«El flujo de emigrantes en la frontera crece cada hora. La crisis económica, que coloca de rodillas al país , une en el dolor tanto al que permanece como al que decide escapar». En las palabras de Silvano Roggero, venezolano, hijo de italianos, se percibe el drama que vive todo un pueblo. Desde hace tres años está en el focolar de Lima, Perú. «Los países vecinos, con la generosidad típica de estas tierras, a pesar de las enormes dificultades provocadas por el ingreso imprevisto e inesperado de centenares de millares de personas, tratan de ofrecerles acogida. Soy testigo directo de uno de tantos dramas que hoy está viviendo la “humanidad de la periferia”. Justo ayer me escribió la directora de una escuela de la península de Paraguaná, del norte de Venezuela. Hay un insólito movimiento en la secretaría, varios papás se han presentado para retirar a sus hijos. ¡Se ven obligados a irse!». Es un éxodo de proporciones bíblicas, causado por una crisis económica y social gravísima, que está transformando la misma fisionomía de Venezuela. La inflación está por las nubes y escasean dramáticamente la comida, las medicinas y la materia prima. «Desde el pasado mes de diciembre, también Ofelia y Armando, de la comunidad de los Focolares de Valencia (la tercera ciudad de Venezuela), llegaron a Lima. Antes administraban un prescolar. Con Ofelia cultivamos un sueño: encontrar un local en el cual ofrecer una primera acogida a los migrantes que llegan, después de un viaje por tierra de más o menos siete días. ¡Se habla de alrededor de 300 mil venezolanos que han llegado a Perú en el último año y medio! Con Ofelia –prosigue Silvano- organizamos una cena de acogida en el focolar para un pequeño grupo de venezolanos. Algunos ya conocían el Movimiento, pero había quien no conocía nada de nuestro grupo. Los huéspedes llegaron desde distintos puntos de la ciudad, desde tan lejos como una hora o dos. Todavía no se orientan muy bien en esta metrópolis de casi diez millones de habitantes». Parece una gota en el mar, pero el deseo es el de recibirlos como si fuera Jesús personalmente quien se presentaba a la puerta. «Como podemos imaginar, frente a sus difíciles situaciones, no teníamos soluciones “preconstituidas”. Ni siquiera sabíamos por donde empezar, pero, eso sí, podíamos ofrecerles una comida caliente y ¡escucharlos! A uno de ellos lo habían robado: hábiles rapiñeros le sacaron de la mochila el celular y todo lo que tenía para sobrevivir. Otro no sabía qué documentos había que presentar para obtener el permiso de estadía. Ofelia, ya conocedora de los trámites, habiendo ya hecho el trámite completo, ofreció su experiencia. Otro contó que había encontrado un trabajito, a más de dos horas de distancia, por 10 euros al día (pero existen algunos que están dispuestos a trabajar aunque sea por 4 euros). Alguno tenía un “curriculum” demasiado excelente y por esta razón, no era considerado, por el temor de que quisiera sacarle el puesto de trabajo al responsable de turno. Pero, lo que más nos ha conmovido, fue compartir las historias, ver las fotos y escuchar a cada uno hablando de su propia familia». «Para todos, la primera necesidad ahora es la de encontrar un trabajo. No les importa si duermen en el suelo, sin colchón o si comen poco. El sueño más grande es el de mandar de vez en cuando a la casa unos veinte euros. Nos pusimos de acuerdo para permanecer vinculados entre nosotros. Al focolar había llegado hacía poco, de una colecta hecha por la comunidad, que llamamos “montañita”, una pequeña cantidad y dos chaquetas abrigadas. Fueron providenciales, porque está por comenzar la estación del frío. Repartimos todo. Cuatro horas después, mientras estábamos por levantarnos de la mesa, llegó un nuevo SOS, esta vez provenía de una persona que vive en las Islas Canarias. “Once jóvenes se habían encaminado a pie, desde Venezuela, directamente a Lima. Estaban desesperados, sin plata y sin teléfonos, tenían sólo lo que llevan puesto. Entre ellos estaba el primo de una amiga mía. ¿Podrían ayudarlos?, preguntó. Principalmente para evitar que cayeran en manos de algún malhechor o de algún grupo organizado que se quiera aprovechar de su fragilidad. Calculamos que emplearán casi 30 días”. Nuevas llegadas, nuevas personas tocando a la puerta. Pero todas tienen el mismo nombre, Jesús. Un huésped excepcional. Lo esperamos». Chiara Favotti
Poner en práctica el amor
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