«Acójanse mutuamente, como Cristo los acogió para gloria de Dios»
Estas palabras de san Pablo nos recuerdan uno de los aspectos más conmovedores del amor de Jesús: el amor con que Jesús acogió a todos durante su vida terrena, de modo particular a los más marginados, los más necesitados, los más alejados. Es el amor con el que Jesús ofreció a todos su confianza, su familiaridad, su amistad, abatiendo una a una las barreras que el orgullo y el egoísmo humano habían erigido en la sociedad de su tiempo. Jesús fue la manifestación del amor plenamente acogedor del Padre celestial por cada uno de nosotros y del amor que, en consecuencia, deberíamos tener unos por otros. Esta es la primera voluntad del Padre sobre nosotros; por ello no podríamos dar mayor gloria al Padre que la que le damos al procurar acogernos mutuamente tal como Jesús nos acogió a nosotros.
«Acójanse mutuamente, como Cristo los acogió para gloria de Dios »
¿Cómo viviremos, pues, la Palabra de vida de este mes? Esta concentra nuestra atención sobre uno de los aspectos de nuestro egoísmo que se da con más frecuencia y –digámoslo también– más difíciles de superar: la tendencia a aislarnos, a discriminar, a marginar, a excluir al otro porque es distinto de nosotros y podría perturbar nuestra tranquilidad. Para ello trataremos de vivir esta Palabra de vida ante todo dentro de nuestras familias, asociaciones, comunidades y grupos de trabajo, eliminando en nosotros los juicios, las discriminaciones, las reservas, los resentimientos, la intolerancia hacia este o aquel prójimo, tan fáciles y tan frecuentes, que tanto enfrían y comprometen las relaciones humanas y que impiden el amor recíproco bloqueándolo como la herrumbre. Y luego, en la vida social en general, proponiéndonos dar testimonio del amor acogedor de Jesús hacia cualquier prójimo que el Señor nos ponga al lado, especialmente aquellos que el egoísmo social tiende más fácilmente a excluir o marginar. Acoger al otro, al que es distinto de nosotros, es la base del amor cristiano. Es el punto de partida, el primer peldaño para construir esa civilización del amor, esa cultura de comunión a la que Jesús nos llama sobre todo hoy.
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