Este mes todos los cristianos están invitados a pedir por la unidad y han elegido, para meditar y vivir, una Palabra de Dios tomada del Salmo 36. Ella nos dice algo tan importante y vital que se convierte en un instrumento de reconciliación y comunión.
Antes que nada nos dice que hay una única fuente de la vida, Dios. De él, de su amor creativo, nace el universo que le da acogida al hombre.
Es él el que nos da la vida con todos sus dones. El salmista, que conoce las asperezas y arideces de los desiertos y sabe lo que significa una fuente de agua, y la vida que florece a su alrededor, no podía encontrar una imagen más hermosa para cantar a la creación que nace, como un río, del seno de Dios.
Por eso brota del corazón un himno de alabanza y reconocimiento. Este es el primer paso que debemos dar, la primera enseñanza que debemos recoger de las palabras del Salmo: alabar y agradecer a Dios por su obra, por las maravillas del cosmos y por ese ser viviente que es su gloria y la única criatura que sabe decirle:
«En ti está la fuente de la vida»
Pero al amor del Padre no le bastó pronunciar la Palabra con la cual todo ha sido creado: quiso que su misma Palabra tomara nuestra carne. Dios, el único verdadero Dios, se hizo hombre en Jesús y trajo a la tierra la fuente de la vida.
La fuente de todo bien, de todo ser y de toda felicidad vino a establecerse entre nosotros para que, podríamos decir, la tuviéramos al alcance de la mano. “Yo he venido –dice Jesús– para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. El ha llenado con su presencia todo tiempo y espacio de nuestra existencia; y ha querido permanecer con nosotros para siempre, de modo que lo podamos reconocer y amar bajo los más variados ropajes.
A veces uno podría pensar: “¡Qué hermoso habría sido vivir en los tiempos de Jesús!”. Pues bien, su amor ha inventado un modo para permanecer no en un rincón perdido de Palestina, sino en todos los puntos de la tierra: él se hace presente en la Eucaristía, como lo ha prometido. Y nosotros podemos acudir allí para alimentar y renovar nuestra vida.
«En ti está la fuente de la vida»
Otra fuente en la cual obtener el agua viva de la presencia de Dios es el hermano, la hermana. Todo prójimo que pasa a nuestro lado, especialmente el necesitado, si lo amamos no lo podemos considerar como alguien que es beneficiado por nosotros, sino como nuestro benefactor, porque nos da Dios. En efecto, amando a Jesús en él [“Tuve hambre (…), tuve sed (…), estaba de paso (…), estaba preso (…)], recibimos como retribución su amor, su vida, porque él mismo, presente en nuestros hermanos y hermanas, es la fuente.
Otra fuente de agua abundante es la presencia de Dios en nuestro interior. El siempre nos habla y a nosotros nos corresponde escuchar su voz, que es la de la conciencia. Cuanto más nos esforcemos por amar a Dios y al prójimo, con más fuerza se hará oír su voz por encima de todas las otras. Pero hay un momento privilegiado en el cual podemos, como nunca, nutrirnos de su presencia dentro de nosotros: es cuando oramos y tratamos de ir en profundidad en la relación directa con él, que habita en el fondo de nuestra alma. Es como una vena de agua profunda que no se agota nunca, que está siempre a nuestra disposición y donde podemos aplacar nuestra sed en cualquier momento. Basta cerrar por un momento los postigos del alma y recogernos, para encontrar esa fuente, aún en medio del desierto más árido. Hasta alcanzar esa unión con él donde se siente que ya no estamos más solos, sino que somos dos: él en mí y yo en él. Y sin embargo somos – por su gracia – uno como el agua y la fuente, como la flor y su semilla.
En esta semana de oración por la unidad de los cristianos, la Palabra del Salmo nos recuerda, por eso, que sólo Dios es la fuente de la vida y, por lo tanto, de la comunión plena, de la paz y de la alegría. Cuanto más acudamos a esa fuente, cuanto más vivamos del agua viva que es su Palabra, tanto más nos acercaremos los unos a los otros y viviremos como hermanos y hermanas. Entonces se verificará lo que el Salmo dice luego: “Y por tu luz, vemos la luz”, esa luz que la humanidad espera.
Chiara Lubich
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