Mi gira empieza el último día del calendario ruandés, en el que se recuerda la masacre que aconteció en 1994. Sé que Jesús abandonado puede dar un sentido a todos los sufrimientos humanos, especialmente a aquellos que dejan profundas heridas en el corazón. Advierto un estrecho vínculo entre el sacrificio de Jesús y lo que sufrió el pueblo ruandés. Bajo la guía de P. Telesphore, sacerdote del lugar, conozco la capital Kigali, conocida por su limpieza. Sin embargo, los signos del desarrollo económico se notan sobre todo en el centro de la ciudad, que se parece a una capital europea. Pero no lejos de los edificios modernos, está la gente común, vinculada a la agricultura, que se desplaza para vender sus productos en el mercado: fruta, verduras, gallinas… Por mi tez blanca y mi alta estatura, mi presencia no pasa desapercibida. A menudo descubro miradas sorprendidas, pero es suficiente un gesto de saludo, «muraho», o una sonrisa, y se rompe el hielo con una linda sonrisa como respuesta. Las visitas a las principales ciudades del país las hacemos en auto. De vez en cuando nos detenemos para brindarle un pasaje a alguien. Entre las tantas personas a las que llevamos, me llama la atención una joven de unos 20 años. Detrás de su linda sonrisa hay una historia dolorosa. P. Telesphore me cuenta que sus padres fueron asesinados durante el genocidio de los años ’90. Ella estaba yendo a rezar sobre su tumba. Desde niña, junto con su hermanito, iban donde P. Telesphore. Allí ambos encontraron una familia que los colmó de amor. Y como ellos, encontré muchas otras situaciones parecidas. El día sábado lo transcurrimos en el seminario teológico que acoge a seminaristas de todo el país, unos 130. Durante la misa, impregnada de cultura ruandés, quedé profundamente impactado por la acción de lgracias después de la comunión, con cantos que ponen todo el cuerpo en movimiento. Es una especie de ritmo sagrado, no sincronizado entre todos, pero increíblemente armónico. Escuela Gen’s. En uno de los seminarios hacemos una “escuela” para los seminaristas que quieren conocer la espiritualidad de la unidad. P. Telesphore aclara desde el primer momento que “esta escuela no se hace con los libros, sino con la vida” y que “estamos aquí para construir la unidad querida por Jesús a través de nuestro amor recíproco”. De hecho, durante el encuentro, el amor evangélico se percibe de forma muy concreta entre todos. En efecto, después de un partido de baloncesto, pregunto: “¿Quién ganó?”. La respuesta: “Todos”. Donde reina el amor, la competencia se vuelve una buena ocasión para vivir el Evangelio. Profundizamos el punto de la espiritualidad de la unidad que se refiere al misterio de Jesús abandonado. Nos impacta el testimonio de dos sacerdotes, uno de Ruanda y el otro de Burundi, países que cargan con el peso de tantas incomprensiones recíprocas. Pero las diferencias, por el amor a Jesús en su abandono, abren el camino a la unidad que se incrementa entre ellos. Uno de los seminaristas nos expresa a todos: “Cuando se habla de corazón, se toca el corazón”. Los últimos días los dedicamos al encuentro con las familias y los jóvenes, pero también a las demás personas que comparten el mismo ideal de fraternidad. Finalmente, un peregrinaje al santuario de la Virgen, no muy lejos del seminario. Queremos agradecerle por este viaje y por los numerosos dones que recibimos. (Armando A. – Brasil)
Poner en práctica el amor
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