El dolor, cualquier dolor, es una realidad que el hombre por naturaleza rechaza y trata de evitar a toda costa. Sin embargo forma parte de la vida humana. Integrarlo en la propia existencia es una vía necesaria para la propia realización. Chiara Lubich acogió el dolor como un signo, una “campanilla” que llama al encuentro con Dios. ¡Te he encontrado en muchos lugares, Señor! Te he sentido palpitar en el silencio profundo de una ermita alpina, en la penumbra del sagrario de una catedral vacía, en el respiro unánime de una muchedumbre que te ama y llena las arcadas de tu iglesia de cantos y de amor. Te he encontrado en la alegría. Te he hablado más allá del firmamento estrellado, mientras, de noche y en silencio, volvía del trabajo a casa. Te busco y a menudo te encuentro. Pero donde siempre te encuentro es en el dolor. Un dolor, cualquier dolor, es como el sonido de la campanilla que llama a la esposa de Dios a la oración. Cuando aparece la sombra de la cruz, el alma se recoge en el tabernáculo de su intimidad y olvidando el tintineo de la campana, te «ve» y te habla. Eres Tú, que vienes a visitarme. Soy yo que te respondo: «Heme aquí, Señor. Te quiero. Te he querido». Y en este encuentro mi alma no siente su dolor, pues está como embriagada de tu amor, invadida por Ti, impregnada de Ti: yo en Ti, Tú en mí, a fin de que seamos uno. Luego, abro de nuevo los ojos a la vida, a la vida menos verdadera, divinamente aguerrida, para conducir tu guerra.
Chiara Lubich
Chiara Lubich, Te he encontrado. Escritos Espirituales/1, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1995, págs. 78-79.
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