La experiencia del Centro Mariápolis en Paraguay durante la pandemia, ayudando a los más necesitados de su barrio. El centro Mariápolis “madre de la humanidad” se encuentra en Paraguay a sólo 20 km de la capital Asunción, en un barrio donde viven unas 200 familias con buenas condiciones económicas. Tres focolarinas viven permanentemente en el Centro Mariápolis junto a tres casadas. Apenas comenzó la cuarentena por Covid 19, “no queríamos estar encerradas dentro del centro Mariápolis – dicen –, así que empezamos a mirar las necesidades de las familias de nuestra zona”. En el barrio se organizaron “ollas solidarias”, es decir, todos traen lo que tienen y todos juntos hacen una olla grande para compartir con todas las familias. Por lo tanto, esta podía ser una buena oportunidad para poner a disposición la cocina grande del Centro Mariápolis. “Hemos escrito cartas para involucrar a todos los clientes y proveedores del centro del Mariápolis. De inmediato llegó mucha ayuda, así que cocinamos una buena salsa boloñesa con pasta y arroz, distribuida a unas 4000 personas del barrio. Esto nos hizo descubrir muchas carencias: niños que no tenían casa, o tenían problemas de salud, o incluso casas sin baño o sin ventanas. Así hemos comenzado a atender sus necesidades”. Al mismo tiempo, se creó un grupo de WhatsApp en el barrio para compartir experiencias de ayuda a los pobres y solicitudes de todo tipo. “En poco tiempo los vecinos nos ayudaron trayendo leche, aceite, ropa, celulares para que los niños pudieran seguir sus lecciones en la escuela, refrigerador, materiales de construcción, así pudimos construir 5 baños para familias que no tenían”. La pandemia continuó y con ella también los problemas de gestión y gastos del Centro Mariápolis. “Nuestro punto fuerte era tener una cocina bien organizada, así que empezamos a ofrecer un menú para la venta. Los principales pedidos vinieron de nuestros vecinos: este nuevo trabajo nos dio la oportunidad de conocer mejor a algunos de ellos. Un día, por ejemplo, un vecino nos pidió ayuda para confesarse: hacía 32 años que no se acercaba al sacramento de la reconciliación. Otro vecino, un ciclista profesional, quiso organizar una maratón en las tres principales ciudades de Paraguay y con lo recaudado hemos ayudado a dos etnias de los pueblos originarios a llevar luz y agua potable a sus hogares”. La Providencia nunca faltó. “Un miembro de la comunidad de los Focolares donó una suma de dinero para cubrir 4 meses de sueldos, luego llegó una freidora industrial, mucha verdura, fruta y muchas cosas y lo que más nos sorprendió es que también llegó un coche para distribuir la comida. Pero el regalo, el mayor regalo que nos dio la pandemia a nosotras, focolarinas, fue la posibilidad de estar cerca de nuestros pobres y vivir plenamente nuestro carisma de la Unidad. Estamos aquí en esta brecha, donde podemos generar comunión entre ricos y pobres y llevar esta cultura de la fraternidad”.
Lorenzo Russo
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