El apóstol Pablo tiene una manera de comportase, en su extraordinaria misión, que se podría expresar de esta manera: hacerse todo a todos. Pablo, en efecto, trata de comprender a todos, de entrar en la mentalidad de cada uno, por lo que se hace judío con los judíos.
Y con los no judíos -los que no tenían una ley revelada por Dios- se vuelve como uno que no tiene ley.
Adhiere a las usanzas judías toda vez que esto sirve para quitar obstáculos de en medio, para reconciliar amigos y, cuando le toca actuar en el mundo grecorromano, asume las formas de vida y de la cultura que congenian con ese ambiente.
En este caso, dice:
«Me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles; me hice todo a todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio».
Pero, ¿quiénes son estos “débiles”?
Son cristianos que, porque tienen una conciencia frágil y poco conocimiento de las cosas, se escandalizan fácilmente.
Es lo que podía suceder, por ejemplo, con la cuestión de las carnes inmoladas a los ídolos. ¿Estaba permitido comerlas o no? Pablo sabe que hay un solo Dios y que los ídolos no existen. Por consiguiente, no existen carnes sacrificadas a los ídolos. Pero los “débiles”, acostumbrados a un modo determinado de razonar y de poca instrucción, podían pensar lo contrario y quedar desorientados. Pablo se ubica en la frágil mentalidad de estos cristianos y, para no turbarlos, considera que no es conveniente alimentarse de esas carnes.
«Me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles; me hice todo a todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio».
¿Qué es lo que impulsa a Pablo a tomar esta actitud? Aún en la libertad del cristianismo que él anuncia, advierte la exigencia, es más, el imperativo de hacerse esclavo de alguien: de sus hermanos, de cada prójimo, porque su modelo es Jesús crucificado.
Dios, encarnándose, se volvió cercano a todo ser humano pero, en la cruz, se solidarizó con cada uno de nosotros, pecadores, con nuestra debilidad, nuestro sufrimiento, nuestras angustias, nuestra ignorancia, nuestros abandonos, nuestros interrogantes, con nuestras cargas…
También Pablo quiere vivir así y, por eso, afirma:
«Me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles; me hice todo a todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio».
¿Cómo vivir también nosotros esta nueva Palabra de vida?
Sabemos que el sentido de la vida y de sus días es llegar a Dios. Además, no llegar solos, sino con los hermanos y las hermanas. En efecto, también a nosotros, cristianos, nos llegó un llamado de Dios semejante al que le dirigió a Pablo. También nosotros, como el apóstol, tenemos que “ganar” a alguno, “salvar a cualquier precio a alguien”.
¿Por qué camino? El de “hacerse uno” con los prójimos, lo mismo da que sean pequeños o adultos, ricos o pobres, hombres o mujeres, connacionales o extranjeros. A algunos los encontramos por la calle, con otros hablamos por teléfono, para otros trabajamos…
Hay que amar a todos. Pero hay que preferir a los más débiles. Hacerse “débil con el débil, para ganar a los débiles”. Dirigirse a quienes nos acompañan en la fe, a los indiferentes, al que se profesa ateo, al que denigra la religión.
Si nos hacemos uno con ellos, haremos la experiencia del infalible método de Pablo: daremos testimonio de Dios y esto los fascinará.
Por eso me atrevo a decirte a ti, que lees este comentario: ¿tienes una esposa (o un marido) que no le gusta para nada la Iglesia y, en cambio, pasa horas frente al televisor? Hazle compañía, como puedas, cuanto puedas, interesándote por lo que más le gusta ver.
¿Tienes un hijo que idolatra el fútbol, desinteresándose de cualquier otra cosa, hasta olvidarse de cómo se reza? Apasiónate del deporte más que él.
¿Tienes una amiga a la que le gusta viajar, leer, instruirse, y a tirado por la borda todos los principios religiosos? Trata de comprenderla en sus gustos, en sus exigencias.
Hazte uno, uno con todos, en todo, cuanto puedas, menos en el pecado. Si pecan, aléjate. Verás que el hacerse uno con el prójimo no es tiempo perdido: es todo ganado.
Un día -que no habrá que esperar tanto- ellos querrán saber qué es lo que te interesa a ti. Entonces, agradecidos, descubrirán, adorarán y amarán a ese Dios que te ha movido a tener un comportamiento cristiano.
Chiara Lubich
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