Estaba terminando los estudios secundarios. Desde pequeño, cuando escuchaba las historias de un tío que era misionero en Congo, me sentía fascinado por África. No me gustaba el estilo de vida burgués de la sociedad belga, ante la pobreza y las injusticias sociales difundidas en el mundo. Me interesaba el pensamiento de Julius Nyerere (quien está en proceso de beatificación, ndr), el primer Presidente de Tanzania. Su concepto de Ujamaa (que en suajili quiere decir ‘ser familia’) fue la base de las políticas de desarrollo económico-social que después llevaron a Tanzania a la independencia de Gran Bretaña y a la construcción de una pacífica coexistencia entre tribus y grupos étnicos. Su pensamiento se basa en la tradición africana y en el ejemplo de las primeras comunidades cristianas que relatan los Hechos de los Apóstoles. Pedí ingresar en la Orden de los Padres Blancos, no tanto por un discernimiento vocacional, sino porque trabajaban en Tanzania. Acordamos que iría durante un año para conocer. Llegando a su casa, cerca de la Universidad de Lovaina (Bélgica), sin que ellos lo supieran empecé a formar parte de un grupo maoísta de extrema izquierda. Organizábamos actividades en favor de los países del tercer mundo y por la independencia de Angola y Mozambique. Durante una manifestación, la policía encontró mi nombre en uno de los volantes y vinieron a interrogarme. Pensé que para mí sería mejor cambiar completamente de camino. Además me sentía desilusionado de mis amigos, porque sólo yo estaba pagando el precio de nuestras acciones. En cambio, el director espiritual me invitó a quedarme y a conocer un grupo de estudiantes que se reunía mensualmente donde ellos. Los había entrevisto, me parecía que estaban en las nubes, hablaban de Jesús y del Evangelio. Pero acepté. La primera vez que participé en un encuentro escuché en silencio. Contaban cómo trataban de poner en práctica el Evangelio. Al final me preguntaron qué pensaba. «El Evangelio existe desde hace dos mil años y el mundo todavía está lleno de injusticias, de explotación y de opresión». «Si quieres cambiar el mundo, empieza por ti mismo», me contestó uno de ellos. No supe qué contestar. «¿Por dónde?», pregunté. Me dio la Palabra de Vida de ese mes: «No juzgues y no serás juzgado». Al día siguiente, por más que lo intenté, descubrí que siempre estaba juzgando a los demás. No podía. Regresé para decirles que era imposible no juzgar. Me exhortaron a no desanimarme y a volver a intentarlo después de cada fracaso. Regresando a casa, recé a Jesús Eucaristía: «Si Tú quieres que yo viva así, ayúdame, porque solo no puedo hacer nada». Terminado el año académico, estaba seguro de que los Padres me dirían que regresara a mi casa. Sin embargo me dijeron que habían notado un cambio en mí y que, si quería, podía empezar la formación para ser sacerdote. A través del contacto frecuente con esos jóvenes, los gen, que vivían la comunión de bienes entre ellos, y con la ayuda del responsable de los Focolares de Bélgica, encontré mi camino y llegué a ser misionero. Vivir por los demás me daba una gran alegría y así descubrí el gran ideal de la unidad de Chiara Lubich y del Movimiento. Antes de partir para África, en el ’82, fui ordenado sacerdote. El desafío más grande ha sido buscar un diálogo profundo con la población del lugar, practicando el arte de “hacerse uno”. Estudié su idioma y la cultura local, para apropiarme de las costumbres de la gente. Experimento que, a la luz del Evangelio, todo lo que es bello, bueno y verdadero se eleva, el resto poco a poco desaparece.
Poner en práctica el amor
Poner en práctica el amor
0 comentarios