¿Qué dice? ¡Son palabras con exigencias tremendas, radicales, jamás escuchadas!
Y, sin embrago, ese Jesús que dijo que el matrimonio es indisoluble y dio como mandato que amáramos a todos y por lo tanto particularmente a los padres, ese mismo Jesús ahora pide que pongamos en segundo lugar todos los bellos afectos de la tierra, si es que son un impedimento para el amor directo, inmediato, a Él. Sólo Dios podía pedir tanto.
Jesús, de hecho, arranca a los hombres de su modo natural de vivir y los quiere ligados antes que nada a sí mismo, para componer sobre la tierra la fraternidad universal.
Por esto, donde encuentra un obstáculo para su proyecto “corta” y en el Evangelio habla de “espada”, espiritual, se entiende. Y llama “muertos” a aquellos que no supieron amarlo a Él más que a la madre, a la esposa, a la vida. ¿Recuerdas a ese hombre que le pidió que lo dejara sepultar a su padre antes de seguirlo? Justamente a él Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”1.
Quizás ante tanta exigencia habrás temblado de miedo, quizás habrás pensado relegar estas palabras de Jesús a su tiempo, o destinarlas a los que deben seguirlo de un modo particular.
Te equivocas. Esta palabra vale para cualquier época, incluso para la actual, y vale para todos los cristianos, también para ti.
En los tiempos que corren se te pueden presentar muchas ocasiones para poner en práctica la invitación de Cristo.
¿En tu familia alguien critica el cristianismo? Jesús quiere que tú lo testimonies con la vida y en el momento oportuno con la palabra, incluso a costa de que se burlen de ti o te calumnien.
¿Eres madre y tu marido te invita a interrumpir un embarazo? Obedece a Dios y no a los hombres. ¿Un hermano te quiere agregar a una compañía con fines poco claros, o incluso reprobables? Desasóciate. ¿Algún pariente te invita a aceptar dinero poco limpio? Mantiene tu honestidad. ¿La familia entera te quiere involucrar en un laxismo mundano? Corta, para que Cristo no se aleje de ti.
“Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
¿Eres de una familia poco creyente y el hecho de tu conversión a Cristo produjo división? No te alarmes, es un efecto del Evangelio. Ofrece a Dios el desgarro del corazón por aquellos que amas, pero no decaigas.
¿Cristo te llamó de modo particular y ahora llegó el momento en que tu donación total requiere dejar el padre y la madre, o tal vez renunciar a la novia? Concretiza tu elección. Quien no tiene lucha, no tiene victoria.
“Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
“… y hasta a su propia vida”. ¿Estás en una tierra de persecución y el exponerte por Cristo pone en peligro tu vida? Ten coraje. A veces nuestra fe puede pedir también esto. No se termina nunca del todo la época de los mártires en la Iglesia.
Cada uno de nosotros, en su existencia, se encontrará ante la elección entre Cristo y todo el resto para seguir siendo auténtico cristiano. Por lo tanto, te tocará también a ti.
No tengas miedo. No tengas miedo por la vida: mejor perderla por Dios que no encontrarla jamás. La otra Vida es una realidad.
Y no tengas miedo por los tuyos. Dios los ama. Un día – si tú los sabes posponer por Él – pasará al lado de ellos y los llamará con las palabras fuertes de su amor. Y tú los ayudarás a volverse, contigo, verdaderos discípulos de Cristo.
Chiara Lubich
1. Palabra de vida de octubre de 1978, publicada en Essere la Tua Parola, Chiara Lubich e cristiani di tutto il mondo, vol. I, Roma 1980, p. 111-113.
2. Evangelio de Lucas, cap. 9, versículo 60.
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