Erminio Longhini nació en Milán el 19 de julio de 1928. De su matrimonio con Nuccia Longhini nacieron Michela, Matteo y Stefano. Nuccia y Erminio, estudiantes de medicina, ya desde la época de la Universidad, querían poner a la persona en el centro de su profesión. «Desde niño – cuenta él mismo – sentía una fuerte atracción hacia la Virgen María». Tal vez es por esta filial devoción suya a “una Madre tan hermosa” que, aunque se encontraba sumergido en las obligaciones de la profesión, se brindaba a acompañar a los enfermos que viajaban a Lourdes. Serio, escrupuloso, exigente, transcurrió años de duro sacrificio comprometido desde el alba hasta altas horas de la noche, ya sea dedicado a los enfermos como joven médico del hospital, como dedicándose a la investigación. Pero también su alma estaba en búsqueda. Con Nuccia advirtió la necesidad de encontrar una espiritualidad que acompañara la vida de su familia y en la de los Focolares encuentran la respuesta: Dios-Amor, a quien Erminio quiso donarse totalmente, poniéndose a Su servicio en los hermanos que encontraba. Se convirtió en un focolarino casado. Gracias a generosas aportaciones, comenzó un reparto de medicina interna con instrumentos de vanguardia y recibió a jóvenes licenciados italianos y de países en vías de desarrollo para que se pudieran formar. Logró contagiar a colegas y enfermeros y el reparto médico dirigido por él se transformó en uno de los mejores, ya sea como relación humana que técnica, con centenares de investigaciones publicadas. Erminio comprendía cada vez más que no basta con curar la enfermedad, sino que hay que curar a la persona. En colaboración con la Universidad Católica, realizó una investigación en 40 hospitales concluyendo que el mayor malestar de los enfermos es el de tener que depender de los demás. Y aquí se le ocurrió una idea, que enseguida comunicó a su esposa y a algunos colaboradores: «¿Por qué no donar un poco de nuestro tiempo para instaurar una relación humana, un intercambio de amor con nuestros enfermos?» Con muchos obstáculos y mil complicaciones, Erminio logró convencer a los primeros 30 voluntarios, que estaban haciendo la carrera, los cuales estuvieron dispuestos a ocuparse de los enfermos además de trabajar para curarlos. «¿Qué cosa traté de transmitirles a ellos? – explica-. Lo que aprendí de Chiara Lubich: la reciprocidad» De este primer grupo, en 1976 nace AVO (Asociación de Voluntarios Hospitalarios), una iniciativa que Chiara alentó al igual que los cardenales de Milán, Colombo y Martini y hasta el mismo San Juan Pablo II que, durante una audiencia a 7.000 voluntarios de la Asociación, le dijo a Erminio: «Estoy contento, dígale a sus amigos que continúen así» Después de la dolorosa muerte de su esposa, Erminio afirmó aún más su mansedumbre y abandono en Dios. Obligado a internarse de continuo y a recibir cada vez más frecuentemente transfusiones de sangre, confesaba: «Me siento como una hoja de otoño en una jornada de viento. Parecería más conveniente que llegue la noche de la vida. Luego comprendo que se esconde una tentación y de mañana percibo que se me da otro día y la vida es vivir el momento presente, contando con la misericordia de Dios por el pasado y con la esperanza en el futuro» Mientras tanto, AVO se difunde en toda Italia y cuenta hoy con 25.000 voluntarios en 250 hospitales. Por este compromiso suyo, en el 2004 Erminio recibe del Presidente de la República, la Medalla de Oro por el Mérito en la Sanidad. Hasta el final Erminio siguió formando espiritualmente a los voluntarios con escritos y video mensajes. En los últimos meses, su cuadro clínico no era muy tranquilizador, pero él se mantuvo sereno: «Agradezco a Dios porque en mi vida recibí mucho más de lo que imaginaba. Agradezco a la Virgen, y todas las noches termino mis oraciones diciendo: que seas Tú la que vienes a buscarme y será plena mi alegría. Te sentiré y te veré». El 4 de noviembre pasado se apagó serenamente. Todos los que lo conocieron y amaron están seguros de que ocurrió tal como él deseaba, en recompensa de una vida totalmente impregnada de Evangelio. El actual presidente de AVO escribe: «Nos deja un gran hombre, capaz de captar con su sensibilidad, con humanidad y con su fe lo esencial que a menudo los ojos no ven y ni siquiera la mente ve. Sin embargo no nos deja solos, al contrario, cada uno de nosotros lo reencontrará en el propio servicio si logra que todo el conocimiento, la sabiduría, la profundidad que Erminio siempre nos comunicó y enseñó, dé sus frutos». Anna Friso
Poner en práctica el amor
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