Esta palabra de Jesús es estupenda. En ella está la clave del cristianismo.
Se acercaba la Pascua de los judíos y, entre la multitud de peregrinos llegados a Jerusalén, había algunos griegos que querían “ver a Jesús”. Los discípulos se lo hacen saber. Jesús entonces responde hablando de su muerte inminente. Además agrega que ésta, en lugar de provocar la dispersión de los discípulos -como hubiera podido suceder- atraerá “a todos” hacia él: por lo tanto, no sólo los que lo siguen, sino que cualquiera, judío o griego, creerá en él, todos, sin discriminación de raza, de condición social, de sexo.
La obra de salvación de Jesús es, en efecto, universal y la presencia de los griegos es un signo de esa universalidad.
«Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
¿Qué quiere decir “cuando sea levantado en alto sobre la tierra”?
Para el evangelista Juan esta expresión significa, al mismo tiempo, “ser levantado en la cruz” y “ser glorificado”. En efecto, Juan ve en la pasión de Cristo la gran demostración del amor de Dios por la humanidad. Pero este amor es tan potente que merece la resurrección y provoca la atracción de todos hacia él. En torno a Cristo elevado se construirá la unidad del nuevo pueblo de Dios.
Pero no se puede separar la cruz de la gloria, no se puede separar al Crucificado del Resucitado. Son dos aspectos del mismo misterio de Dios que es Amor.
Es este Amor el que atrae. El Crucificado-Resucitado ejerce una atracción profunda y personal en el corazón del hombre, que se da en dos sentidos: por ella Jesús convoca a los suyos a compartir su gloria; y también por ella los lleva a amar a todos como él, hasta dar la vida.
«Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
¿Cómo vivir nosotros esta Palabra? ¿Cómo responder a tanto amor?
Si Jesús murió por todos, todos son candidatos a seguirlo y, es más, todos son candidatos a ser otros él. Miremos por lo tanto a cada criatura humana con estos ojos, es decir, con una mirada de amor que va más allá de todas las apariencias.
Ya sea que se trate de cristianos, musulmanes, budistas, o de otras convicciones, todos tienen que ser objeto de nuestro amor. Un amor que está dispuesto a dar la vida. Y aunque no se nos exija dar la vida física, lo que muchas veces se nos pide es hacer morir nuestro amor propio.
Cuando levantemos en la cruz nuestro “yo”, cuando muramos a nosotros mismos para dejar vivir a Cristo, entonces podremos ver también nosotros dilatarse alrededor el Reino de Dios.
Se ha dicho que el mundo es de quien lo ama y mejor sabe demostrárselo. ¿Quién ha amado mejor que Jesús? Así es como, los que tratan de imitar a Jesús, podrán amar al mundo, donándose totalmente al prójimo, con un amor desinteresado y universal.
«Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
En este mes trataremos de custodiar en el corazón y llevar a la práctica la preciosa enseñanza del Crucificado-Resucitado. Esto nos aclarará el papel que juega el dolor que nos pueda sobrevenir en nuestra vida y su extraordinaria fecundidad.
Día a día, cuando nos afectan pequeños o grandes sufrimientos: una duda, un fracaso, una incomprensión, una relación tensa, una dificultad en el trabajo, una enfermedad, incluso una desgracia o preocupaciones serias, hagamos el esfuerzo de aceptarlas y de ofrecerlas a Jesús como expresión de nuestro amor.
Unamos nuestra gota al mar de su pasión para que redunde en bien de muchos. Y una vez hecha la ofrenda, tratemos de no pensar más en ello, sino de hacer lo que Dios quiere de nosotros, en donde estemos: en familia, en la fábrica, en la oficina, en la escuela… y sobre todo tratemos de amar a los demás, a los prójimos que están a nuestro alrededor.
Y dado que Jesús murió por todos y todos están llamados a seguirlo, hagamos de manera que la mayor cantidad posible de personas puedan encontrar en nuestro amor el amor de Cristo. Entonces será él el que los atraerá a todos, haciendo de manera que nos amemos entre nosotros y florezca entre todos la fraternidad universal.
Chiara Lubich
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