En Castel Gandolfo un laboratorio de esperanza entre diferentes carismas para fomentar la comunión entre las familias religiosas, a través de la espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich. “Iglesia en salida”, “hospital de campaña”. El papa Francisco ha dicho repetidamente cómo le gustaría ver a la Iglesia hoy: capaz de dar calor a los corazones de los fieles, de curar heridas y salir a las periferias existenciales. Pero para poder responder bien a las necesidades del mundo fragmentado y herido de hoy, la Iglesia debe unir fuerzas y unir sus talentos. Esto vale en modo especial para los carismas, es decir, las fuerzas renovadoras que a lo largo de la historia nacieron en la Iglesia en respuesta a necesidades históricas específicas y que luego encontraron una forma duradera en las diversas “familias” religiosas. Pero, ¿cómo poder encontrarse, estar juntos y actuar unidos entre realidades diferente que el Espíritu Santo ha creado s? El congreso del 8 y 9 de febrero pasado en el Centro de Mariápolis de Castel Gandolfo (Roma, Italia), titulado “Carismas en comunión: la profecía de Chiara Lubich” quería destacar que la espiritualidad de la unidad de Chiara Lubich puede ofrecer algunas herramientas en esta dirección. 400 participantes – religiosos, consagrados y laicos católicos con una representación ortodoxa – de 100 familias religiosas y 33 países se reunieron para tratar, dialogar y poner sus identidades en comunión – para formar una Iglesia más bella y rica, y más atractiva. El título del congreso “estimula a vivir a la escucha y en la entrega recíproca”, dijo Maria Voce, presidente del Movimiento de los Focolares en su discurso, porque al ofrecer la riqueza de los carismas específicos, se realiza una auténtica experiencia de compartir (…) para dar a la Iglesia un rostro creíble ante el mundo”. “Las personas consagradas, que entran en contacto con el Movimiento de los Focolares, dice el cardenal João Braz De Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, han encontrado un impulso y una ayuda para valorizar la originalidad de sus propios carismas específicos, para renovar las relaciones de fraternidad en sus Institutos, para apreciar y amar otros carismas como al propio”. En los dos días del encuentro, se activó un laboratorio en vivo para mostrar cómo esta riqueza de la Iglesia puede volverse bella, fructífera en su conjunto, en el anuncio del Evangelio y en la credibilidad de la Iglesia. La presencia significativa de unos cincuenta laicos de diferentes familias religiosas contribuyó en gran medida a esta perspectiva. “Los carismas son una fuente de alegría y una expresión de la estética de la Iglesia, dice el padre Fabio Ciardi, oblato de María Inmaculada, teólogo de la vida consagrada. Que lleva a exclamar: “¡Qué cosa tan hermosa!”. “Cuando siendo novicia, escuché a Chiara que nos alentaba “a amar a la congregación de la otra como propia”, entendí que la unidad es realmente un valor fundamental”, afirma la hna. Tiziana Merletti, de las franciscanas de los pobres, canonista. “Ya no se trata de estar de acuerdo con la contribución insustituible de las realidades carismáticas a la misión de la Iglesia, sino de hacer circular los dones a todos y para todos (…) para discernir los caminos más adecuados al servicio del anuncio del Evangelio”, afirmó Piero Coda, rector del Instituto Universitario Sophia de Loppiano, y agrega que es necesario “llegar con una conversión radical, a amar al otro, su carisma, su familia religiosa, más que al propio carisma y familia religiosa. ¡Esta es la única manera de ser una Iglesia carismática y misionera”!
Lorenzo Russo
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