En estas palabras está contenida toda la ética cristiana. El actuar humano, si quiere ser como Dios lo concibió al crearnos, es decir, auténticamente humano, debe estar animado por el amor. Para llegar a la meta, el camino –metáfora de la vida– debe estar guiado por el amor, compendio de toda la ley. El apóstol Pablo dirige esta exhortación a los cristianos de Éfeso como conclusión y síntesis de lo que acaba de escribirles sobre el modo de vivir cristiano: pasar del hombre viejo al hombre nuevo, ser auténticos y sinceros unos con otros, no robar, saber perdonarse, obrar el bien… En una palabra, «caminar en el amor». Convendrá leer entera la frase de la que está sacada esta incisiva palabra que nos va a acompañar durante todo el mes: «Sean imitadores de Dios, como hijos queridos, y caminen en el amor como Cristo que los amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor». Pablo está convencido de que todo comportamiento nuestro debe tener como modelo el de Dios. Si el amor es la señal distintiva de Dios, debe serlo también de sus hijos: en esto deben imitarlo. Pero ¿cómo podemos conocer el amor de Dios? Para Pablo está clarísimo: éste se revela en Jesús, quien muestra cómo y cuánto ama Dios. El apóstol lo ha experimentado en primera persona: «Me amó y se entregó por mí» (Ga 2, 20), y ahora lo revela a todos para que se convierta en la experiencia de toda la comunidad. «Caminen en el amor». ¿Cuál es la medida del amor de Jesús, sobre el cual debemos modelar nuestro amor? Como sabemos, no tiene límites, no excluye a nadie ni muestra preferencias por nadie. Jesús murió por todos, incluidos sus enemigos, quienes lo estaban crucificando, tal como el Padre, que por su amor universal hace salir el sol y manda la lluvia sobre todos, buenos y malos, pecadores y justos. Jesús supo preocuparse sobre todo por los pequeños y de los pobres, por los enfermos y por los excluidos; amó con intensidad a sus amigos; estuvo especialmente cerca de sus discípulos… No escatimó su amor, llegó al extremo de entregar la vida. Y ahora llama a todos a compartir su mismo amor, a amar como Él amó. Puede darnos miedo esta llamada por ser demasiado exigente. ¿Cómo podemos ser imitadores de Dios, que ama a todos, siempre, tomando la iniciativa? ¿Cómo amar con la medida del amor de Jesús? ¿Cómo estar «en el amor», tal como nos requiere la Palabra de vida? Sólo es posible si antes hemos hecho nosotros mismos la experiencia de ser amados. En la frase «caminen en el amor como Cristo que los amó», la expresión «como» puede significar también «porque». «Caminen en el amor». Aquí caminar1 equivale a actuar, a comportarse, como indicando que cualquier acción nuestra debe estar inspirada y movida por el amor. Pero quizá no sea casual que Pablo utilice esta palabra dinámica para recordarnos que a amar se aprende, que hay todo un camino por recorrer para alcanzar la generosidad del corazón de Dios. Él usa también otras imágenes para indicar la necesidad de progresar constantemente, como el crecimiento que lleva a los recién nacidos hasta la edad adulta (cf. 1 Co 3, 1-2), el desarrollo de una plantación, la construcción de un edificio, la carrera en el estadio para conquistar el premio (cf. 1 Co 9, 24). Nunca podemos decir que lo hemos conseguido. Hace falta tiempo y constancia para alcanzar la meta, sin rendirse ante las dificultades, sin dejarse nunca desanimar por los fracasos y errores, dispuestos siempre a volver a empezar sin resignarse a la mediocridad. Agustín de Hipona, quizá pensando en su sufrido camino, escribía a propósito de esto: «No te contentes con lo que eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde hallaste complacencia en ti, allí te quedaste. Y si has dicho: “Es suficiente”, también pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, queda estancado»[1]. «Caminen en el amor». ¿Cómo proceder con más celeridad por el camino del amor? Puesto que la invitación se dirige a toda la comunidad –«caminen»– será útil ayudarse mutuamente. En verdad es triste y difícil emprender un viaje uno solo. Podríamos comenzar buscando la ocasión de repetirnos de nuevo entre nosotros –amigos, familiares, miembros de la misma comunidad cristiana…– la voluntad de caminar juntos. Podríamos compartir las experiencias positivas de cómo hemos amado, para aprender así unos de otros. Podemos comunicar, a quienes puedan comprendernos, los errores cometidos y las desviaciones del camino, para corregirnos. También la oración en comunidad podrá darnos luz y fuerza para avanzar. El camino es estar unidos entre nosotros y con Jesús en medio de nosotros, así, recorreremos hasta el final nuestro «santo viaje»: sembraremos amor en torno a nosotros y alcanzaremos la meta: el Amor.
Fabio Ciardi
[1] Agustín de Hipona, Sermón 169, 8.
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