Jun 25, 2013 | Palabra de vida, Sin categorizar
«Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
Quien ama no evita solo el mal. Quien ama se abre a los otros, quiere el bien, lo hace, se dona y llega a dar la vida por el amado. Por esto, Pablo escribe que en el amor al prójimo no solo se observa la ley, sino que se tiene «la plenitud» de la ley.
«Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
Si toda la ley está en el amor al prójimo, es necesario ver los otros mandamientos como medio para iluminarnos y guiarnos a saber encontrar, en las difíciles situaciones de la vida, el camino para amar a los demás; es necesario descubrir en los otros mandamientos la intención de Dios, su voluntad.
Él nos quiere obedientes, castos, apacibles, clementes, misericordiosos, rdiosos, pobres… para realizar mejor el mandamiento de la caridad.
«Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
Nos podrían preguntar: ¿Cómo es que el Apóstol no habla del amor a Dios?
El hecho es que el amor a Dios y al prójimo no compiten entre ellos. Uno, el amor al prójimo, es de hecho expresión del otro, el amor a Dios. Amar a Dios, significa hacer su voluntad. Y su voluntad es que amenos al prójimo.
«Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
¿Cómo poner en práctica esta palabra? Está claro: amando al prójimo y amándolo de verdad.
Esto significa donarse, pero donarse desinteresadamente a él. No ama aquel que instrumentaliza al prójimo para sus propios fines, aunque sean espirituales, como puede ser la propia santificación. Es necesario amar al prójimo, no a nosotros mismos.
No hay duda, sin embargo, que quien ama así se hará santo de verdad; será «perfecto como el Padre», porque ha hecho lo mejor que podía hacer: ha descubierto la voluntad de Dios, la ha puesto en práctica, ha cumplido plenamente con la ley.
¿No seremos examinados al final de la vida únicamente sobre este amor?
Chiara Lubich
[1] Palabra de vida publicada en Città Nuova, 1983/10, p.40.
May 31, 2013 | Palabra de vida, Sin categorizar
«Pero si obrando el bien soportan el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios.» A estas personas el apóstol recomienda no ceder a la reacción instintiva que podría surgir en estas situaciones, sino imitar el comportamiento que tuvo Jesús. Les exhorta de hecho a responder con amor, viendo también en esta dificultad e incomprensión una gracia, es decir, una ocasión permitida por Dios para demostrar el verdadero espíritu cristiano. En este modo, sobretodo, podrán llevar a Cristo con el amor, también al otro que no lo comprende. «Pero si obrando el bien soportan el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios.» Algunas personas, partiendo de estas palabras u otras similares, querrían acusar al cristianismo de favorecer una sumisión excesiva, la cual adormecería la consciencia y la hacíamenos activa en la lucha contra la injusticia. Pero no es así. Si Jesús nos pide amar también a quien no nos entiende y nos maltrata, no es que quiera hacernos insensibles a las injusticias, es porque quiere enseñarnos a construir una sociedad verdaderamente justa. Esto se puede hacer difundiendo un espíritu de verdadero amor, al empezar nosotros a ser los primeros en amar. «Pero si obrando el bien soportan el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios.» ¿Cómo vivir, entonces, la Palabra de vida de este mes? Los modos en los cuales hoy nosotros podemos ser incomprendidos y maltratados son muchos. Puede ser desde una falta de tacto o grosería a los juicios maliciosos, a la ingratitud, a los insultos, a las injusticias. Pues bien, en todas estas ocasiones tenemos que dar testimonio del amor que Jesús trajo en la tierra a todos y, por consiguiente, también a los que nos tratan mal. La Palabra de este mes quiere que, incluso en legítima defensa de la justicia y de la verdad, no nos olvidemos nunca que nuestro primer deber como cristianos, el de amar a los demás, es decir, tener hacia el otro aquella actitud nueva, hecha de comprensión, de acogida y de misericordia que Jesús tuvo hacia nosotros. De este modo, aunque tengamos que defender nuestras razones, no romperemos nunca una relación, no caeremos nunca en la tentación del resentimiento o la venganza. Haciendo así, como instrumentos del amor de Jesús, seremos capaces también nosotros de llevar a Dios a nuestro prójimo.
Chiara Lubich
May 1, 2013 | Palabra de vida, Sin categorizar
«Ya había caído la noche sobre Roma. Y en aquel pequeño semisótano el grupito de chicas que querían vivir el Evangelio se estaban dando las buenas noches. Pero sonó el timbre. ¿Quién sería a esas horas? Delante de la puerta había un hombre presa del pánico, desesperado: al día siguiente lo iban a desahuciar junto con su familia por no pagar el alquiler. Las chicas se miraron y, sin decirse nada, abrieron el cajón donde habían guardado en varios sobres lo que quedaba de sus sueldos y un depósito para los recibos del gas, del teléfono y de la luz. Se lo dieron todo a aquel hombre sin hacer razonamientos, y esa noche durmieron felices. Ya pensaría alguien en ellas. Pero aún no había amanecido cuando sonó el teléfono: “Voy ahora mismo en un taxi”, dijo la voz del hombre. Asombradas de que eligiese ese medio de transporte, las chicas lo esperaron. La cara del visitante indicaba que algo había cambiado: “Ayer por la noche, nada más volver a casa, me encontré con que había recibido una herencia que nunca habría imaginado. Y pensé que tenía que daros la mitad”. Era exactamente el doble de lo que habían dado generosamente».
«Dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante».
¿No te ha pasado también a ti? Si no es así, recuerda que hay que dar desinteresadamente, sin esperar nada a cambio, a cualquiera que pida.
Haz la prueba. Pero no lo hagas para comprobar el resultado, sino porque amas a Dios.
Me dirás: «Si yo no tengo nada».
No es verdad. Si queremos, tenemos tesoros inagotables: nuestro tiempo libre, nuestro corazón, nuestra sonrisa, nuestro consejo, nuestra cultura, nuestra paz, nuestra palabra para convencer a quien tiene de que dé a quien no tiene…
Me dirás entonces: «No sé a quién dar».
Mira alrededor de ti: ¿te acuerdas de aquel enfermo hospitalizado, de esa señora viuda siempre sola, de aquel compañero tan deprimido por los suspensos, de aquel joven sin trabajo, siempre tan triste, de tu hermano pequeño, que necesita ayuda, de ese amigo que está en la cárcel, de ese aprendiz inseguro? Cristo te espera en ellos.
Adopta ese comportamiento nuevo del cristiano que rezuma en todo el Evangelio y que es lo opuesto a encerrarse en uno mismo y a preocuparse. Renuncia a depositar tu seguridad en los bienes de la tierra y apóyate en Dios. Ahí se verá tu fe en Él, que pronto será confirmada por el regalo que Él te hará a su vez.
Como es lógico, Dios no se comporta así para enriquecerte o enriquecernos, sino para que otros, muchos otros, al ver los pequeños milagros que cosecha nuestro dar, hagan lo mismo.
Lo hace porque cuanto más tengamos, más podremos dar, y para que –como auténticos administradores de los bienes de Dios– pongamos todo en circulación en la comunidad que nos rodea, de modo que se pueda decir, como de la primera comunidad de Jerusalén: «Entre ellos no había necesitados» (Hch 4, 34).
¿No te parece que con ello contribuyes a dar un alma firme a la revolución social que el mundo espera?
«Dad y se os dará». Naturalmente, Jesús se refería en primer lugar a la recompensa que tendremos en el Paraíso, pero todo lo que sucede en esta tierra es ya preludio y garantía de aquélla.
Chiara Lubich
Abr 2, 2013 | Palabra de vida, Sin categorizar
«No se quejen, hermanos, unos de otros»
Ya en la época apostólica se podía notar lo que también hoy vemos en nuestras comunidades: las dificultades más grandes para vivir nuestra fe no son generalmente las que nos vienen desde fuera, es decir del mundo, si no las que provienen de lo interno de la comunidad, de ciertas situaciones que surgen y de comportamientos de nuestros hermanos, que no están en la línea con el ideal cristiano. Y esto genera una sensación de malestar, de desconfianza y de consternación.
«No se quejen, hermanos, unos de otros»
Pero, si todas estas contradicciones e incoherencias más o menos graves, tienen su raíz en una fe no siempre iluminada y en un amor aun imperfecto hacia Dios y el prójimo, la primera reacción del cristiano no debe ser la impaciencia o la intransigencia, sino aquella que Jesús nos enseña. Él nos pide una espera paciente, la comprensión y la misericordia, que ayuda al desarrollo de aquella semilla del bien que fue sembrada en nosotros, como nos explica la parábola de la cizaña (Mt 13, 24-30.36-43).
«No se quejen, hermanos, unos de otros»
¿Cómo vivir, entonces, la Palabra de vida de este mes? Esta nos pone de frente a un aspecto difícil de la vida cristiana. También nosotros hacemos parte de varias comunidades (la familia, la parroquia, la asociación, el ambiente de trabajo, la comunidad civil), donde a nuestro pesar nos podemos encontrar tantas cosas, que según nuestro punto de vista no van bien: temperamento, modo de ver, modo de hacer de las personas, incoherencias que nos hieren y suscitan en nosotros reacciones de rechazo.
Entonces, tenemos muchas ocasiones para vivir bien la Palabra de vida de este mes. En lugar de murmurar, o condenar – como estaremos tentados a hacer – pondremos la tolerancia y la comprensión, después, al límite cuando sea posible, también la corrección fraterna y sobretodo daremos un testimonio cristiano al respondera las eventuales faltas de amor o de compromiso, con un mayor amor y compromiso de nuestra parte.
Chiara Lubich
Feb 28, 2013 | Palabra de vida, Sin categorizar
Feb 1, 2013 | Palabra de vida, Sin categorizar
«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.» «Nosotros sabemos…». El apóstol hace referencia a un conocimiento que viene de la experiencia. Es como si dijera: nosotros lo hemos probado, lo hemos tocado con la mano. Es la experiencia que los cristianos evangelizados por él han hecho al inicio de su conversión; es decir, que cuando se ponen en práctica los mandamientos de Dios, en particular el mandamiento del amor hacia los hermanos, se entra en la misma vida de Dios. ¿Pero los cristianos de hoy conocen esta experiencia? Ellos saben ciertamente que los mandamientos del Señor tienen una finalidad práctica. Continuamente Jesús insiste en que no es suficiente escuchar, si no que es necesario poner en práctica la Palabra de Dios. (cf Mt 5,19 – 7,21 – 7,26). Sin embargo lo que no está tan claro para la mayor parte de ellos – o porque no lo saben o porque tienen una conciencia solamente teórica, es decir sin haber hecho la experiencia – es este aspecto maravilloso de la vida cristiana puesto en luz aquí por el apóstol y es que cuando nosotros vivimos el mandamiento del amor, Dios toma posesión de nosotros, y es un signo inconfundible aquella vida, aquella paz, aquella alegría que nos hace experimentar ya desde esta tierra. Entonces todo se ilumina, todo se vuelve armonioso. Ya no hay separación entre la fe y la vida. La fe se vuelve aquella fuerza que compenetra y une entre ellas todas nuestras acciones. «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.» Esta Palabra de vida nos dice que el amor al prójimo es el camino real que nos lleva a Dios. Y como todos somos hijos suyos nada le agrada más que el amor a los hermanos. Nosotros no le podemos dar una alegría más grande de aquella que le damos cuando amamos a nuestros hermanos. Y el amor fraterno porque nos da la unión con Dios es una fuente inagotable de luz interior, y fuente de vida, de fecundidad espiritual, de renovación continua. Impide que se forme en el pueblo gangrenas, esclerosis, estancamientos; en una palabra «nos hace pasar de la muerte a la vida». Cuando nos falta la caridad, todo se marchita y muere. Y se comprende entonces ciertos síntomas tan difundidos en el mundo en el que vivimos: la falta de entusiasmo, de ideales, la mediocridad, el aburrimiento, el deseo de evasión, la pérdida de valores, etc. «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.» Los hermanos, de los que nos habla aquí el apóstol, son sobre todo los miembros de la comunidad de la cual hacemos parte. Si es verdad que tenemos que amar a todos los hombres, es también verdad que este amor debe comenzar por aquellos que habitualmente viven con nosotros para extenderse después a toda la humanidad. Debemos pensar antes que nada en nuestros familiares, en nuestros compañeros de trabajo, en los miembros de la parroquia, de la asociación o comunidad religiosa a la cual pertenecemos. El amor a los hermanos no sería autentico y bien ordenado si no empezase por aquí. De todas las partes que nos encontremos, estamos llamados a construir la familia de los hijos de Dios. «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos.» Esta Palabra de vida nos abre prospectivas inmensas. Nos empuja en la divina aventura del amor cristiano a una apertura imprevisible. Antes que nada nos recuerda que para un mundo como el nuestro, en el cual se teoriza la lucha, la ley del más fuerte, del más astuto, del que no tiene prejuicios y donde a veces todo parece paralizado por el materialismo y el egoísmo, la respuesta es el amor al prójimo. Es esta la medicina que lo puede sanar. Cuando vivamos el mandamiento del amor, de hecho, no solo nuestra vida será tonificada, sino que todo a nuestro alrededor lo siente; es como una ola de calor divino, que se irradia y propaga, entrando en las relaciones entre personas, entre grupos transformando poco a poco la sociedad. Decidámonos entonces. Hermanos para amar en nombre de Jesús tenemos todos, tendremos siempre. Seamos fieles a este amor. Ayudemos a muchos a serlo. Conoceremos entonces en nuestra alma que significa la unión con Dios, la fe se reavivará, las dudas desaparecerán, no sabremos más que es el aburrimiento. La vida será completa, completa.
Chiara Lubich
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