Movimiento de los Focolares
Todos los puentes del Genfest

Todos los puentes del Genfest

«Fui a Budapest por sugerencia de mi tía. Nuevamente confié en ella, una persona especial, abierta y bien dispuesta, que siempre estuvo cerca de mí en esos años difíciles. Todo empezó en el primer año del liceo. La escuela era difícil, había entrado en una nueva fase, con los primeros problemas de la adolescencia, los amigos que tomaban otros caminos, incomprensiones en la familia, una transformación que quizás ocurrió demasiado de prisa. Había conocido a un chico, era mi único amigo verdadero.  Sentí que en mi interior crecía un abismo de angustia. Siempre estaba sola, con excepción de algunos momentos en los que alguno, sin hacer preguntas, acogía mis silencios y compartía algo de ese dolor. Al concluir la escuela las amistades disminuyeron y aumentaron los conflictos en la familia. Yo adelgazaba. Tenía un problema emocional y con la alimentación que trataba de esconderle a todos, y que con el tiempo se estaba convirtiendo en una auténtica patología. Me estaba quitando la alegría de vivir, los colores, el amor, la luz. Estaba encerrada en mí misma y permanecía en una soledad que me había impuesto a mí misma. Fue en ese momento que mi tía, de la comunidad de los Focolares, me propuso que fuéramos juntas a Loppiano, la ciudadela de ellos en Toscana. Pensé: “Tres días quién sabe dónde, sin estudiar, sin escuela, lejos de mi realidad, tan cerrada. Tres días en los que sólo tengo que pensar en cómo esconder la comida. ¡Intentémoslo!”. Fue casi una caricia después de meses de aridez. Por doquier había personas que me acogían y abrazaban con respeto y delicadeza. Una de ellas, después de escucharme, me habló de Chiara Lubich. Me di cuenta de que me había olvidado de mí misma, de mis problemas, y sobre todo del tema de la comida. ¡Era libre! Durante el viaje de regreso, pensé en que me gustaría vivir siempre así, como en una gran familia. Pero volver a la cotidianidad no fue para nada fácil, me di cuenta  de que estaba queriendo recaer. Y así sucedió. Con la cabeza siempre metida en los libros, y la mente lista para hacer programas y cálculos y engaños para que todos cayeran. Mi peso disminuía, mi familia no me reconocía. Pero había alguien que estaba rezando por mí, lo sabía. Empecé a ir a la misa los domingos, en parte con la excusa de salir a caminar, en parte para alejarme de casa. Siempre había sido creyente, pero sólo entonces empecé a creer que Jesús me podía comprender y acoger sin prejuicios. Durante el segundo y tercer año del colegio la situación empeoró todavía más. Cada vez era más intolerante con mis padres y con los demás. La terapia psicológica que había empezado no estaba dando el resultado esperado. Hábilmente lograba tejer muchos engaños que me llevaban cada vez más fuera del camino. El único período de distracción era el verano, lejos de la casa, con los amigos. Pero el verano era breve, y no podía estar bien sólo un mes al año. Al final de ese verano mi tía me hizo una nueva propuesta: Budapest, el Genfest 2012. Acepté, y partí con otros cinco chicos, entre los cuales estaba una compañera de clase. Para mí fue una emoción continua; miles de chicos daban voz a una sola alma. Un auténtico puente, no sólo entre naciones y culturas, sino también entre mí misma y la nueva vida que me esperaba. Tenía delante una mar de chicos, doce mil, dispuestos a compartir conmigo el inicio de una nueva vida. El “flashmob” con los pañuelos, en los que habíamos escrito mensajes, el intercambio con tantos chicos de otros países, en las filas para buscar la comida, la marcha de la fraternidad; me sentía parte de una unidad. Habría podido ir dondequiera y dondequiera me habría sentido en casa. Una vez que regresamos, con mi compañera de clase, nos pusimos en contacto con la comunidad de los Focolares en nuestra ciudad. El camino que quería recorrer era el de Jesús. No todo era fácil. Mi problema con la comida tenía raíces profundas, y las preocupaciones de mi familia no se habían terminado. Pero sentía que era portadora de una nueva luz. Viviendo una a una las palabras del Evangelio, poco a poco retomé las riendas de mi vida. Al donarme a los demás con todo mi ser descubrí que Dios me ama inmensamente y tiene un gran proyecto para mí».  

Genfest 2000: Corran, brillen …

Genfest 2000: Corran, brillen …

«Han pasado 18 años, pero la fuerza de aquella manifestación aún nos moviliza a todos los que participamos. Había llegado a Roma algunos meses antes, en diciembre de 1999. Iniciaba para mí un período durante el cual trabajaría como gráfico en el Centro gen internacional, en preparación del Genfest. No podía imaginar entonces las sorpresas que ese año me tenía reservadas! Un día de febrero del 2000, estando solo con la guitarra, nació una canción que luego se convertiría en mi oración cotidiana: “Luz”. Está inspirada en la vida de Chiara Badano, una gen como nosotros, ahora beata, que en sus últimos momentos ofreció su dolor por el Genfest. “Corran, brillen, no tengan miedo… la luz está en cada uno de nosotros”, digo en la canción. Aquel Genfest era un gran reto pues sería el primero en ser organizado totalmente por nosotros, los jóvenes. Fue una experiencia maravillosa de unidad y madurez. En la ciudadela internacional de Loppiano se realizaría la primera reunión del Equipo de la Música y en su transcurso teníamos que crear 4 temas musicales oficiales. Canté mi canción delante de todos y fue acogida por todos como propia. “Luz” inició la lista de canciones oficiales del evento y se convirtió en un “tema mágico” como muchos la describen, con adaptaciones luego en diversos idiomas. Cuando tiempo después conocí a los padres de Chiara Badano, María Teresa y Ruggero, me abrazaron y me dijeron que había encontrado la mejor manera de hacerla conocer, “porque cantar es rezar dos veces”. Llegado el momento de crear un logo de la manifestación, participé con una propuesta que deseaba proyectar una onda expansiva que permaneciera como una huella en el tiempo, como sería este Genfest. Otro regalo… mi propuesta fue elegida! Aquel 17 de Agosto empezamos temprano a preparar los equipos, la decoración, las pruebas de sonido, los últimos detalles… Horas antes de comenzar, 25.000 jóvenes hacían fila para entrar al Estadio. Tres, dos, uno…y una percusión con distintos ritmos del mundo, un sonido sutil como un latido de corazón, daba inicio al Genfest 2000! El programa fue variado y rico. Su objetivo era demostrar al mundo que la unidad es posible. Alrededor de las 18:30 me tocaba cantar “Basta 1 Sonrisa”, una canción que había escrito en Costa Rica 4 años atrás. Luego, la presentación de Chiara “Luce” como un ejemplo de santidad, con sus 18 años y su espléndida sonrisa proyectada en la gran pantalla, dejó entre los presentes un profundo suspiro de eternidad. De inmendiato empezaron a sonar los acordes de la canción “Luz”. Finalmente el gran momento. Chiara Lubich lanzando su propuesta a las nuevas generaciones: “La idea de un mundo unido, por la cual hoy muchos jóvenes trabajan, no será sólo una utopía, sino que en el tiempo será una gran realidad. Y el futuro está sobre todo en sus manos”. A modo de conclusión, se presentó la propuesta del Genfest: el “Proyecto Africa”, que promovía la ayuda al hospital de Fontem, en Camerún, como punto clave en la respuesta a las necesidades urgentes de esta región. Finalizaba el Genfest pero aún nos esperaba la gran cita de la JMJ, el 19 y 20 de Agosto, en la explanada de Tor Vergata con Juan Pablo II. Otro día histórico, con 2 millones de jóvenes, en el que ni el calor del día o el frío de la noche opacaron la alegría de estar todos juntos. Inolvidable la consigna del Papa: “ No tengan miedo de ser los santos del Tercer milenio…” Antes de partir de regreso para Costa Rica, en Diciembre de ese año tuve la posibilidad de saludar a Chiara Lubich y de dejarle por escrito en un pequeño libro, el relato de la mágica experiencia vivida. Un año inolvidable. Pero los regalos no habían terminado. Tiempo después conocí a Tina Murg, de Austria, quien también había participado artísticamente del Genfest del 2000. Hoy es mi esposa!»

Sandro Rojas Badilla

Escucha la canción “Luz” Foto: Sandro Rojas Badilla

También yo estaba en el Genfest ‘90

También yo estaba en el Genfest ‘90

Chiara Favotti

Chiara Favotti

El de 1990 fue para todos el “Genfest del muro”. O mejor dicho, de la caída del muro. Sólo pocos meses antes un hecho de magnitud histórica había empezado a cambiar el panorama europeo y del mundo. Durante una inolvidable noche, después de semanas de manifestaciones públicas y de los primeros indicios de apertura entre la Alemania del Este y la del Oeste, muchos ciudadanos de Berlín Oriental empezaron a escalar el muro que desde hacía 28 años los dividía del Oeste y a abrir brechas rompiéndolas con el pico. Ese muro era sólo una parte de la línea divisoria, de 6.500 kilómetros, entre el Este y el Oeste, que desde el final de la Segunda Guerra Mundial dividía en dos el continente, de Finlandia, en la costa Báltica, hasta Trieste en la Adriática. Un muro que no sólo era material, hecho de torres, barreras de hilo de navaja, perros policía y radares infrarrojos, sino también mental, económico y cultural. Nací en Trieste, ciudad italiana del Noreste, donde todo hablaba del “confín” y donde se convivía con la frontera. Solo llegar allí significaba hacer la experiencia del límite neto entre la tierra y el mar, con un espectáculo maravilloso de la costa rocosa que se sumerge por el acantilado. La belleza de la ciudad se revela de improviso, detrás de una curva. Del límite “físico” al límite “político”, el altiplano que la rodea es de pocos kilómetros. Mi casa está a cinco minutos en automóvil  de la frontera con Eslovenia y desde el 2007, cuando Eslovenia entró en el espacio Schengen, está siempre abierta, pero entonces, era una barrera custodiada por militares que estaban dentro una garita. En la ciudad cercana de Gorizia, había un muro de concreto parecido al de Berlín, pero más pequeño, que  dividía la ciudad en dos. Yo crecí con la idea de la “separación”: italianos de un lado, eslovenos y croatas (en Trieste había una minoría) del otro. Recuerdo que había islas culturales, es decir, escuelas y teatros rigurosamente italianos o eslovenos, y eran como archipiélagos que raramente se comunicaban. Recuerdo el idioma incomprensible de estos otros estudiantes en el autobús, cuando iban para su escuela. Recuerdo los autobuses con placas de Eslovenia o Croacia que entraban a la ciudad e iban directamente a los negocios que estaban al lado de la Estación para abastecerse de todos los productos que “allá” no llegaban. Recuerdo a las mujeres que se vestían con varias capas de faldas y pantalones, tanto que parecían enormes, para poder llevar la mayor cantidad de mercancía posible. Recuerdo que compraban compulsivamente de todo, y también recuerdo la desconsideración con la que los atendían, con apelativos irrepetibles. Nosotros italianos pasábamos la frontera con un pase especial reservado a los fronterizos, para comprar gasolina y carne a mejores precios. En el coche íbamos callados, un poco asustados. Las órdenes de papá eran que “no dijéramos nada”, porque lo que se declaraba ante un militar se podía malinterpretar. Y apenas superábamos el momento de incertidumbre, regresando de Eslovenia, volvía la alegría de siempre. Genfest1990Durante la adolescencia, el frecuentar a los gen y a los jóvenes por un mundo unido y conocer las muchas experiencias vividas juntos, me abrió el corazón más allá de los muros que conocía, pensando y soñando “en grande” con un mundo realmente unido. No era una utopía, sino una mentalidad nueva, una dirección hacia la cual moverse con pequeños pasos, pero de fraternidad auténtica. Con ellos participé en el Genfest ’90. Inolvidable. Por primera vez, en una explosión de alegría, jóvenes del este y del oeste nos miramos a los ojos, nos estrechamos la mano, mientras una transmisión en directo vía satélite traía a millones de telespectadores al Palaeur. A todos se les dirigió un mandato: llevar el amor al mundo. «No es suficiente la amistad o la benevolencia –nos dijo Chiara Lubich- no basta la filantropía, la solidaridad o la no-violencia. Es necesario pasar de ser personas concentradas en sus propios intereses a ser pequeños héroes cotidianos al servicio de los hermanos». Un año después fui a Moscú. La cortina de hierro que separaba el Este del Oeste había caído, pero a caro precio, desmoronando ideales y pulverizando un sistema social. No había ni vencidos ni vencedores, sólo desilusión, sufrimiento y pobreza en todas partes. Para mí fue claro que no basta con derrumbar un muro para crear una sociedad libre y justa. Y las palabras escuchadas en el Genfest “sólo en la concordia y en el perdón se puede construir el futuro” son desde entonces para mí el único camino posible.

Nuestro Genfest: “Yes to you”

Nuestro Genfest: “Yes to you”

Genfest1985_ChiaraLubichCinco años antes, regresando del Genfest de 1980, Andrew Basquille, Eugene Murphy y yo, en esos tiempos estudiantes del University College de Dublín, empezamos a dedicar más tiempo, juntos, a la música. Empezó para nosotros un período de gran creatividad, que desembocó en la composición de muchas piezas, en conjunto e individualmente. Yes to you”, la canción que llevamos al Genfest de 1985, se remonta a esa época. Es así como nació. En 1981 Chiara Lubich visitó la comunidad de Londres, y gran parte de las personas de los Focolares de Irlanda se pusieron en viaje hacia Inglaterra, para participar en el evento. Una tarde, mientras un grupo de nosotros irlandeses estaba almorzando cerca del lugar donde tenía que hablar Chiara, empecé a tocar algunos acordes en el piano y salió una melodía con una secuencia de acordes, Mi-Do minore-Fa, ligeramente inusual (en la guitarra no se me habría ocurrido utilizarla). Joe McCarroll, cantautor muy talentoso, que estaba cerca de mí, se unió agregando a la melodía las palabras “So many times that I’ve said maybe” (“Muchas veces he dicho quizás”). Entonces yo continué con las palabras “So many times that I said no” (“Muchas veces he dicho no”), cuando se sumó también Andrew, y completó el primer párrafo. En los días siguientes Andrew y yo escribimos otros tres párrafos, pero todavía no nos había venido ninguna inspiración para el coro. Al final fue Eugene quien lo agregó –el texto y la música, y le dio a la canción un énfasis especial, haciendo cantar el coro en Do mayor y después, con un maravilloso intermedio entre el mayor y el menor, en Fa, para expresar y enfatizar el nuevo nivel de convicción en la elección de Dios, con las palabras “Yes to you”. Genfest1985Nos pidieron que tocáramos la canción en el Genfest, que sería un mes después. Ensayamos y ensayamos, y dedicamos mucho tiempo a perfeccionar nuestra canción. Ese día, tras bambalinas, mientras esperábamos pacientemente nuestro turno de cantar, empezamos a darnos cuenta de que el tiempo se estaba acabando. Nos dijeron que habían cortado nuestra pieza. ¡Qué desilusión! Mientras guardaba mi guitarra en el estuche, pensaba en los meses de ensayo y en el esfuerzo que se habían cancelado en un instante. Después, repentinamente, la decisión fue revocada y nos encontramos en el palco, enorme, sin siquiera el tiempo de probar el sonido y sin poder mirarnos entre nosotros. No tuve ni siquiera el tiempo de agarrar mi guitarra, que había guardado en la funda, y me encontré entre las manos una guitarra española con cuerdas de nylon, ¡un instrumento al que no estaba para nada acostumbrado! Fue así que cantamos “Yes to You” en el Genfest 1985: completamente privados de puntos de referencia ni de certezas, obligados a depender sólo de la fuerza de la relación de amor recíproco entre nosotros y del deseo de merecer por eso la presencia de Jesús entre nosotros. Mi experiencia en el Genfest de 1985 fue la prueba y la contraprueba de mi elección de vivir por la unidad, y la verificación de que es posible. Participé en muchos otros grandes eventos –festivales, partidos de fútbol, conciertos- pero ninguno como el Genfest. Allí no había ni odio, ni hostilidad, ni enemistades, como cuando los equipos rivales pelean en los partidos de fútbol, y tampoco la euforia fugaz provocada por el alcohol o la droga, que a menudo acompaña los conciertos o las grandes manifestaciones. Allí, en esa gran concentración de jóvenes, sólo había una alegría profunda y duradera.

Padraic Gilligan