Movimiento de los Focolares

Quien sigue la voz de Dios se pone al servicio

Nov 1, 2013

En el fragmento de Igino Giordani que proponemos, el autor pone de relieve la importancia de las personas “humildes” que, mediante su donación cotidiana, en comunión, construyen la solidaridad.

La vida es como un teatro. En el teatro los que sobresalen son los casos patológicos: divorcios, adulterios, manías. En la vida, lo que más resalta son las guerras, las tragedias, los estragos y sus protagonistas: demagogos, ladrones, locos… Y uno cree que está en un teatro, donde la inspiración fue sustituida por la locura. Es necesaria la sensibilidad y la visibilidad del espíritu para advertir, más allá de los problemas las virtudes que surgen en las sombras, el heroísmo que se consume dentro de cuatro paredes, la resistencia de trabajadores y madres, de estudiosos y maestros. Es necesario volver a crear dentro de uno mismo, el silencio para sentir la corriente del bien, esa corriente en la que circula con la bondad de los hombres y la gracia de Dios, de la que muchos han perdido la noción e ignoran la experiencia.

Si bebemos de esa fuente, vemos que la imagen de hombres importantes, que hacen bulla en los periódicos y en la vida cotidiana, se convierte en una sombra débil. Si no bebemos de esa fuente, corremos el riesgo de empobrecernos, y de quedarnos solos, sin ayuda, cada uno solo ante la tragedia del mundo. Esta soledad se anida dentro de nosotros, pero el alma necesita la solidaridad de otras almas; requiere vida social. Las almas que aman, que donan solidaridad, son las de los santos, no sólo aquéllos eminentes de los altares y del martirologio, sino también aquellos humildes, esas innumerables almas que en este momento sufren con nosotros por las acciones dañinas de los hombres en los rincones del planeta. ¿Una ilusión?… No más que aquella que le permite a nuestro pensamiento dar un salto e ir  más allá de los confines del mundo.

Conocemos las fuerzas cósmicas por sus efectos. Experimentamos la comunión de los santos por sus frutos. Y sobre todo, por la energía que dan a nuestra vida interior, y por la ayuda que ofrecen en todas partes a nuestra vida externa. Si hoy tantas criaturas comparten lo que tienen para ayudar a las poblaciones en dificultad, si miles de misioneros, enfermeras, voluntarios de la humanidad van a asistir a seres humanos que nunca han visto y se prodigan por ellos hasta sacrificar sus vidas; si tantas personas sufren por el sufrimiento de otros y dan su vida para hacer el bien a favor de los hijos de otros, es porque siguen la voz del amor que es la voz de Dios.

Con los dones espirituales que derivan de estas acciones se actúa una convivencia de almas, que es superior a las divisiones políticas y territoriales, lingüísticas y de castas: una comunión que actúa en la sustancia y que está hecha de la sustancia misma de nuestras almas, así como salieron de las manos de Dios, por lo tanto, sustancia divina. Nosotros pensamos en todas estas criaturas humildes que visitan los tugurios, curan las llagas, llevan el pan a los hambrientos y la esperanza a los atribulados.

Y detrás de ellos y con ellos, pensamos en los grandes hermanos y las luminosas hermanas que los precedieron en la donación y en el esfuerzo: los santos de los altares y los que  no están en el santoral, pero están escritos en el libro de la Vida, e incansablemente participan en nuestra experiencia, sostienen nuestra paciencia y alimentan nuestra fuerza.

Igino Giordani en: Le Feste, Sociedad Editorial Internacional, 1954.

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