El verbo está en presente: Él viene. Es una certeza de ahora. No tenemos que esperar a mañana o al final de los tiempos, o a la otra vida. Dios actúa inmediatamente; el amor no admite dilación o demora. El profeta Isaías se dirige a un pueblo que esperaba con ansia el final del exilio y el regreso a la patria. En estos días de espera de la Navidad, no podemos dejar de recordar que a María se le hizo una promesa semejante: «El Señor está contigo» (Lc 1, 28); el ángel le anunciaba el nacimiento del Salvador. No viene para una visita cualquiera. Su intervención es decisiva, de la máxima importancia: ¡viene a salvarnos! ¿De qué? ¿Estamos en grave peligro? Sí. A veces somos conscientes de ello y a veces no nos damos cuenta. Dios interviene porque ve el egoísmo, la indiferencia hacia quienes sufren y están necesitados, el odio, las divisiones. El corazón de la humanidad está enfermo. Él viene lleno de compasión por su criatura; no quiere que se pierda. ¡Nos tiende la mano como a un náufrago que se está ahogando! Por desgracia, en estos tiempos tenemos siempre ante los ojos esta imagen, que se repite cada día con los refugiados intentando cruzar nuestros mares, y vemos con cuánta presteza se aferran a la mano tendida, al chaleco salvavidas. También nosotros, en todo momento, podemos aferrar la mano tendida de Dios y seguirlo con confianza. Él no solo nos cura el corazón de un replegarnos en nosotros mismos que nos cierra a los demás, sino que además nos hace capaces de ayudar a quienes están necesitados, tristes o pasando una prueba. Escribía Chiara Lubich: «Ciertamente no es el Jesús histórico o Jesús como Cabeza del Cuerpo místico quien resuelve los problemas. Lo hace Jesús-nosotros, Jesús-yo, Jesús-tú… Es Jesús en la persona, en esa persona determinada –cuando su gracia está en ella–, quien construye un puente o abre un camino… […] Todo ser humano, como otro Cristo, como miembro de su Cuerpo místico, da su propia aportación en todos los campos: en la ciencia, en el arte, en la política, en la comunicación, etc.». De ese modo el hombre es cocreador y corredentor con Cristo. «Así la encarnación continúa, la encarnación completa, que atañe a todos los Jesús del Cuerpo místico de Cristo»1. Precisamente eso le sucedió a Roberto, un exrecluso que encontró a alguien que lo «salvó» y se transformó a su vez en «salvador». Contó su experiencia ante el papa el 24 de abril, cuando intervino en la Mariápolis de Villa Borghese, en Roma. «Al final de un largo encarcelamiento quería comenzar una nueva vida, pero, como se sabe, aunque hayas cumplido tu pena, para la gente sigues siendo un tipo poco recomendable. Estaba buscando trabajo y se me cerraban todas las puertas. Tuve que pedir por la calle, y durante siete meses ejercí de mendigo. Hasta que me encontré con Alfonso, quien, mediante la asociación creada por él, ayuda a las familias de los presos. “Si quieres volver a empezar –me dijo–, ven conmigo”. Ahora, desde hace un año, ayudo a preparar los paquetes de la compra para las familias de presos que vamos a visitar. Para mí es una gracia inmensa, porque en estas familias me veo a mí mismo. Veo la dignidad de esas mujeres solas con hijos pequeños, que viven en situaciones desesperadas, que esperan que alguien vaya a llevarles un poco de consuelo, un poco de amor. Dándome, he recuperado mi dignidad de ser humano, mi vida tiene sentido. Tengo una fuerza añadida porque tengo a Dios en el corazón, me siento amado…». FABIO CIARDI
- C. LUBICH, Jesús abandonado y la noche colectiva y cultural, en el congreso de las gen 2, Castel Gandolfo 7-1-2007 (leído por Silvana Veronesi).
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