Movimiento de los Focolares

Enero 2013

El amor es para cada cristiano el programa de su vida, la ley fundamental de su modo de actuar, el criterio sobre el cual moverse.

Siempre el amor tiene que prevalecer sobre las otras leyes. De hecho: el amor hacia los otros debe ser para el cristiano la sólida base sobre la cual se pueden cumplir legítimamente todas las demás normas.

«… misericordia quiero, y no sacrificio».

Jesús quiere amor y la misericordia es una expresión de ello.

Y Él quiere que el cristiano viva así, sobretodo porque Dios es así.

Para Jesús, Dios es antes que todo el Misericordioso, el Padre que ama a todos, que hace salir el sol y hace llover sobre buenos y malos.

Jesús, porque ama a todos, no tiene miedo de estar con pecadores y en este modo nos revela quién es Dios.

Si Dios es así, si Jesús es igual, también tú debes tener idénticos sentimientos.

«… misericordia quiero, y no sacrificio».

“… y no sacrificio”.Si no tienes nunca amor por el hermano, a Jesús no le gusta tu devoción por Él. No acepta tu oración, tu asistencia a la Eucaristía, las ofrendas que le puedas hacer, si todo esto no florece de tu corazón en paz con todos, rico de amor hacia todos.

¿Recuerdas sus palabras tan incisivas del discurso de la montaña? “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.” (Mt 5, 23-24).

Esto te dice que el culto que más le gusta a Dios es el amor al prójimo, que está a la base del culto hacia Dios.

Si tú quisieras hacer un regalo a tu padre mientras estas enojado con tu hermano (o tu hermano contigo), ¿Qué diría tu padre? “Hagan las paces y después ven a ofrecerme lo que desees”.

Pero hay más. El amor no es solo la base del ser cristiano. Es también el camino más directo para estar en comunión con Dios. Lo dicen los santos, testigos del Evangelio que nos han precedido, lo experimentan los cristianos que viven su fe: si ayudan a sus hermanos, sobre todo los más necesitados, crece en ellos la devoción, la unión con Dios se hace más fuerte, advierten que existe una unión entre ellos y el Señor: y es eso lo que da más alegría a su vida.

«… misericordia quiero, y no sacrificio».

¿Cómo vivir entonces esta palabra de vida?

No hacer discriminación entre las personas que están en contacto contigo, no marginar a nadie, sino ofrecer a todos cuanto puedas dar, al imitar a Dios Padre. Arregla pequeños o grandes problemas que disgustan al Cielo y te amargan la vida, no dejes calar el sol – como dice la Escritura (cf Ef 4,26) – sobre tu ira, hacia cualquiera.

Si te comportas así, todo lo que hagas será agradecido por Dios y quedará por la eternidad. Sea que tú trabajes o descanses, sea que tú juegues o estudies, sea que tú estés con tus hijos o con tu esposa o marido paseando, sea que tú reces o te sacrifiques o realices aquellas prácticas religiosas que van de acuerdo con tu vocación cristiana, todo, todo, todo será materia prima para el Reino de los Cielos.

El Paraíso es una casa que se construye desde aquí y se habita allí, y se construye con el amor.

Chiara Lubich

Publicado en Junio 1981

Noviembre 2012

Por lo tanto, su presencia puede realizarse desde ahora en los cristianos y en medio de la comunidad; no es necesario esperar el futuro. El templo que la acoge no es tanto el de paredes, cuanto el corazón mismo del cristiano, que así se torna un nuevo sagrario, habitación viva de la Trinidad.

Pero, ¿cómo puede el cristiano llegar a tanto? ¿Cómo se puede a llevar a Dios mismo en uno? ¿Cuál es el camino para acceder a esta profunda comunión con él?

El amor para con Jesús.

Un amor que no es mero sentimentalismo, sino que se traduce en vida concreta y, precisamente, en la fidelidad a su palabra.

A este amor del cristiano, que puede ser verificado en los hechos, Dios responde con su amor: la Trinidad viene a habitar en él.

“…será fiel a mi palabra”.

¿Cuáles son las palabras a las que el cristiano está llamado a ser fiel?

En el Evangelio de Juan, “mis palabras” son a menudo sinónimo de “mis mandamientos”. Por lo tanto, el cristiano está llamado a observar los mandamientos de Jesús. Los cuales no deben ser entendidos como un catálogo de leyes. En todo caso, hay que verlos sintetizados en lo que Jesús ilustró con el lavado de los pies: el mandamiento del amor recíproco. Dios le ordena a todo cristiano que ame al otro hasta la entrega completa de sí, tal como enseñó e hizo Jesús.

¿Cómo vivir bien esta Palabra? ¿Cómo alcanzar el punto en el que el Padre mismo nos amará y la Trinidad habitará en nosotros?

Poniendo en práctica con todo el corazón, con radicalidad y perseverancia el amor recíproco entre nosotros.

Principalmente allí el cristiano encuentra el camino de esa profunda ascética cristiana que el Crucificado exige de él. En efecto, es con el amor recíproco como florecen en su corazón las diferentes virtudes y se puede corresponder al llamado de la propia santificación.

Chiara Lubich

 Publicación mensual del Movimiento de los Focolares

* Este texto fue publicado por primera vez en 2001.

Octubre 2012

“Si tú lo dices, echaré las redes”

Después de una noche infructuosa, como experto pescador que era, Pedro hubiera podido sonreír y rechazar la invitación de Jesús a echar las redes de día, en el momento menos propicio. Por el contrario, yendo más allá de su razonamiento, confió en él.

Se trata de una situación típica por la que también hoy todo creyente, precisamente porque lo es, está llamado a pasar. En efecto, su fe es probada de mil maneras.

Seguir a Cristo comporta decisión, compromiso y perseverancia, mientras que en el mundo en que vivimos todo parece invitar al relajamiento, a la mediocridad, al “dejar pasar”. La tarea parece demasiado grande, imposible de alcanzar, ya fracasada desde el vamos.

Es necesaria, entonces, la fuerza para ir adelante, para resistir el ambiente, el contexto social, los amigos, los medios de comunicación.

Es una prueba dura que hay que combatir día tras día, o mejor dicho hora tras hora.

Pero si se la enfrenta y se la acepta, nos hará madurar como cristianos, nos hará experimentar que las extraordinarias palabras de Jesús son verdaderas, que sus promesas se realizan, que se puede emprender en la vida una aventura divina mil veces más fascinante de lo que puede imaginarse, y que podemos ser testigos, por ejemplo, de que mientras en el mundo la vida es a menudo penosa, chata e infructuosa, Dios llena de todo bien a quien lo sigue, le da el céntuplo en esta vida, además de la vida eterna. Se renueva la pesca milagrosa.

“Si tú lo dices, echaré las redes”

¿Cómo poner en práctica esta Palabra?

Haciendo nosotros también la opción de Pedro: “si tú lo dices…”. Tener confianza en su Palabra; no dudar de lo que nos pide. Es más, apoyar nuestra conducta, nuestra actividad, nuestra vida sobre su Palabra.

Construiremos así nuestra existencia sobre lo más sólido que hay, lo más seguro, y contemplaremos asombrados que precisamente donde todo recurso humano desaparece interviene él; y que donde es humanamente imposible, nace la vida.

Chiara Lubich

Este texto fue publicado por primera vez en enero de 1983.

Septiembre 2012

“El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá atener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”.

Las palabras de Jesús están dirigidas a todos nosotros, sedientos en este mundo: a los que son conscientes de su aridez espiritual y aún sienten los aguijonazos de la sed, y a quienes no advierten ya ni siquiera la necesidad de saciarse en la fuente de la verdadera vida y de los grandes valores de la humanidad.

Jesús dirige también una invitación a todos los hombres y mujeres de hoy; y nos revela dónde podemos encontrar respuesta a nuestros porqués y la plena satisfacción de nuestros deseos.

Nos corresponde a todos nosotros, entonces, recurrir a sus palabras, dejarnos embeber por su mensaje.

¿Cómo?

Evangelizando nuestra vida, confrontándola con sus palabras, tratando de pensar con la mente de Jesús y de amar con su corazón. Cada instante en el que tratamos de vivir el Evangelio bebemos una gota de esa agua viva.

Cada gesto de amor para con nuestro prójimo es un sorbo de esa agua.

Es así porque esa agua tan viva y preciosa tiene algo especial: brota en nuestro corazón toda vez que lo abrimos al amor hacia todos. Es un manantial –el de Dios– que da agua en la medida en que su vena profunda sirve para saciar la sed de los demás, a través de pequeños o grandes actos de amor.

Hemos comprendido que, para no sufrir la sed, tenemos que donar el agua viva que en nosotros mismos obtenemos de él.

Bastará una palabra, a veces, una sonrisa, un simple ademán de solidaridad… para darnos de nuevo un sentimiento de plenitud, de satisfacción profunda, un surtidor de alegría. Y si seguimos dando, ese manantial de paz y de vida dará agua cada vez más abundante, y no se secará nunca.

Hay otro secreto que Jesús nos ha revelado, una suerte de pozo sin fondo donde recurrir. Cuando dos o tres se unen en su nombre, amándose con su mismo amor, Él está presente en medio de ellos[1]. Y es entonces cuando nos sentimos libres, uno, llenos de luz, y cuando manantiales de agua viva brotan de nuestro seno[2]. Es la promesa de Jesús que se demuestra cierta porque de él mismo, presente en medio de nosotros, emana el agua que sacia para la eternidad.

Chiara Lubich


[1]     Cf Mt 18,20.

[2]     Cf Gv 7,38.

Agosto 2012

«A cualquiera que me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo; pero a cualquiera que me desconozca delante de los hombres, yo también lo desconoceré delante de mi Padre».

Porque nos ama, Jesús hace referencia al premio o al castigo que nos espera después de esta vida. Él sabe, como dice un Padre de la Iglesia, que a veces el temor a un castigo es más eficaz que una bella promesa. Por eso alimenta en nosotros la esperanza de la felicidad sin fin y, al mismo tiempo, con tal de salvarnos, suscita en nosotros el temor de la condenación.

Lo que le interesa es que lleguemos a vivir para siempre con Dios. Al fin y al cabo, esto es lo único que cuenta; es el fin por el cual hemos sido llamados a la existencia. Sólo con Él, de hecho, alcanzaremos la completa realización de nosotros mismos y saciaremos plenamente todas nuestras aspiraciones. Por eso Jesús nos exhorta a “reconocerlo” desde aquí abajo. Si en cambio, en esta vida, no queremos tener nada que ver con Él, si ahora renegamos de Él, cuando tengamos que ir a la otra vida, nos encontraremos separados de Él para siempre.

Por lo tanto, al concluir nuestro camino terrenal, Jesús no hará otra cosaque confirmar delante del Padre la elección que cada uno ha hecho en la Tierra, con todas sus consecuencias. Y con referencia al Juicio Final, Él nos muestra toda la importancia y la seriedad de la decisión que nosotros tomamos aquí abajo: en efecto, está en juego nuestra eternidad.

«A cualquiera que me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo; pero a cualquiera que me desconozca delante de los hombres, yo también lo desconoceré delante de mi Padre».

¿Cómo podemos sacar provecho de esta advertencia que nos hace Jesús? ¿Cómo vivir esta Palabra suya?

Él mismo lo dice: « A cualquiera que me reconozca…».

Decidámonos entonces a reconocerlo delante de los hombres con sencillez y franqueza.

Venzamos el respeto humano. Salgamos de la mediocridad y de los pactos interesados que vacían de autenticidad nuestra vida también como cristianos.

Recordemos que estamos llamados a ser testigos de Cristo: Él quiere llegar a todos los hombres con su mensaje de paz, de justicia y de amor precisamente a través de nosotros.

Testimoniémoslo en cualquier lugar que nos encontremos por motivos de familia, de trabajo, de amistad, de estudio o por las diferentes circunstancias de la vida.

Demos este testimonio, sobre todo, con nuestro comportamiento: con la honestidad de nuestra vida, con la pureza de nuestras costumbres, con el desapego al dinero, con la participación en las alegrías y en los sufrimientos de los demás.

Démoslo, en modo particular, con nuestro amor recíproco, con nuestra unidad, de modo que la paz y la alegría pura, prometidas por Jesús a quienes permanecen unidos a Él, nos inunden el alma desde ahora aquí en la Tierra y se desborden sobre los demás.

Y a cualquiera que nos pregunte por qué nos comportamos así, por qué estamos tan serenos, aun en medio de un mundo tan atormentado, respondamos con humildad y con sinceridad las palabras que nos sugiera el Espíritu Santo, para así dar testimonio de Cristo también con la palabra, incluso en el plano de las ideas.

Entonces, puede suceder que muchos de aquellos que lo buscan, lo encuentren.

Otras veces, puede que seamos malinterpretados, rechazados, podremos ser objeto de burlas, quizás de aversión y de persecución. Jesús también nos advirtió esto: «Si me han perseguido a mí, también los perseguirán a ustedes»[1].

Estamos entonces en el camino justo. Prosigamos testimoniándolo con valentía, incluso en medio de las pruebas, aunque nos cueste la vida. La meta que nos espera lo merece: el Cielo donde Jesús, a quien amamos, nos reconocerá delante de su Padre por toda la eternidad.

Chiara Lubich


[1]                Jn 15,20.