Movimiento de los Focolares

Comentario de Chiara Lubich de la Palabra de vida del mes de Abril 2006

Estas palabras de Jesús, más elocuentes que un tratado, desvelan el secreto de la vida. No hay alegría de Jesús sin dolor amado. No hay resurrección sin muerte. Jesús nos habla de sí mismo, explica el significado de su existencia. Faltan pocos días para su muerte. Será dolorosa, humillante. ¿Por qué morir, precisamente él que se ha proclamado la Vida? ¿Por qué sufrir, él que es inocente? ¿Por qué ser calumniado, abofeteado, burlado, clavado en una cruz, el final más denigrante? Y, sobre todo, ¿por qué él, que ha vivido en la unión constante con Dios, se habrá de sentir abandonado por su Padre? También a él la muerte le da miedo; pero tendrá un sentido: la resurrección. Había venido a reunir a los hijos dispersos de Dios (1), a romper toda barrera que separa a pueblos y personas, a hermanar a hombres divididos entre sí, a traer la paz y construir la unidad. Pero es necesario pagar un precio: para atraer a todos a sí tendrá que ser elevado de la tierra, en la cruz (2). Por eso esta parábola, la más hermosa de todo el Evangelio:

«Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto».

Ese grano de trigo es él. En este tiempo de Pascua se nos muestra en lo alto de la cruz, su martirio y su gloria, en el signo del amor extremo. Allí ha dado todo: el perdón a los verdugos, el Paraíso al ladrón, a nosotros la madre y su cuerpo y su sangre, su vida, hasta gritar: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. En 1944 escribía: “¿Sabes que nos ha dado todo? ¿Qué más podía darnos un Dios que, por amor, parecía olvidarse de ser Dios?”. Así nos ha dado la posibilidad de volvernos hijos de Dios: ha generado un pueblo nuevo, una nueva creación.
El día de Pentecostés el grano de trigo caído en tierra y muerto ya florecía en espiga fecunda: tres mil personas, de distintos pueblos y naciones, se volvían “un solo corazón y una sola alma”, y luego cinco mil, y luego…

«Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto».

Esta Palabra da sentido también a nuestra vida, a nuestro sufrir, a nuestro morir, un día. La fraternidad universal por la cual queremos vivir, la paz, la unidad que queremos construir a nuestro alrededor, es un sueño vago, una quimera, si no estamos dispuestos a recorrer el mismo camino marcado por el Maestro. ¿Cómo hizo él para “dar mucho fruto”? Compartió todo lo nuestro. Se adosó nuestros sufrimientos. Con nosotros se hizo tiniebla, melancolía, cansancio, contrariedad… Probó la traición, la soledad, la orfandad… En una palabra, se hizo “uno con nosotros”, haciéndose cargo de todo lo que nos pesaba. También nosotros, entonces, enamorados de este Dios que se hace nuestro “prójimo”, tenemos un modo de decirle que estamos inmensamente agradecidos por su amor infinito: vivir como vivió él. Volvernos por nuestra parte “prójimos” de cuantos pasan a nuestro lado en la vida, queriendo estar dispuestos a “hacernos uno” con ellos, a asumir una falta de unidad, a compartir un dolor, a resolver un problema, con un amor concreto hecho servicio. Jesús abandonado se ha dado todo. En la espiritualidad que se centra en él, Jesús resucitado tiene que resplandecer plenamente y la alegría tiene que ser su testimonio.

Chiara Lubich

1) Cf Jn11, 51; 2) Cf Jn 12, 32.

 

Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en el encuentro con los representantes de comunidades musulmanas

Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en el encuentro con los representantes de comunidades musulmanas

 Queridos amigos musulmanes:

Me es grato acogeros y dirigiros mi cordial saludo. Estoy aquí para encontrarme con los jóvenes venidos de todas las partes de Europa y del mundo. Los jóvenes son el futuro de la humanidad y la esperanza de las naciones. Mi querido predecesor, el Papa Juan Pablo II, dijo un día a los jóvenes musulmanes reunidos en el estadio de Casablanca, en Marruecos: «Los jóvenes pueden construir un futuro mejor si ponen en primer lugar su fe en Dios y se empeñan en edificar con sabiduría y confianza un mundo nuevo según el plan de Dios» (Insegnamenti, VIII/2, 1985, p. 500). Ésta es la perspectiva desde la que me dirijo a vosotros, queridos amigos musulmanes, para compartir con vosotros mis esperanzas y haceros partícipes de mis preocupaciones, en estos momentos particularmente difíciles de la historia de nuestro tiempo.

Estoy seguro de interpretar también vuestro pensamiento al subrayar, entre las preocupaciones, la que nace de la constatación del difundido fenómeno de terrorismo. Continúan cometiéndose en varias partes del mundo actos terroristas, que siembran muerte y destrucción, dejando a muchos hermanos y hermanas nuestros en el llanto y la desesperación. Los que idean y programan estos atentados demuestran querer envenenar nuestras relaciones, recurriendo a todos los medios, incluso a la religión, para oponerse a los esfuerzos de convivencia pacífica, leal y serena. El terrorismo, de cualquier origen que sea, es una opción perversa y cruel, que desdeña el derecho sacrosanto a la vida y corroe los fundamentos mismos de toda convivencia civil. Si conseguimos juntos extirpar de los corazones el sentimiento de rencor, contrastar toda forma de intolerancia y oponernos a cada manifestación de violencia, frenaremos la oleada de fanatismo cruel, que pone en peligro la vida de tantas personas, obstaculizando el progreso de la paz en el mundo. La tarea es ardua, pero no imposible. En efecto, el creyente sabe que puede contar, no obstante su propia fragilidad, con la fuerza espiritual de la oración.

Queridos amigos, estoy profundamente convencido de que hemos de afirmar, sin ceder a las presiones negativas del entorno, los valores del respeto recíproco, de la solidaridad y de la paz. La vida de cada ser humano es sagrada, tanto para los cristianos como para los musulmanes. Tenemos un gran campo de acción en el que hemos de sentirnos unidos al servicio de los valores morales fundamentales. La dignidad de la persona y la defensa de los derechos que de tal dignidad se derivan deben ser el objetivo de todo proyecto social y de todo esfuerzo por llevarlo a cabo. Éste es un mensaje confirmado de manera inconfundible por la voz suave pero clara de la conciencia. Un mensaje que se ha de escuchar y hacer escuchar: si cesara su eco en los corazones, el mundo estaría expuesto a las tinieblas de una nueva barbarie. Sólo se puede encontrar una base de avenencia reconociendo la centralidad de la persona, superando eventuales contraposiciones culturales y neutralizando la fuerza destructora de las ideologías.

En el encuentro que he tenido en abril con los Delegados de las Iglesias y Comunidades eclesiales y con representantes de diversas Tradiciones religiosas, dije: «Os aseguro que la Iglesia quiere seguir construyendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, para buscar el verdadero bien de cada persona y de la sociedad entera» (L’Osservatore Romano, 25 abril 2005, p. 4). La experiencia del pasado nos enseña que el respeto mutuo y la comprensión no siempre han caracterizado las relaciones entre cristianos y musulmanes. Cuántas páginas de historia dedicadas a las batallas y las guerras emprendidas invocando, de una parte y de otra, el nombre de Dios, como si combatir al enemigo y matar al adversario pudiera agradarle. El recuerdo de estos tristes acontecimientos debería llenarnos de vergüenza, sabiendo bien cuántas atrocidades se han cometido en nombre de la religión. La lección del pasado ha de servirnos para evitar caer en los mismos errores. Nosotros queremos buscar las vías de la reconciliación y aprender a vivir respetando cada uno la identidad del otro. La defensa de la libertad religiosa, en este sentido, es un imperativo constante, y el respeto de las minorías una señal indiscutible de verdadera civilización.

A este propósito, siempre es oportuno recordar lo que los Padres del Concilio Vaticano II han dicho sobre las relaciones con los musulmanes. «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refiere de buen grado […]. Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el santo Sínodo exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua, defiendan y promuevan juntos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Declaración Nostra Aetate, n. 3).

Vosotros, estimados amigos, representáis algunas Comunidades musulmanas en este País en que he nacido, estudiado y pasado una buena parte de mi vida. Precisamente por eso deseaba encontraros. Guiáis a los creyentes del Islam y los educáis en la fe musulmana. La enseñanza es el vehículo por el que se comunican ideas y convicciones. La palabra es la vía maestra en la educación de la mente. Tenéis, por tanto, una gran responsabilidad en la formación de las nuevas generaciones. Juntos, cristianos y musulmanes, hemos de afrontar los numerosos desafíos que nuestro tiempo nos plantea. No hay espacio para la apatía y el desinterés, y menos aún para la parcialidad y el sectarismo. No podemos ceder al miedo ni al pesimismo. Debemos más bien fomentar el optimismo y la esperanza. El diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporánea. En efecto, es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro. Los jóvenes, procedentes de tantas partes del mundo están aquí, en Colonia, como testigos vivos de solidaridad, de hermandad y de amor. Ellos son la primicia de un alba nueva para la humanidad. Os deseo de todo corazón, queridos amigos musulmanes, que el Dios misericordioso y compasivo os proteja, os bendiga y os ilumine siempre. El Dios de la paz conforte nuestros corazones, alimente nuestra esperanza y guíe nuestros pasos por los caminos del mundo.

Benedicto XVI: de la JMJ, el auspicio de una gran primavera de esperanza en Europa y en todo el mundo

Benedicto XVI: de la JMJ, el auspicio de una gran primavera de esperanza en Europa y en todo el mundo

   “Una intuición profética” del “inolvidable” predecesor, destinada a dar comienzo a una “gran primavera de esperanza” para Europa y el mundo: así definió Benedicto XVI la Jornada Mundial de la Juventud. El miércoles 24 de agosto, en la audiencia general, el Papa habló de su experiencia en Alemania, recorriendo sus etapas y sus momentos más significativos, delante de 7000 personas de cuatro continentes que colmaban el Aula Pablo VI, entre las cuales sobresalían una delegación interreligiosa proveniente de Nagasaki y una de religiosos budistas. De la intervención de Benedicto XVI: La Providencia divina ha querido que mi primer viaje pastoral fuera de Italia tuviera como meta precisamente mi país de origen y con motivo del gran encuentro de los jóvenes del mundo, veinte años después de la institución de la Jornada Mundial de la Juventud, surgida de la intuición profética de mi inolvidable predecesor.

El abrazo con los jóvenes participantes en la Jornada Mundial de la Juventud comenzó desde mi llegada al aeropuerto de Colonia-Bonn y fue haciéndose cada vez más emocionante al recorrer el Rhin desde el muelle de Rodenkirchenerbrucke hasta Colonia, escoltados por cinco embarcaciones en representación de los cinco continentes. Luego fue sumamente sugerente el alto ante el embarcadero del Poller Rheinwiesen, donde estaban presentes miles y miles de jóvenes, con los que mantuve el primer encuentro oficial, llamado oportunamente «fiesta de la acogida», que tenía como lema las palabras de los Magos: «�Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» (Mateo 2, 2). Fueron precisamente los Magos los «guías» para esos jóvenes peregrinos hacia Cristo. Qué significativo es el hecho de que todo esto haya tenido lugar mientras nos encaminamos hacia la conclusión del Año Eucarístico, convocado por Juan Pablo II! «Hemos venido a adorarle», el tema del Encuentro, invitó a todos a seguir a los Magos, y a cumplir junto a ellos un viaje interior de conversión hacia el Emanuel, el Dios con nosotros, para conocerle, encontrarle, adorarle, y, después de haberle encontrado y adorado, volver a comenzar llevando en el espíritu, en nuestra intimidad, su luz y alegría.

En Colonia, los jóvenes han podido profundizar en varias ocasiones en estos temas espirituales y han sido estimulados por el Espíritu Santo a ser testigos de Cristo, que en la Eucaristía prometió quedarse realmente presente entre nosotros hasta el final del mundo. Vuelvo a pensar en varios momentos que tuve la alegría de compartir con ellos, especialmente en la vigilia del sábado por la noche y en la celebración conclusiva del domingo. A estas sugerentes manifestaciones de fe se unieron millones de otros jóvenes de todos los rincones de la tierra, gracias a las providenciales transmisiones de radio y televisión. Pero quisiera evocar aquí un encuentro singular, el de los seminaristas, jóvenes llamados a un seguimiento más radical de Cristo, maestro y pastor. Quise que hubiera un momento específico dedicado para ellos para resaltar también la dimensión vocacional típica de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada han surgido en estos veinte años precisamente durante las Jornadas Mundiales de la Juventud, ocasiones privilegiadas en las que el Espíritu Santo deja escuchar su llamada. En el contexto lleno de esperanza de las Jornadas de Colonia, se enmarca muy bien el encuentro con los representantes de las demás iglesias y comunidades eclesiales. El papel de Alemania en el diálogo ecuménico es importante, ya sea por la triste historia de divisiones, ya sea por el papel significativo que ha desempeñado en el camino de la reconciliación. Deseo que el diálogo, como intercambio recíproco de dones y no sólo de palabras, contribuya además a hacer crecer y madurar esa «sinfonía» ordenada y armoniosa que es la unidad católica. En esta perspectiva, las Jornadas Mundiales de la Juventud representan un válido «laboratorio» ecuménico. Y, �cómo no revivir con emoción la visita a la Sinagoga de Colonia, en la que tiene su sede la comunidad judía más antigua de Alemania? Con los hermanos judíos recordé la Shoá, y el sexagésimo aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis. Este año se celebra, además, el cuadragésimo aniversario de la declaración conciliar «Nostra aetate», que inauguró una nueva estación de diálogo y de solidaridad espiritual entre judíos y cristianos, así como de estima por las demás grandes tradiciones religiosas. Entre estas, ocupa un lugar particular el Islam, cuyos seguidores adoran al único Dios y se remontan con gusto al patriarca Abraham. Por este motivo, quise encontrarme con los representantes de algunas comunidades musulmanas, a los que manifesté las esperanzas y las preocupaciones del difícil momento histórico que estamos viviendo, deseando que se extirpe el fanatismo y la violencia y que juntos podamos colaborar siempre en la defensa de la dignidad de la persona humana y tutelar sus derechos fundamentales.

Queridos hermanos y hermanas, desde el corazón de la «vieja» Europa, que en el siglo pasado, por desgracia, experimentó horrendos conflictos y regímenes inhumanos, los jóvenes han vuelto a lanzar a la humanidad de nuestro tiempo el mensaje de la esperanza que no decepciona, pues está fundada sobre la Palabra de Dios, hecha carne en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación. En Colonia, los jóvenes han encontrado y adorado al Emmanuel, el Dios con nosotros, en el misterio de la Eucaristía y han comprendido mejor que la Iglesia es la gran familia por la que Dios forma un espacio de comunión y de unidad entre todo continente, cultura y raza, por así decir, una «gran comitiva de peregrinos» guiados por Cristo, estrella radiante que ilumina la historia. Jesús se hace nuestro compañero de viaje en la Eucaristía, y en la Eucaristía –así decía en la homilía de la celebración conclusiva tomando de la física una imagen muy conocida– produce la «fisión nuclear» en el corazón más escondido del ser. Sólo esta íntima explosión del bien que vence al mal puede dar vida a otras transformaciones necesarias para cambiar el mundo. Recemos, por tanto, para que los jóvenes de Colonia lleven consigo la luz de Cristo, que es verdad y amor, y la difundan por doquier. De este modo podremos asistir a una nueva primavera de esperanza en Alemania, en Europa y en todo el mundo. (Traducción del original italiano realizada por Zenit)

Comentario de Chira Lubich de la Palabra de vida del mes de mayo 2005

Era la tarde de Pascua, Jesús resucitado ya se le había aparecido a María de Magdala,  y Pedro y Juan habían visto la tumba vacía. Sin embargo, los discípulos continuaban encerrados en su casa, llenos de miedo, hasta que el Resucitado se presentó en medio de ellos, a puertas cerradas, porque ninguna barrera podía separarlo de sus amigos.
 Jesús se había ido; pero, cumpliendo con su promesa, ahora volvía para quedarse para siempre: “poniéndose en medio de ellos”; no una aparición momentánea, sino una presencia permanente. Desde entonces en adelante, los discípulos ya no estarían solos, y el temor deja paso a una alegría profunda: “se llenaron de alegría cuando vieron a Jesús” (1).
 El Resucitado abre de par en par sus corazones y las puertas de la casa sobre el mundo entero, diciendo:

«Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

 Jesús había sido enviado por el Padre para reconciliar a todos con Dios y restablecer la unidad del género humano. Ahora les toca a sus discípulos continuar la edificación de la Iglesia. Así como Jesús había podido llevar a término el plan del Padre porque era una sola cosa con El, sus discípulos podrán continuar su altísima misión porque el Resucitado está en ellos. “Yo en ellos” (2), había pedido Jesús al Padre.
 Del Padre a Jesús, de Jesús a los apóstoles, de los apóstoles a sus sucesores, el mandato continúa.
 Pero también cada cristiano tiene que sentir resonar en su corazón estas palabras de Jesús. En efecto, “en la Iglesia hay diversidad de ministerio, pero unidad de misión” (3).

«Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

 Para cumplir este mandato del Señor tenemos que lograr que él viva en nosotros. ¿Cómo? Siendo miembros vivos de la Iglesia, identificándonos con la Palabra de Dios, y evangelizándonos en primer lugar a nosotros mismos.
 Es uno de los deberes de lo que Juan Pablo II ha denominado “nueva evangelización”. “Alimentarnos de la Palabra –ha escrito– para ser ‘servidores de la Palabra’ en el compromiso de la evangelización: ésta es seguramente la prioridad para la Iglesia a comienzos del nuevo milenio” (4), porque “sólo un hombre transformado” por “la ley de amor de Cristo y la luz del Espíritu Santo, puede realizar una verdadera metánoia (conversión) de los corazones y de la mente de otros hombres, del ambiente, la nación o el mundo” (5).
 Hoy ya no bastan las palabras. “El hombre actual escucha a los testigos, más que a los maestros –advertía ya Paulo VI–, y si escucha a los maestros es porque son testigos” (6). El anuncio del Evangelio será eficaz si se basa en el testimonio de vida, como el de los primeros cristianos que podían decir: “Les anunciamos lo que hemos visto y oído…” (7); será eficaz si se puede decir de nosotros, como se decía de ellos: “Mira cómo se aman, y están dispuestos a morir el uno por el otro” (8); será eficaz si el amor se hace concreto dando, respondiendo a quien pasa necesidades, si sabemos dar alimento, ropa, casa, a quien no tiene, amistad a quien se encuentra solo o desesperado, sostén a quien pasa por una prueba.
 Viviendo así se habrá dado testimonio al mundo de la fascinación de Jesús y, volviéndonos otros Cristo, su obra continuará también por este aporte.

«Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

 Esta es también la experiencia de algunos de nuestros médicos y enfermeras cuando, en 1967, supieron de la situación del noble pueblo Bangwa, que en ese momento padecía un 90% de mortalidad infantil, debido a enfermedades que los llevaban a su extinción.
 Al partir hacia este pueblo, sienten como primer deber el seguir amándose recíprocamente, para ser testimonio del Evangelio. Ofreciendo un servicio profesional, aman sin hacer distinciones, a uno por uno. Abren un dispensario, que muy pronto se convierte en un hospital. La mortalidad infantil se reduce al 2%. En plena selva, se construye una central hidroeléctrica, luego una escuela primaria y secundaria. Con el tiempo, y con la colaboración del pueblo, se abren doce caminos para la comunicación entre las aldeas.
 El amor concreto arrastra: gran parte del pueblo comparte la nueva vida, aldeas antes enemigas se reconcilian; las controversias sobre los límites se resuelven armónicamente; reyes de distintos clanes establecen entre ellos un pacto de amor recíproco y viven en fraternidad, ofreciendo –en un intercambio de dones– un maravilloso testimonio, un ejemplo original y auténtico.

Chiara Lubich

1) Jn 20, 20;
2) Jn 17, 23;
3) Apostolicam Actuositatem, 2;
4) Nuovo millennio ineunte, n. 40;
5) A los peregrinos de la diócesis de Torun (Polonia), 19/2/1998;
6) Audiencia general, 2/10/1974;
7) Cf 1Jn 1,1;
8) Tertuliano, Apologético, 39, 7.

 

 

Conmoción y gratitud por Juan Pablo II de parte de hebreos, musulmanes y budistas

Conmoción y gratitud por Juan Pablo II de parte de hebreos, musulmanes y budistas

 Después del paso a la otra vida del Papa siguen llegando, por e-mail, ecos del Movimiento de los Focolares en el mundo. Son particularmente significativas en este momento las expresiones de íntima participación y gratitud por Juan Pablo II de los amigos hebreos, musulmanes y budistas que espontáneamente las han querido comunicar a los centros del Movimiento. Referimos algunos fragmentos. Mundo hebreo Ecos de los amigos hebreos nos llegan desde Argentina y Uruguay“La actitud del Papa ha construido puentes” (Rabino Daniel Goldman – Buenos Aires) – “Habrá un antes y un después en la historia gracias a Juan Pablo II (Rabino Adrián Herbst – Buenos Aires) – “Ha sido el Papa que más ha trabajado en el diálogo hebreo-cristiano. Su grandeza radica en el haber pedido perdón por lo errores cometidos en el pasado y, así como él nos ha definido “los hermanos mayores”, hoy podemos decir que está muriendo Juan Pablo II “nuestro hermano mayor” (el Presidente de la AMIA, Asociación Mutua Israelita Argentina, Abraham Kaul) – “El pueblo hebreo nunca había experimentado un sentimiento así por un Papa, por lo que ha hecho por nosotros” (una amiga hebrea de la Comisión de Asociaciones Femeninas Hebraicas, Uruguay). Mundo musulmán De los ecos llegados desde Turquía, Argelia y Estados Unidos En Turquía las primeras personas que se pusieron en contacto con el focolar de Estambul, ayer, fueron precisamente nuestros amigos musulmanes. – Una mujer, conmovida, decía: “Me perece que mi alma, una parte de mí, se está yendo”. – Un estudiante “Ruego a Dios que no nos deje sin personas como él… También yo, como las personas de todo el mundo, estoy cerca de ustedes en estos momentos de sufrimiento y rezo con los amigos cristianos”. Desde Argelia: Una pareja musulmana recuerda que, cuando el Papa estuvo en Marruecos, les impresionó por su apertura delante de 10.000 jóvenes, en Casablanca. Esta mañana me dijeron: “�El Papa es un santo! Ha hecho mucho por el mundo, ha tenido mucho valor. Ha hecho lo que Dios quería. Estaba en contra de las divisiones y las guerras. Para nosotros ha sido un Padre”. De los Estados Unidos llegan los ecos de algunos Imán con quienes desde hace tiempo los focolares del lugar se mantienen en diálogo: – “En Juan Pablo II vivía la ‘esencia’ de Cristo, sirviendo a todas las personas, no sólo a los católicos, sino extendiendo una mano hacia todos, para que viviéramos una vida mejor. Ha tocado a la puerta de las conciencias de los líderes del mundo para que reconocieran su deber de hacer algo más por las personas que sufren, en todas partes del mundo. Esto me ha atraído y lo he comunicado a mis seguidores” (Imán W. D. Mohammed – líder de 2 millones de musulmanes afro-americanos) – “Con este Papa he sentido una relación personal. He apreciado sobre todo sus palabras al mundo después del 11 de septiembre, cuando dijo que lo que había sucedido no era culpa de la religión. Ha sido muy reconfortante y conmovedor. Lo considero un hermano, un amigo, un miembro de la familia. Me va a hacer falta, pero sé que lo que ha comenzado vivirá para siempre”. (Imán Sultan Salahuddin, Chicago) – “No puedo pensar en otra persona de la historia reciente que tenga tal grandeza e impacto en la sociedad y en el mundo. Ha trabajado para sacar lo mejor de la humanidad”. (Imán Bilal Muhammed, Kansas City) – “Su vida, lo que ha hecho, y su modo de actuar han cambiado la visión del mundo sobre las diferencias étnicas. Lo he observado durante años y he visto los cambios que han ocurrido y que han tenido como un efecto en cadena en toda la humanidad. He apreciado el hecho que ha abrazado el Islam en un momento en el que no era muy popular acercarse a nosotros”. (Ijlal Munir, musulmana y gerente de una empresa de W. D. Mohammed , Chicago) – “Juan Pablo II ha tenido una fuerza espiritual que ha ido más allá de las barreras religiosas. Ha tenido una influencia espiritual fenomenal que nos ha llegado a todos” (Dr. Imán Mikal Ramadam, Chicago) – “Papa Juan Pablo II es uno de los grandes y maravillosos signos históricos del amor por la humanidad del Gran Misericordioso, del Gran Benefactor. Juan Pablo II con su valiente defensa de la libertad, de la justicia y de la igualdad entre los miembros de la familia humana, nos ha hecho recordar nuestra responsabilidad individual y colectiva y utilizar los recursos que Dios nos ha dado al servicio de la humanidad”. (Imán Malik Shabazz, de la mezquita de Beacon – Nueva York) Mundo budista De los ecos llegados desde Japón y de Tailandia. Desde el focolar de Tokio: “Nuestros amigos budistas viven junto con nosotros estas horas con grandísimo afecto e intensidad”. – “Ahora todo el mundo está en oración por Juan Pablo II, figura histórica grandísima, líder excepcional de la paz, porque en él todos ven a Dios” (Rev. Nissho Takeuchi, de la Nichirenshu, Templo Myokenkakuji – Osaka) – Un budista que estuvo en Roma y se encontró con el Papa: “Mi niña, que ahora tiene 9 años, de pequeña recibió una caricia en la cabeza por parte del Papa. Todavía ahora tengo viva en mis ojos la figura de Juan Pablo II que nos hizo sentir ese calor, aunque nosotros no éramos cristianos. También yo, como hombre, quiero vivir mi vida siguiendo el corazón del Papa. Me surge sólo decirle ‘gracias’. Y que pueda descansar en paz”. (Koichi Kawamoto, del movimmiento Rissho Kosei Kai) – La figura del Papa ha sido para mí un modelo de vida. En una audiencia pública en la Plaza San Pedro vi al Papa que saludaba primero a las personas enfermas o en silla de ruedas, “perdiendo” tiempo con toda esta gente. Y vi que lo hacía con mucho amor, descubriendo así que para el Papa la existencia de estas personas es “preciosa”. Regresando en el Japón quise hacer lo mismo siguiendo su ejemplo: llamé a las personas con discapacidades o enfermas de los templos budistas que tengo confiados para saludarlas y conocerlas” (Rev. Yasuo Koike – responsable del Movimiento Rissho Kosei Kai de Chiba, cerca de Tokio) Los amigos budistas del Movimiento de los Focolares de Tailandia se unen al mundo cristiano para rezar por él, con afecto y respeto profundo y nos hacen sentir su cercanía espiritual. – En la sala del Gran Maestro Ajhan Thong, en Chiang Mai, resalta una gran foto de él con el Santo Padre con ocasión de una audiencia en el Vaticano. Desde entonces habla a menudo a sus seguidores de la grandeza espiritual del Papa para todo el mundo. En estos días reza en un modo especial por el Papa. – El monje Phramaha Thongrat en una llamada telefónica, ha dicho que el Papa no sólo es su gran hermano, �es su padre! (Los budistas tailandeses llaman “padre” o “madre” a personas de alta espiritualidad, guías espirituales importantes para sus vidas). Y quiso dedicarle una poesía: Mi padre fue al Paraíso En los largos años que mi padre moraba en el Vaticano, brillaba lo bello y reinaba la alegría. Hoy sin él la ciudad está vacía. Desorientación, dolor y lágrimas: todo habla de su inmenso amor. Si, amor es la palabra que él ha pronunciado para el mundo entero. Su mensaje ha cambiado el recorrido de cada hombre. Su herencia permanecerá por siempre, hasta los últimos confines de la tierra: fundamento para la paz verdadera, de un mundo que el mal no volverá a conocer. Hoy mi padre ha ido al Paraíso; ha concluido su camino terreno y se va… pero su corazón estará siempre lleno de una alegría que se desborda. mi padre nos ha indicado el camino de los sabios que lleva a la sabiduría eterna. Phramaha Thongrat, monje budista