Aletta nos ha dejado
«Acompañamos en alegría y con inmensa gratitud el retorno de Aletta a la casa del Padre. No podríamos tener un modelo mejor de alguien que “da su vida sin medida”, como nos sugiere el lema de hoy». María Voce anuncia así a los miembros del Movimiento la muerte de Vittoria Salizzoni, que expiró serenamente esta mañana, 22 de noviembre, pocos días antes de cumplir 92 años. Vittoria Salizzoni nació en Martignano (Trento) el 27 de noviembre de 1924; era la tercera de los ocho hijos de María y Davide Salizzoni. Durante 12 años vivió en Francia, donde emigró con la familia. En el 1941 regresó a Trento (Italia) y, en plena segunda guerra mundial, el 7 de enero de 1945 conoció a Chiara Lubich, con la que pasó muchos años de su vida. Junto con otros, Aletta llevó el “ideal de la unidad” a Oriente Medio, donde hoy hay muchas comunidades que viven la espiritualidad de la unidad, en diálogo y amistad también con personas de otras religiones. Una larga vida totalmente en donación.
María Voce, en su mensaje, invitó a seguir poniendo en práctica el mandamiento de Jesús, el amor recíproco, para que esté siempre espiritualmente presente “Jesús en medio/la paz” entre todos, una característica que Aletta siempre puso en evidencia con su presencia. El funeral se celebrará el Jueves 24 de noviembre, a las 15 hs. (de Roma), en el Centro Mariápolis de Castel Gandolfo.Aletta, testigo de los “primeros tiempos”
Al revivir los “primeros tiempos” del Movimiento de los Focolares, las anécdotas de Vittoria Salizzoni, una de las primeras compañeras de Chiara Lubich, tienen el sabor de historias de familia y una presencia de lo divino que en su pureza y simplicidad encanta y edifica. Los hechos narrados dan testimonio del nacimiento de la aventura de quien cree en el Amor y deja todo por Dios, en medio de la destrucción de la guerra. Más conocida como Aletta, en el libro editado por Città Nuova, ella –la tercera de ocho hermanos- cuenta:
«Mi hermana Agnese, para ir a trabajar a la ciudad, pasaba todos los días por la “busa dei frati”, un refugio antiaéreo excavado en la Plaza Cappuccini donde, en caso de alarma, muchas veces iba Chiara Lubich con otras chicas. Allí leían y dialogaban sobre el Evangelio. Agnese estaba fascinada ante ese nuevo modo de hablar, por la alegría que veía en Chiara y en todas las chicas y me contó su impresión, pero no recuerdo que me hubiese hablado de sus ideales; así, sin saber casi nada, la idea de encontrarme con esas chicas casi no me atraía.
La tenacidad de una amiga me indujo a ir a visitar a esas jóvenes “pero fui sólo para darle gusto”. Así, el 7 de enero de 1945 llegué a la Plaza Cappuccini n°2 de Trento. Lo primero que vi entrando en la “casita,” fue a una chica que estaba cerca de la pileta de la cocina amasando pan. Me pareció que había un ángel en esa habitación. Me la presentaron: “Es Natalia, está haciendo en pan blanco con harina de verdad, porque una de nosotros sufre del estómago”. Esa escena me impresionó. Me gustó mucho. Percibí el amor.
Aquél fue un momento decisivo para mi vida. No soy una persona que decide de inmediato y mi naturaleza es directa, pero ese día cambié totalmente. Quedé completamente sin palabras ante el ambiente que encontré. Estaba encantada de cómo se presentaban, de cómo se movían. En la habitación de al lado, donde había una modestísima pero bella recámara sólo con los colchones, encontré a Chiara que estaba peinando a Graziella. Le estaba haciendo una trenza gruesa, que después le amoldó en la cabeza como si fuera una corona.
Observaba a estas coetáneas mías. Intuí que habían “entendido” a Dios, radicalmente. Su elección no transmitía nada pesado, solemne o austero. Su vida estaba animada por un gran entusiasmo y, siendo jóvenes, todo lo vivían como si fuera un juego. Era, se podría decir, un Dios en versión juvenil. Todo me parecía grande, nuevo, divino. Allí había Amor. Estaba Dios. Yo lo sentí.
Un día, Chiara me explicó cuán radical era su vida: “¿Ves? La vida es breve, como un relámpago. De un momento a otro cae una bomba y podemos morir. Entonces nosotros hicimos el pacto de darle todo a Dios, porque tenemos sólo una vida y cuando nos presentemos delante de Él queremos ser todas suyas. Por eso nos casamos con Dios”.
Esta frase penetró íntimamente en mi corazón. Estaba segura de que también Dios me llamaba a casarme con Él. Esto me dio alas, me cambió la vida: también yo estaba llamada a una aventura bellísima para transmitir a todos».
Más que hermanas
«Nunca lograremos valorar la ayuda que nos dan los hermanos. ¡Cuánto valor infunde en nosotros su fe, cuánto calor su amor, cómo nos arrastra su ejemplo!». Chiara Lubich (1920-2008), autora de estas líneas, es conocida como quien ha sabido arrastrar detrás de Cristo a cientos de miles de personas, una persona que entretejió relaciones con budistas, musulmanes, y es seguida por personas sin una convicción religiosa, ha dado aliento a la vida política, a la economía. En la balanza de los aportes que han hecho de Silvia Lubich sencillamente “Chiara” tiene mucho peso la amistad con sus primeras compañeras. Todo empezó con su elección de Dios, y su consagración a la virginidad en 1943, en Trento. Pero muy pronto ya no fue su “yo” sino un sujeto colectivo el que se movía, actuaba, rezaba y amaba: Chiara y sus primeras compañeras habrían podido ser personas comunes y corrientes, en cambio han sido ‘faros de luz’ en los cinco continentes. Esta historia tiene algo de increíble, y sin embargo es sencilla. Se comprende si se abre el Evangelio en el capítulo 13 de Juan: «Les doy un mandamiento nuevo, ámense los unos a los otros. Como yo los he amado a ustedes, así ámense también ustedes unos a otros» (Jn., 13, 34). Un mandamiento que sólo se puede vivir juntos. Cuando, en los refugios, escucharon esta frase se cruzaron una mirada de acuerdo, mientras tomaban la medida del compromiso que requería. No dudaron en declararse recíprocamente: «Yo estoy dispuesta a amarte hasta dar la vida por ti». Chiara lo considera la piedra angular sobre la cual se apoyaría después el edificio del Movimiento de los Focolares. Ciertamente o se trata de algo inédito en la historia de la Iglesia. Pero quizás hay algo nuevo. Chiara transmitía a sus compañeras lo que vivía y todo lo que el Espíritu Santo le inspiraba. Entre ellas había un vínculo sólido como la roca, y quisiera ilustrar la calidad de esta relación que valora, libera potencialidades y edifica una obra de Dios. Estamos en 1954. Habían pasado unos diez años. En Roma vivían con Chiara, Giosi, Graziella, Natalia, Vittoria (a quien llamaban Aletta), Marilen, Bruna, Giulia (Eli). Un día, Chiara se detuvo a mirarlas, y le vino a la mente una frase del libro de los Proverbios: «La sabiduría construyó su casa, labró sus siete columnas» (Proverbios 9, 1). Veía siete jóvenes mujeres, cada una con un talento, unidas y radicadas en Dios. He aquí las siete columnas de la sabiduría, los siete colores del arco iris que surgen de una única luz, el amor. Siete aspectos del amor interdependientes, influyentes el uno al otro y el uno en el otro. A Giosi Chiara le confió la administración de la comunión de los bienes y de los sueldos, además de la atención a los pobres; el rojo del amor. A Graziella le confió “el testimonio y la irradiación”, el naranja. A Natalia, quien había sido su primera compañera, le pidió de personificar el corazón de este ideal, el grito de Jesús abandonado a quien amar. Ella llevó este secreto más allá de la Cortina de Hierro. Era la espiritualidad y la vida de oración, el amarillo del arco iris. Aletta será recordada como quien infundió entre los miembros del Movimiento el compromiso de cuidar la salud, para formar una comunidad unida en el amor; lo hizo en el Medio Oriente en guerra. Chiara le confió la naturaleza y la vida física, el verde. A Marilen, quien vivió quince años en la selva de Camerún en medio de una tribu y dio testimonio de un respeto incondicionado por esta cultura, Chiara le confió el azul: la armonía y la casa. Bruna era una intelectual y Chiara la vio como quien tenía que desarrollar el aspecto de los estudios: el índigo A Eli, quien estaba siempre al lado de Chiara, ocupándose de que todos los miembros del Movimiento vivieran al unísono, le fue confiado el aspecto de la “unidad y los medios de comunicación”: el violeta. Otras compañeras suyas tuvieron sucesivamente tareas específicas: Dori, Ginetta, Gis, Valeria, Lia, Silvana, Palmira.
Chiara misma lo quiso explicar: «La filadelfia (amor fraterno) es más que una realidad. Es aquí que yo encuentro la fuerza para afrontar las cruces, después de la unión directa con Jesús. La una se preocupa de la otra según las necesidades. Aquí pasamos de la sabiduría comunicada […] a los consejos prácticos sobre la salud, el vestido, la casa, sobre la comida, a una ayuda continua. Aquí estás convencido de que nunca serás juzgado, sino amado, excusado, ayudado. Aquí corre sangre de casa, pero celeste. Cuando quiero verificar si tengo una inspiración, si tengo que corregir un artículo, se los leo pidiendo sólo el vacío absoluto de todo juicio. Ellas lo hacen y yo siento que se amplifica la voz de Jesús dentro: “Aquí está bien, aquí desde el principio, aquí explica mejor”. Vuelvo a leer con ellas el texto y lo encontramos así como tiene que ser». No sorprende que, como testamento, Chiara haya dejado esta frase: «Sean siempre una familia».Un largo camino en Medio Oriente
Se viaja por varios motivos: por curiosidad, por sed de conocer, por espíritu de aventura, para encontrar respuestas o para conocerse a sí mismos. No es así para Gianni Ricci, autor junto con Delfina Ducci de un volumen editado por Cittá Nuova, El largo camino del “hacerse uno”, quien ha recorrido muchos kilómetros. Su vida es una “vida en viaje”, se podría decir, pero para acercarse a las infinitas modalidades de la humanidad que sufre. Nace en Ripalta, Cremasca, en el Norte de Italia, en una familia sencilla pero digna, crece en la autenticidad de los valores cristianos. A los veinte años conoce el Ideal de la unidad de Chiara Lubich, que revoluciona su modelo de vida cristiano, a tal punto que comprende que el camino del focolar es un camino para recorrer durante toda la vida. En 1964 parte para Loppiano (Florencia, Italia), ciudadela del Movimento que estaba en sus inicios, a la que se dedica durante más de veinte años con gran empeño. Después de Loppiano, su adhesión a los planes de Dios lo lleva a trasladarse, primero a Turquía, para seguir los desarrollos de la comunidad naciente, después va a Líbano, Tierra Santa, Argelia, Jordania, Iraq, Egipto, Siria, Túnez, Marruecos. «¡Cuántos cambios imprevistos en mi vida! ¿Qué posibilidades o gracias me faltan para hacerme santo? Aquí hay mucho trabajo por hacer» Gianni Ricci, globe trotter del alma, anota todo lo que encuentra, desglosando detalles en las dificultades encontradas, especialmente en la forma de relacionarse con pueblos tan distintos. Inclusive mostrando la tragedia de las guerras, que causan heridas profundas en la población y empañan las esperanzas de un posible futuro de estabilidad y paz, no busca soluciones o posibles explicaciones en la historia. Simplemente vive al lado de quien encuentra, con el corazón libre y abierto hacia una humanidad “esparcida”, que habla el mismo idioma del corazón y del sufrimiento. «A fines de enero de 1986, con Aletta (focolarina de los primeros tiempos), comienza el primer viaje desde Estambul a Ankara y desde allí a Beirut, en Líbano. ¡El aeropuerto está casi destruido por las bombas! Líbano había sido sacudida por la guerra civil (…). Los controles son implacables, las autoridades sospechan de todo y de todos. Cada cabina de control es manejada por facciones distintas. Después de ocho días, Gianni parte para Estambul. A lo largo de los 120 Km que separan Beirut de la frontera con Siria, lo esperan 13 puestos de control. En la primera arriesga la vida. Gianni se detiene delante de un puesto, donde un soldado armado hasta los dientes le pide los documentos. Se los da y parte. Después de pocos metros un joven le pide que vuelva atrás y le hace notar que el guardia tiene el fusil apuntándolo y que no le había dado el permiso para proseguir. No apretó el gatillo, gracias a Alá, le dice». No es un relato político, sino exquisito y “solamente” humano. La humanidad de la que habla no tiene color o idioma, no tiene pasaporte, fronteras, leyes o costumbres. En cada lugar donde fue destinado, Gianni cuida especialmente la relación con las Iglesias locales, con el Islam, con el mundo judío, se dedica a sostener a las personas que encuentra desafiando el miedo, la incertidumbre por el mañana, la tensión provocada por la guerra. Una sucesión de recuerdos en la perspectiva de la unidad. Esta es la “lógica” que todavía mueve a Gianni, una persona que observa con asombro las cosas de Dios. Las citas son extraídas de “El largo camino del `hacerse uno´”. Experiencias en Medio Oriente, Cittá Nuova, 2016.