Con estas palabras Jesús le responde a Pedro, que después de haber escuchado cosas maravillosas de su boca, le hace esta pregunta: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”. A lo que replicó Jesús: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
Probablemente Pedro, bajo la influencia de la predicación del Maestro, había pensado lanzarse, bueno y generoso como era, en su nueva línea, haciendo algo excepcional: llegando a perdonar hasta siete veces. En el judaísmo, en efecto, se admitía un perdón de dos, tres, a lo más hasta cuatro veces.
Pero al responder: “… hasta setenta veces siete”, Jesús dice que para él el perdón tiene que ser ilimitado: hay que perdonar siempre.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Esta Palabra trae el recuerdo del canto bíblico de Lamec, un descendiente de Adán: “Caín será vengado siete veces, pero Lamec setenta y siete” (1). Así es como comienza a propagarse el odio entre los hombres en el mundo: sube como un río en creciente.
A este propagarse del mal, Jesús opone el perdón sin límites, incondicional, capaz de romper el círculo de la violencia.
El perdón es la única solución para contener el desorden y abrirle a la humanidad un futuro que no signifique autodestrucción.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
Perdonar. Perdonar siempre. El perdón no es ese olvido que muchas veces significa no querer mirar de frente la realidad. El perdón no es debilidad, es decir, no tener en cuenta una injusticia por miedo al más fuerte, que la ha cometido. El perdón no consiste en decir que no tiene importancia, lo que en cambio es grave, o decir que está bien lo que está mal.
El perdón no es indiferencia. El perdón es un acto de voluntad y de lucidez, por lo tanto de libertad, que consiste en dar acogida al hermano y la hermana tal como es, a pesar del daño que nos ha hecho, como Dios nos acoge a nosotros, pecadores, a pesar de nuestros defectos. El perdón consiste en no responder a la ofensa con la ofensa, sino en hacer lo que dice Pablo: “No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal haciendo el bien” (2).
El perdón consiste en abrir, al que te ha agraviado, la posibilidad de una nueva relación contigo. Es decir, la posibilidad para él y para ti de comenzar de nuevo la vida, de un futuro en el cual el mal no tenga la última palabra.
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete».
¿Cómo hacer, entonces, para vivir esta Palabra?
Pedro le había preguntado a Jesús: “¿Cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?”, “… a mi hermano”.
Jesús, al responder, tenía en mente, por lo tanto, sobre todo las relaciones entre cristianos, entre miembros de la misma comunidad.
Por eso, antes que nada, es con los otros hermanos y hermanas en la fe que debemos comportarnos así: en familia, en el trabajo, en la escuela o comunidad de la cual formamos parte.
Sabemos con cuánta facilidad se quiere responder a una ofensa con una acción o con una palabra equivalente.
Sabemos cuánto, por diversidad de caracteres, o por nerviosismo, o por otras causas, las faltas de amor son frecuentes entre personas que conviven. Pues bien, es necesario recordar que sólo una actitud de perdón, siempre renovada, puede mantener la paz y la unidad entre hermanos.
Siempre existirá la tendencia a ver los defectos de hermanas y hermanos, a recordar el pasado, a querernos distintos de como somos… Es necesario acostumbrarse, con una mirada nueva, a verlos nuevos a ellos mismos, aceptándolos siempre, enseguida y sin retaceos, aunque no se arrepientan.
Se dirá: “Pero esto es difícil”. Se comprende. Pero aquí está lo bueno del cristianismo. No por nada seguimos a Cristo que, desde la cruz, pidió al Padre perdón para aquellos que le habían dado muerte, y resucitó.
Anímo. Comencemos una vida así, que nos asegura una paz como ninguna otra y mucha felicidad a nosotros desconocida.
Chiara Lubich
1 Gn 4, 24
2 Rm 12, 21
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