo puede disminuir el riesgo de enfermedades y de síntomas crónicos. En la Universidad de Davis en California, descubrieron que escribir las cosas por las cuales estamos agradecidos todos los días conlleva a un aumento de la felicidad. Los resultados fueron más significativos aun al compararlos con un grupo al cual se le pidió, en cambio, que anotaran las cosas que les habían aumentado el estrés. IMG_3290El segundo punto: las relaciones. Tenemos la capacidad de establecer relaciones desde el nacimiento. La salud mental de cada persona depende de su capacidad de “coordinarse” y “conectarse” con los demás. La mente humana es sana cuando posee algunas competencias relacionales estratégicas, que le permiten “abrirse” a una realidad social múltiple, es decir, cuando tiene la capacidad de “percibir” en forma adecuada a los demás y a su diversidad. Si nuestra identidad es relacional, es lógico que, cuando las circunstancias hacen que mantenernos en la esperanza sea un desafío, tener cerca a personas con las se han construido relaciones profundas es importante pues el apoyo de estas relaciones refuerza la energía positiva necesaria para permanecer en la esperanza. La no aceptación de los propios límites es una de las dificultades más típicas de la persona de hoy. El límite de la persona se manifiesta a través de su condición y de su historia, a través de experiencias que conllevan el riesgo de la frustración. En un mundo que nos ofrece una vida “sin límites”, hace que no estemos preparados para afrontar la llegada de una enfermedad inesperada. En cambio, la capacidad de asumir las múltiples expresiones del límite es un paso determinante para alcanzar la propia realización Finalmente, ser un don para los demás, también cuando faltan las fuerzas físicas, hace que la persona sea siempre protagonista. Es allí que se encuentra una dignidad que nace de un punto al fondo de nuestro ser».

Nancy O'Donnell_a

Dra. Nancy O’Donnell

Dra. O’Donnell, ¿se puede entrever un vínculo entre la psicología y la espiritualidad? «Sí, pero es una relación ambivalente. La reconciliación entre estas dos dimensiones humanas a mí me la facilitó una maestra de espiritualidad y humanidad: Chiara Lubich. Creo que todos tratan de encontrar una unidad interior, donde la identidad propia sea una cosa segura en medio de los distintos conflictos que hay a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Para mí, esta unidad proviene de la vida vivida según esta espiritualidad. He trabajado por muchos años con drogadictos, con mujeres alcohólicas y después con personas de la calle que lo habían perdido todo debido a las drogas. Se sentían aplastados por la desesperación y era difícil para ellos encontrar un por qué vivir. A ellos trataba de comunicarles mi certeza, de la dignidad intrínseca de cada uno y del valor del sufrimiento. Utilizaba una imagen que me resultaba útil. Durante el proceso de rehabilitación tenían momentos libres donde algunos se entretenían haciendo rompecabezas. Entonces les preguntaba si no les había sucedido alguna vez que al terminar un rompecabezas se daban cuenta de que les faltaba una pieza. Veía la vida de cada uno más o menos así: cada uno como una pieza única y la belleza final se podía apreciar sólo si cada uno estaba en su lugar. Por lo tanto cada persona descubre su propia belleza y toma conciencia de ser insustituible y digna de amor en la relación con los demás. Al creer que ha sido creada como un don para el otro así como el otro es un don para ella».

Palabra de Vida – Octubre 2015

Este es el distintivo, la característica propia de los cristianos, el signo para reconocerlos. O al menos debería serlo, porque así concibió Jesús a su comunidad. Un escrito fascinante de los primeros siglos del cristianismo, la Carta a Diogneto, declara que «los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por la nación ni por la lengua ni por el vestido. En ningún sitio habitan ciudades propias, ni se sirven de un idioma diferente ni adoptan un género peculiar de vida»[1]. Son personas normales, como todas las demás. Y sin embargo, poseen un secreto que les permite influir profundamente en la sociedad y ser como su alma[2]. Es un secreto que Jesús entregó a sus discípulos poco antes de morir. Como los antiguos sabios de Israel, como un padre respecto a su hijo, también Él, Maestro de sabiduría, dejó como herencia el arte del saber vivir y del vivir bien, que había aprendido directamente de su Padre: «Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15), y era fruto de su experiencia en la relación con Él. Consiste en amarse unos a otros. Esta es su última voluntad, su testamento, la vida del cielo que ha traído a la tierra y que comparte con nosotros para que se convierta en nuestra misma vida. Y quiere que esta sea la identidad de sus discípulos, que se los reconozca como tales por el amor recíproco: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». ¿Se reconoce a los discípulos de Jesús por su amor recíproco? «La historia de la Iglesia es una historia de santidad», escribió Juan Pablo II. Y sin embargo, «hay también no pocos acontecimientos que son un antitestimonio en relación con el cristianismo»[3]. Durante siglos, los cristianos se han enfrentado en guerras interminables en el nombre de Jesús y siguen estando divididos entre ellos. Hay personas que a día de hoy siguen asociando a los cristianos con las Cruzadas y los tribunales de la Inquisición, o los ven como defensores a ultranza de una moral anticuada, opuestos al progreso de la ciencia. No ocurría así con los primeros cristianos de la comunidad naciente de Jerusalén. La gente sentía admiración por la comunión de bienes que vivían, la unidad que reinaba entre ellos, la «alegría y sencillez de corazón» que los caracterizaba (Hch 2, 46). «La gente se hacía lenguas de ellos», seguimos leyendo en los Hechos de los Apóstoles, con la consecuencia de que cada día «crecía el número tanto de hombres como de mujeres que se adherían al Señor» (Hch 5, 13-14). El testimonio de vida de la comunidad tenía una fuerte capacidad de atracción. ¿Por qué hoy no se nos conoce como aquellos que se distinguen por el amor? ¿Qué hemos hecho con el mandamiento de Jesús? «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». Tradicionalmente, el mes de octubre se dedica en el ámbito católico a la «misión», a la reflexión sobre el mandato de Jesús de ir a todo el mundo a anunciar el Evangelio, a la oración y al sostenimiento de todos los que están en primera línea. Esta palabra de vida puede ayudar a todos a esclarecer la dimensión fundamental de todo anuncio cristiano. No consiste en imponer un credo, hacer proselitismo o ayudar de modo interesado a los pobres para que se conviertan. Tampoco debe primar la defensa exigente de valores morales ni el adoptar una postura ante las injusticias o las guerras, aun cuando sean actitudes obligadas que el cristiano no puede eludir. El anuncio cristiano es ante todo un testimonio de vida que todo discípulo de Jesús debe ofrecer personalmente: «El hombre contemporáneo prefiere escuchar a los que dan testimonio que a los que enseñan»[4]. Incluso los que son hostiles a la Iglesia suelen sentirse conmovidos por el ejemplo de quienes dedican su vida a los enfermos o a los pobres y están dispuestos a dejar su patria para ir a lugares de frontera a ofrecer ayuda y cercanía a los últimos. Pero lo que Jesús pide sobre todo es el testimonio de toda una comunidad que muestre la verdad del Evangelio. Esta debe mostrar que la vida que Él trae puede generar realmente una sociedad nueva, en la que se viven relaciones de auténtica fraternidad, de ayuda y servicio mutuo, de atención coral a las personas más débiles y necesitadas. La vida de la Iglesia ha conocido testimonios así, como las reducciones para indígenas que los franciscanos y jesuitas construyeron en Sudamérica, o los monasterios, con las aldeas que surgían alrededor. También hoy, comunidades y movimientos eclesiales dan lugar a ciudadelas de testimonio donde se pueden ver los signos de una sociedad nueva fruto de la vida evangélica, del amor recíproco. «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros». Sin apartarnos de los lugares en que vivimos ni de las personas que nos rodean, si vivimos entre nosotros esa unidad por la que Jesús dio la vida, podremos crear un modo de vivir alternativo y sembrar en torno a nosotros brotes de esperanza y de vida nueva. Una familia que renueva cada día su voluntad de vivir de modo concreto en el amor recíproco puede convertirse en rayo de luz en medio de la indiferencia de su vecindad. Una «célula local», o sea, dos o más personas que se asocian para practicar con radicalidad las exigencias del Evangelio en su entorno de trabajo, en clase, en la sede sindical, en la administración o en una cárcel, podrá desbaratar la lógica de la lucha por el poder, crear un ambiente de colaboración y favorecer que nazca una fraternidad inesperada. ¿No actuaban así los primeros cristianos de tiempos del Imperio romano? ¿No es así como difundieron la novedad transformante del cristianismo? Nosotros somos hoy los «primeros cristianos», llamados como ellos a perdonarnos, a vernos siempre nuevos, a ayudarnos; en una palabra, a amarnos con la misma intensidad con que Jesús amó, seguros de que su presencia en medio de nosotros tiene la fuerza de arrastrar también a los demás a esta lógica divina del amor. FABIO CIARDI [1] Carta a Diogneto, V, 1-2: en Padres apostólicos (“Biblioteca de Patrística” n. 50), Ciudad Nueva, Madrid 2000, 20143, p. 560. [2] Ibid., VI, 1: en o. cit., p. 561. [3] Juan Pablo II, bula Incarnationis mysterium, 11. [4] Pablo VI, exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 41.

Palabra de vida – Septiembre 2015

Esta es una de esas palabras del Evangelio que requieren ser vividas enseguida, en forma inmediata. Es tan clara, límpida ­¡y exigente!, que no necesita muchos comentarios. Sin embargo, para captar la fuerza que encierra será útil situarla en su contexto. Jesús está respondiendo a un escriba –un estudioso de la Biblia– que le preguntó cuál es el mandamiento más grande. Era una cuestión abierta, puesto que en las Sagradas Escrituras se habían identificado 613 preceptos que hay que observar. Uno de los grandes maestros que habían vivido unos años antes, Shammay, se había negado a indicar el mandamiento supremo. Sin embargo otros, como hará luego Jesús, se orientaban ya a poner en el centro el amor. Por ejemplo, el rabino Hillel afirmaba: «No hagas al prójimo lo que te resulta odioso a ti; ésta es toda la ley. El resto es sólo comentario»[1]. Jesús no sólo adopta la enseñanza sobre la centralidad del amor, sino que aúna en un único mandamiento el amor a Dios (Dt 6, 4) y el amor al prójimo (cf. Lv 19, 18). Y la respuesta que da al escriba que lo interpela dice así: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Esta segunda parte del único mandamiento es expresión de la primera parte, el amor a Dios. A Dios le importa tanto cualquier criatura suya que, para darle alegría, para demostrarle con hechos el amor que tenemos por Él, no hay modo mejor que ser la expresión de su amor para con todos. Igual que los padres se alegran cuando ven que sus hijos se llevan bien, se ayudan y están unidos, Dios –que es para nosotros como un padre y una madre– también se alegra cuando ve que amamos al prójimo como a nosotros mismos, contribuyendo así a la unidad de la familia humana. Ya los profetas llevaban siglos explicando al pueblo de Israel que Dios quiere amor, y no sacrificios ni holocaustos (cf. Os 6, 6). El propio Jesús se remite a su enseñanza cuando afirma: «Vayan, aprendan lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificios”» (Mt 9, 13). Pues ¿cómo podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos al hermano, a quien vemos? (cf. 1 Jn 4, 20). Lo amamos, le servimos, lo honramos en la medida en que amamos, servimos y honramos a cada persona, amiga o desconocida, de nuestro pueblo o de otros pueblos, sobre todo a los «pequeños», a los más necesitados. Es una invitación que dirige a los cristianos de todos los tiempos para transformar el culto en vida, salir de las iglesias –donde hemos adorado, amado y alabado a Dios– e ir hacia los demás, y así poner en práctica lo que hemos aprendido en la oración y en la comunión con Dios. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». ¿Cómo vivir entonces este mandamiento del Señor? Recordemos ante todo que forma parte de un binomio inseparable que incluye el amor a Dios. Hace falta dedicar tiempo a conocer lo que es el amor y cómo hay que amar, y para ello hay que favorecer momentos de oración, de «contemplación», de diálogo con Él: lo aprendemos de Dios, que es Amor. No le robamos tiempo al prójimo cuando estamos con Dios; al contrario, nos preparamos para amar de un modo cada vez más generoso y apropiado. Al mismo tiempo, cuando volvemos a estar con Dios después de haber amado a los demás, nuestra oración es más auténtica, más verdadera, y se puebla de todas las personas con las que hemos estado y que llevamos de nuevo a Él. Además, para amar al prójimo como a uno mismo hay que conocerlo como se conoce uno a sí mismo. Deberíamos llegar a amar como el otro quiere que lo amen, y no como a mí me gustaría amarlo. Ahora que nuestras sociedades son cada vez más multiculturales debido a la presencia de personas procedentes de mundos muy distintos, el desafío es aún más grande. Quien va a un país nuevo debe conocer sus tradiciones y sus valores; sólo así puede entender y amar a sus ciudadanos. Y lo mismo quien recibe a nuevos inmigrantes, en muchos casos desorientados, que se enfrentan a un nuevo idioma, a los problemas de inserción. La diversidad está presente dentro de la familia misma, en el trabajo o en la comunidad de vecinos, aunque estén formados por personas de la misma cultura. ¿Acaso no nos gustaría encontrarnos con alguien dispuesto a dedicar su tiempo a escucharnos, a ayudarnos a preparar un examen, a encontrar un puesto de trabajo, a reformar la casa? Pues quizá el otro tenga necesidades similares. Hay que saber intuirlas, prestarle atención, escucharlo sinceramente, ponernos en su lugar. También cuenta la calidad del amor. En su célebre himno a la caridad, el apóstol Pablo enumera algunas de sus características que no vendrá mal recordar: es paciente, quiere el bien del otro, no es envidioso, no adopta aires de superioridad, considera al otro más importante que a sí mismo, no falta al respeto, no busca su propio interés, no se irrita, no recuerda el mal recibido, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cf. 1 Co 13, 4-7). ¡Cuántas ocasiones y cuántos matices para vivir!: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» Y por último podemos recordar que esta norma de la existencia humana sustenta la famosa «regla de oro», que encontramos en todas las religiones y el pensamiento de los grandes maestros de la cultura «laica». Hindúes y musulmanes, budistas y creyentes de religiones tradicionales, cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad podríamos buscar en los orígenes de nuestra tradición cultural o de nuestro credo religioso análogas invitaciones a amar al prójimo y ayudarnos a vivirlas juntos. Debemos trabajar juntos para crear una nueva mentalidad que valore al otro, que inculque el respeto a la persona, proteja a las minorías, atienda a los sujetos más débiles, que no centre la atención en los intereses propios sino que ponga en el primer lugar los del otro. Si todos fuésemos de verdad conscientes de que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos hasta no hacer al otro lo que no quisiéramos que nos hiciesen a nosotros y que deberíamos hacer al otro lo que quisiéramos que el otro nos hiciese, cesarían las guerras, se acabaría la corrupción, la fraternidad universal ya no sería una utopía y la civilización del amor pronto se haría realidad.

Fabio Ciardi

[1] Talmud de Babilonia, Shabat 31a.