Las noticias que llegan de Venezuela no son precisamente reconfortantes. Por el contrario, el país latinoamericano parece no sólo estar agotado, sino también dividido. En este contexto, las comunidades de los Focolares se comprometen en favor de la reconciliación y de la solidaridad, compartiendo todo lo que tienen. La comunidad de Colinas de Guacamaya (Valencia), después de preguntarse cómo vivir en tiempos de una crisis social, política, económica que está alcanzando los más altos niveles, responde redoblando el compromiso en poner en práctica el mandamiento nuevo del Evangelio, el del amor recíproco, empezando por los pequeños actos cotidianos. Escribe una de ellos: «Hoy, mientras estaba comprando en el supermercado 12 rollos de papel higiénico, pensé en los de nuestra comunidad que, como muchos otros aquí en Venezuela, aun teniendo la plata para comprarlo, no logran conseguirlo en ninguna parte. Llamé a una amiga que, feliz de mi gesto, me pidió que lo comprara también para ella. A su vez me preguntó si necesitaba algo, y yo pude decirle que en casa necesitábamos jabón. “Ah – me contestó ella –, ese te lo doy yo; no sólo, te llevas también un plátano que me acaba de traer mi hijo”. Una vez más pude comprobar que, si el amor circula, se cumple la promesa de Jesús “den y se les dará”». Gestos simples, pero también extremos, si se piensa que por un mango robado, hay quien llega a matar. Otra señora cuenta: «Al inicio del día, encontré a una persona que buscaba aceite para cocinar y, como yo tenía, lo compartí con ella; poco tiempo después encontré a otra que necesitaba una inyección, así se la hice con mucho cuidado. Más tarde una mujer tocó a mi puerta: su hijita tenía una fuerte gripe y le hacía falta un nebulizador que, por suerte, yo tengo, más aún ya son muchos los que lo utilizan. Pasando delante de la casa de una amiga aproveché para pedirle si necesitaba algo: “Sí, un poco de detergente para la ropa”, me contestó. En seguida volví a mi casa, tomé el mío y le di a ella la mitad. Como mi marido trabaja de noche, a una cierta hora llegó alguien de la comunidad para acompañarme. Recibí un gesto solidario y yo aproveché para preparar la cena, consciente de que alguien no tiene comida suficiente. Antes de dormirme, dando una mirada al día que acababa de terminar, advertí una gran alegría: vivimos el uno por el otro y juntos nos ayudamos a vivir el Evangelio. Mañana tendré una nueva oportunidad de reconocer en cada persona que me pasa al lado, una presencia especial de Dios». Los problemas del país son de tales dimensiones que estos relatos cotidianos pueden parecer ingenuos o también insuficientes, pequeñas gotas en un océano. Y se esperan respuestas a nivel político, económico y social lo más pronto posible. Madre Teresa de Calcuta afirmaba que “lo que nosotros hacemos es sólo una gota en el océano, pero si no lo hiciéramos el océano tendría una gota menos”. Parece ser que ésta es también la convicción de esta pequeña comunidad venezolana.
Poner en práctica el amor
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