«Amad a vuestros enemigos». ¡Esto sí que es fuerte! ¡Esto sí que transforma nuestro modo de pensar y nos hace a todos dar un giro al timón de nuestra vida!
Porque, no nos engañemos, algún enemigo…, pequeño o grande, todos lo tenemos.
Está ahí, detrás de la puerta del piso de al lado, en esa señora tan antipática e intrigante, que trato de evitar cada vez que va a entrar conmigo en el ascensor…
Está en ese familiar que hace treinta años ofendió a mi padre y por ello le he negado el saludo…
Se sienta detrás de tu pupitre, en el colegio, y no has vuelto a mirarle a la cara desde que te acusó ante el profesor…
Es esa chica que era amiga tuya y luego te dejó plantado para irse con otro…
Es ese comerciante que te ha engañado…
Son los que no piensan como nosotros en política, por lo cual los consideramos enemigos nuestros.
Igual que existen, y siempre han existido, los que ven como enemigos a los sacerdotes y odian a la Iglesia.
Pues bien, a todos éstos y a muchísimos otros que llamamos enemigos, hay que amarlos. ¿Hay que amarlos?
Sí, ¡hay que amarlos! Y no creas que podemos salir del paso sencillamente cambiando el sentimiento de odio por otro más benévolo.
Hay algo más.
Escucha lo que dice Jesús:
«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os maltratan»
¿Comprendes? Jesús quiere que venzamos al mal con el bien. Quiere un amor traducido en hechos concretos.
Podríamos preguntarnos: ¿cómo es que Jesús da un mandamiento semejante?
La verdad es que Él quiere modelar nuestro comportamiento según el de Dios, su Padre, «que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos»2.
Así es. No estamos solos en el mundo, tenemos un Padre y debemos parecernos a Él. Y no sólo esto, sino que Dios tiene derecho a que nos comportemos así porque, cuando éramos enemigos suyos y estábamos todavía en el mal, Él fue el primero3 en amarnos, enviándonos a su Hijo, que murió de ese modo tan terrible por cada uno de nosotros.
«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian…»
Esta lección la había aprendido el pequeño Jerry, ese niño negro de Washington que por tener un coeficiente alto de inteligencia había sido admitido en una clase especial con los demás chicos blancos. Pero la inteligencia no le había bastado para hacer comprender a los compañeros que era igual que ellos. Su piel negra le había acarreado el odio general; tanto que el día de Navidad todos los chicos se intercambiaron regalos ignorando a Jerry. El niño se puso a llorar; ¡se comprende! Pero al llegar a casa pensó en Jesús: «Amad a vuestros enemigos», y de acuerdo con su madre compró regalos y los distribuyó con amor entre todos sus «hermanos blancos».
«Amad a vuestros enemigos…, rezad por los que os maltratan»
¡Qué dolor aquel día para Isabel, una niña de Florencia, que al subir las escalinatas para ir a misa oyó que se burlaban de ella un grupo de compañeros de su edad! A pesar de que quería reaccionar contra ellos sonrió y, una vez en la iglesia, rezó mucho por ellos. Al salir la pararon y le preguntaron el motivo de su actitud. Ella les explicó que era cristiana y por tanto tenía que amar siempre. Lo dijo con una ardiente convicción. Y su testimonio fue premiado. Al domingo siguiente vio a todos aquellos jóvenes en la iglesia, atentísimos, y en primera fila.
Así es como acogen la Palabra de Dios los niños. Por eso son grandes delante de Él.
Quizá convenga que también nosotros arreglemos alguna situación, ya que seremos juzgados según juzguemos a los demás. De hecho somos nosotros los que damos a Dios la medida con la que Él nos medirá4. ¿Acaso no le pedimos: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»5? Por tanto, ¡amemos al enemigo! Sólo si actuamos así podremos arreglar las desuniones, destruir las barreras y construir la comunidad.
¿Es difícil? ¿Es penoso? ¿Nos quita el sueño sólo con pensarlo? Ánimo. No es el fin del mundo; un pequeño esfuerzo por nuestra parte y luego el 99 por 100 restante lo hace Dios y… en nuestro corazón habrá un torrente de alegría.
Chiara Lubich
1) Palabra de Vida escrita en mayo de 1978, publicada en “Ser tu Palabra”, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1980, pág. 17-20.
2) Mt 5, 45.
3) Cf 1 Jn 4, 19.
4) Cf Mt 7, 2.
5) Mt 6, 12.
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