«En este Venezuela fragmentado y dividido, queremos vivir el Evangelio con radicalidad, allí donde cada uno desempeña su trabajo o estudia, para construir puentes de unidad y de paz. En el Consejo Municipal, por ejemplo, hay tres personas que viven la espiritualidad de la unidad, uno del partido de Gobierno y dos de la oposición, sin embargo se respetan y se ayudan». Quien habla es Ofelia, de la comunidad de los Focolares de un barrio marginado de la ciudad de Valencia, llamado Colinas de Guacamaya. «Una amiga me pidió que la acompañara al médico – cuenta –. Empezó el largo trámite para recibir las medicinas: en la farmacia nos encontramos a un anciano en búsqueda de su tratamiento para la diabetes, a un señor que pedía una pastilla para el dolor de cabeza, a un chico que necesitaba de paracetamol. Sólo un comprimido, pero el dinero que tenía no era suficiente». Ofelia, en el auto, tenía una bolsa que lleva siempre consigo, llena de medicinas que le llegan de la «Providencia de Dios», como ella misma cuenta, y pudo ofrecerlas gratuitamente a cada uno. Miradas incrédulas y gratitud. Betty y Orlando tienen 4 hijos y se trasladaron al Centro Mariápolis “La Nubecita”, en la localidad Junquito, en los alrededores de Caracas. «Para servir a quienes lo necesitan – cuenta Betty –, organizamos la pastoral social con algunas personas de la comunidad. Queríamos responder a las necesidades de alimentación, vestuario y vivienda de algunas familias de la parroquia. Así, con la ayuda del Consejo Municipal, logramos construir una casa digna para un anciano que vivía en la indigencia». «La actual crisis social, con los altos índices de inseguridad que registra el país, nos ha abierto aún más a las necesidades de las familias de nuestra comunidad que viven en el terror de perder incluso la vida. Cuando nos enteramos de que el papá de un chico estaba en graves condiciones, porque le habían disparado, fuimos en seguida al hospital. Estaba internado en cuidados intensivos y falleció pocos días después. Ahora, a través de atenciones, cuidados y protección, seguimos dando nuestro amor concreto a madre e hijo, a quienes recibimos en nuestra casa». «Por pedido del párroco – nos cuenta María Carolina de la Comunidad del Junquito –, fuimos a un sector rural donde se puede llegar sólo en jeep. Ahí nos esperaba la comunidad de La Florida, que tiene muchas carencias materiales, incluso, hasta hace pocos meses, les faltaba la corriente eléctrica. Una comunidad de personas sacrificadas, dedicadas a la agricultura, que recorren kilómetros a pie para ir a la Misa, una vez al mes. Fue una experiencia que nos involucró a todos y se activó una comunión de bienes. De muchas partes llegaron vestidos, medicinas, juguetes, zapatos, comida… Con camionetas cargadas de cosas, pero sobre todo de esperanza, llevamos nuestro amor a esta comunidad. Aunque no faltaban las dificultades, cuando nos vieron llegar salieron de sus casas, los niños corrían, había aplausos, ¡en seguida se sintió un clima de familia!». La comunidad de Puerto Ayacucho, en el Estado Amazonas, ubicada en una zona de frontera, está habitada por comunidades indígenas. Son graves las problemáticas que la afectan: la presencia de la guerrilla, la explotación de minas de oro, el alto índice de madres solteras. Recién vivieron una experiencia muy fuerte con la muerte de Felipe, un chico de los Focolares asesinado a tiros hace dos meses. Es algo muy frecuente en Venezuela, sobre todo en esta región. Murió para salvarle la vida a su hermano, buscado por la guerrilla. Juan, su entrañable amigo, nos cuenta que «Felipe había fijado una cita para inscribirse en el catecismo, pero nos dejó el día anterior… Juntos habíamos hecho muchos programas para el futuro». La muerte de Felipe dejó una huella en esta comunidad: un compromiso nuevo para vivir por la construcción de la paz, para dar nuevos horizontes y esperanza sobre todo a los jóvenes.
Poner en práctica el amor
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